A los seguidores del surf se les ha planteado un problema, diríamos que ético. Desde el pasado 3 de agosto el surfing es olímpico. Para cualquier aficionado a una disciplina deportiva esto, por sí mismo, sería motivo de alegría. Pero quienes conocemos el mundo del surf sabemos que esta ‘nueva’ es el principio de un desasosiego.
La práctica del surf es y será una experiencia vitalista, de contacto con el mar y las olas, de carácter algo ácrata, muy individualista, de camaradas, donde el espíritu competitivo queda relegado en muchas ocasiones, para centrarse en el compañerismo, compenetrarse con su experiencia, disfrutar de un momento que siempre será único -la espera de la ola perfecta, que nunca se sabe cuándo llega- y valorar conjuntamente cómo ha sido tu experiencia con la ola que has disfrutado. Compartir y no competir, parece una de las razones fundamentales ‘de vivir el surfing’. Y todo esto, muchos creen, no se dará con un surf olímpico.
Esta compenetración entre colegas y naturaleza es una de las razones de que ésta práctica deportiva ‘sui generis’ tenga tantos seguidores. La competición pura y dura, que para muchos es el olimpismo, no cuadra con esta forma de pensar de muchos surferos. ‘El espíritu libre del surfer, que algunos llaman riders, no encaja con esta modalidad de vivir el mar, que no quiere saber nada de desarrollos competitivos…’
Para complicar las cosas, dentro de la amplia familia de surfistas ya hay disparidad de opiniones y la génesis de un enfrentamiento. Quienes han conseguido que el surf sea olímpico -en realidad ha sido obra y gracia de un surfer histórico, a veces un outsider en el complejo y variopinto mundo de los riders sobre olas-, han volcado gran parte de su energía humana y personal en convertir el surf en olímpico, a pesar de trabas y dificultades que ello de entrada conllevaba. El artífice, Fernando Aguerre, un amante de las olas argentino, presidente de la Internacional Surfing Asociation, (ISA) ha sido el conseguidor de esta proeza institucional, y en los próximos Juegos de Tokio 2020 el surf hará acto de presencia en el gran evento deportivo de los Juegos.
Esta hazaña, que con el tiempo habrá que valorar, ha desconcertado a algunos segmentos de surfismo, sobre todo los interesados en defender el actual colectivo de surfers profesionales, agrupados en la World Surf League (WSL). Muchos consideran esta astucia de Aguerre una intromisión y una vulneración de los valores intrínsecos del surf, y les ha molestado que un organismo tan institucional y establecido como el COI haya aceptado la propuesta de que su deporte sea considerado olímpico, sin haber pasado una consulta previa con ellos, ni esperar su consentimiento.
Puede que la guerra entre familias surfistas esté declarada
Los aficionados al surf que han hecho de su afición su razón vital, y casi profesional, no han visto con muy buenos ojos esta intromisión del argentino surfero, que siempre se ha movido bien en los altos medios institucionales del COI. Pero otros ven en esta apuesta una forma de proyectar su espíritu deportivo. Lo cierto es que muchos practicantes de base del surf hoy tienen el corazón partido, de no saber a ciencia cierta con qué valoración optar: surf olímpico, o no.
Para muchos el olimpismo en el surfing puede condicionar negativamente el futuro de esta práctica, muy distinta a la que hasta el momento tiene, al institucionalizar y domesticar un deporte que ha tenido una evolución muy particular. Para otros el reconocimiento olímpico puede dar salida a muchas vocaciones surferas que quieren competir y que piensan que ésta es una oportunidad de que sea reconocido como un deporte más.
Dejando de lado la dificultad de encontrar buenas subsedes olímpicas para el futuro surf olímpico, (no todos los mares son aptos para su buena práctica) muchos temen que se deje aparcada su filosofía de connivencia plena con la naturaleza, y que de consagrarse este deporte como olímpico, a la larga, puede que se normalicen los estadios de surf, con creación de olas artificiales, diluyendo la esencia misma de quienes defienden esta práctica.
Dilema duro. Para los más puristas entrar en el olimpismo es claudicar de la esencia de libertad. Creen que el surf es comunicación directa con la ola, la naturaleza, la libertad, y no se puede competir por unas medallas. Es exhibición deportiva, pero no lucha por la victoria.
El debate está abierto. La evolución futura del surf tendrá que contar con esta nueva realidad que se les ha impuesto, la voluntad de ser olímpicos y que les hayan dado el visto bueno.
Para muchos un sacrilegio, pero para otros, ¡por qué no!, una oportunidad de competir plenamente en un deporte que también aman. Y estos siempre argumentarán que el célebre surfer hawaiano Duke Kahanamoku, nadador olímpico en Amberes 1920 y vencedor con dos medallas de oro de natación en aquellos Juegos, ya en aquella década del siglo pasado, pidió al barón de Coubertain, entonces alma mater del COI, que si podría el Comité Olímpico incluir el surf en el programa olímpico. El militar y deportista francés en aquel momento se horrorizó al oír esta sugerencia del nativo hawaiano. Hoy, Fernando Aguerre ha logrado lo que en su momento no pudo Ducke, y lo celebra con los suyos de la ISA, recordando que cuando él expuso esta sugerencia por primera vez al entonces presidente del COI, Jose Antonio Samaranch, éste tomó buena nota y le dijo ‘pronto el surf será olímpico, ¡por qué no!’
Fernando Aguerre, la ola del Surf Olímpico en Tokyo 2020