Los accidentes más habituales que puede sufrir un periodista náutico son casi domésticos, los típicos golpes ocasionados por el propio movimiento en espacios reducidos, en pasillos laterales angostos, en golpearse los dedos de los pies contra los candeleros, o en resbalar en la bañera y quedar panza arriba sobre el suelo. Pero los hay más complicados.
A Manuel Figueras, ahora ya jubilado, estuvo a punto de sucederle algo muy serio. Durante unas pruebas convocadas en el Reino Unido, en Inglaterra para más señas, vivió una colisión. Se trataba de dos grandes embarcaciones semirrígidas que andaban jugueteando la una con la otra para tomar fotos. En un momento determinado se decidió dejar una de las lanchas paradas y maniobrar con la otra. En el barco parado estaba Figueras. El otro barco se acercaría por el través a toda velocidad y, en el último momento, viraría.
Efectivamente, el otro barco se acercó por el través a toda velocidad y, en el último momento, no viró. Bestial colisión. El patrón de la otra barca se colapsó. No supo qué hacer. La consola del barco parado resultó arrancada, gente al agua, gente por los suelos. Lesiones y contusiones. Se reclamó la presencia policial. Figueras acabó con una considerable lesión de espalda.
El bello marco de Cannes también fue escenario de un sonado accidente. Sucedió en 2002 con motivo de una presentación de la gama Azimut y Benetti casi al completo. Les explicaré que la gama Azimut tenía como novedad el modelo Leonardo 98’, que de la marca Benetti estaba presente el My Way, de 35 metros, y que también había varios modelos Atlantis. En total, un montón de barcos.
Viendo lo que iba a suceder con tal cantidad de yates juntos, opté por embarcar en el mayor de todos ellos, el My Way. Porque si hay golpes se nota menos. Hubo golpes. Uno de los periodistas tomó los mandos de un modelo Atlantis, donde se encontraba Jordi Maseras, colaborador de la revista Barcos. Se organizó una toma aérea de video en la que todos los barcos tenían que aparecer navegando en paralelo. La dificultad del planteamiento ya es notable cuando el asunto está planificado, así que ni les cuento cuando es totalmente improvisado. La cuestión es que, en mitad de un mar en calma, las estelas de los grandes yates aparecieron de la nada. Un periodista -patrón ocasional- de la Atlantis donde se encontraba Maseras se vio venir una estela sin precedentes y decidió virar y quitar gas, todo al mismo tiempo. El barco quedó totalmente a merced de las estelas. Yo lo vi perfectamente. Se escoró en un ángulo de tal vez 90º, a uno y otro lado. Maseras se sujetó a la mesa de la bañera. Salieron despedidos él y la mesa. La cabeza de Maseras impactó en la borda. Sangre, hospital, ocho puntos. De sutura.
¿Quieren más? Allá va. Proximidades de Marsella, pruebas de Bénéteau. Lo mismo de siempre, media docena de periodistas en cada barco. Yo corro más que tú, yo giro más cerrado, yo paso más cerca del otro barco. Tan cerca pasó un barco del otro, que un modelo de 42 pies se subió hasta el flybridge de un modelo Antarès de 10 metros. Gente por el suelo, gente al agua, cámaras por el suelo, cámaras al agua. Helena Geis, que se encontraba en la cabina del barco impactado, podía haber acabado muy, pero que muy mal. Afortunadamente, ninguno de los dos barcos se fue a pique, pero el barco abordado tuvo el tiempo justo de llegar hasta la piscina de un travelift de las inmediaciones para no ir al fondo. A la vista de los acontecimientos hay que reconocer que los barcos son solidísimos. No se los rompe ni a ostias.
La buena de Helena Geis no escapó en otra ocasión cuando, navegando a bordo de una semirrígida Jolly King 850 en el Golfo de Roses, la lancha sufrió un bandazo, el patrón cayó sobre Helena y Helena fue a parar al agua. En invierno. Sin ropa de repuesto.
Caída de Helena Geis. Video facilitado por la revista N&Y
Esta vez ha habido menos suerte. Ha sucedido durante el pasado Salón Náutico de Cannes. Tres personas salieron a probar una gran semirrígida. Un periodista, un miembro del astillero y una mujer. Al parecer, en un viraje brusco los dos hombres salieron despedidos de la embarcación y cayeron al agua. El patrón no llevaba el dispositivo de hombre al agua sujeto. La embarcación quedó acelerada girando en círculos de radio muy corto. La mujer cayó también al agua y la hélice acabó por alcanzarla ocasionándole la muerte en el acto.
Las estupideces que tienen lugar durante las pruebas de embarcaciones, tanto si son por parte de la prensa como si se trata de la red de ventas, son sencillamente monumentales. Aceleraciones innecesarias, búsqueda de la velocidad máxima cuando las condiciones de la mar no lo permiten y, por supuesto, giros cerradísimos sin ton ni son. Todo esto para demostrar al astillero –hipotético anunciante en el caso de los periodistas- que sabes manejar una embarcación mejor que nadie. Si hay varios “probadores” a bordo el pique es inmediato. También, a veces, el astillero pretende demostrar que su barco lo aguanta todo y que corre más que ninguno. ¿Creen ustedes que un miembro de la prensa del automóvil o de la motocicleta consentiría en llevar otros periodistas a bordo? ¿Algún periodista iría a la grupa de otro durante la prueba de una Yamaha 1.000 cc?
El cliente no va a utilizar el barco de este modo, a menos que sea contrabandista o piloto de regatas, así que ¿por qué hay que tratar un barco como si fuera una motocicleta de motocrós? Y lo que es peor ¿por qué se deja tocar una embarcación a gente sin dos dedos de frente?
Es más. Para hacer estupideces no hace falta grandes conocimientos, pero para determinar el confort de navegación, la funcionalidad o la ergonomía, sí.
Quede claro que al barco accidentado la semana pasada en Cannes no le sucedió nada. Los barcos lo aguantan casi todo. Pero las personas no.