El escenario de dos guardias de mar podría calificarse, sin temor a equivocarnos, de una duración “peligrosa”, sobre todo por las zonas de nuestro viaje, pero si a ello le añadimos lo que sigue a continuación, la calificación anterior se queda corta.
Nuestro “curioso” reparto de las dos guardias era el siguiente. Yo entraba de guardia a las 00 horas y el Capitán debía relevarme a las 06, algo que no sucedía. El que sí aparecía en el puente, puntual como debe ser, era el relevo del timonel, estos hacían dos horas de timón y cuatro de descanso.
Para conseguir que el Capitán me relevara era necesario enviar al timonel a “llamar con insistencia” a la puerta de su camarote, en ocasiones por más de una vez, llegando a dar las 07 horas. Algo inaudito.
Al turno siguiente la guardia de la tarde volvía a ser de juzgado de guardia. En teoría debía relevarme a las 18 horas, para ello era necesario que cenara a las 17:30. Pues no, la norma era ponerse a cenar a las 18 con los demás oficiales, los de máquinas, lo que significaba presentarse en el puente cerca de las 19 horas. Este abuso me causaba un profundo malestar, por darle un adjetivo suave. Reconozco que dada mi juventud, 19 años, no supe cortarlo como debiera.
En realidad, mi paso por este barco se podía calificar de “Prácticas-Express”. Un simple cálculo nos dan 14 horas de guardia. Pasar de 08 a 14 no es cualquier cosa, sobre todo si en lugar de cruzar el océano, navegas en aguas, con frío, mal tiempo y con un pésimo barco.
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