Formaba parte de la pequeña flota que pertenecía a la Naviera Erhardt y Cia de Bilbao, compuesta por 5 unidades; Eco Sol, María, Luisa, Gabriela y Mercedes, todas ellas de poco tonelaje (800/1200 tons.), dando servicio más o menos regular desde los puertos del Mediterráneo a los de Rotterdam, Amberes, Bremen y Hamburgo, aparte de cerrar fletamentos completos entre ambas zonas. Algo que nos puede dar idea de la dificultad que ofrecía esta ruta y de la “fragilidad” de estos barcos, quedaría reflejada en la fama que se ganó en la época de que no hubiera año que uno de sus barcos pudiera tener un grave accidente, abordaje, varada, o hundimiento.
Tripulación: 12/14 personas. Estado general de máquina: fatal, algo que la compañía bien conocía, a pesar de lo cual solo realizaba reparaciones puntuales, a todas luces insuficientes, otro factor importante que contribuía a aumentar los riesgos que suponía navegar en las aguas del Mar del Norte. Nuestra “discreta” velocidad de crucero estaba entre los 7/9 nudos, insuficiente para navegar en aguas en donde las corrientes podían llegar a alcanzar valores de 5 nudos. La velocidad habitual, en un alto porcentaje de barcos, se situaba entre los 15/18 nudos.
En cuanto al equipo de navegación teníamos lo más básico que podía darse en la época: un compás de gobierno y una aguja magistral en el puente alto -de muy poca utilidad dada la imposibilidad de obtener “ct” (correcciones totales) ya que era impensable poder ver el sol a partir de Cabo Finisterre (ahora Fisterra); un viejo radar de tamaño enorme que en aquellos barcos ocupaba medio puente, -lo de viejo es porque se instalaban radares de 2ª mano que solían proceder de desguaces-. Lo más habitual era llevarlo encendido en las escalas de 0,5 millas a 1,5 millas, y casi de forma exclusiva prestando atención a los ecos (barcos), de la banda de estribor. Dabas por hecho que los que te quedaban a babor ya se preocuparían ellos de maniobrar.
Puede parecer un método muy expeditivo, pero las zonas con gran densidad de tráfico te obligaban a ello. No obstante, las normas de navegación en estas aguas nos recomendaban mantenernos dentro de los canales de navegación marcados en la carta náutica, ello nos daba cierta garantía de que todos íbamos en el mismo sentido de la marcha, si bien las enormes diferencias de velocidad podían dar lugar a situaciones de alcance muy rápidas generando otro factor de riesgo de abordaje.
Otros rumbos muy diversos son los que se daban en pesqueros y el tráfico de ferrys. A destacar que la visibilidad en la zona, de forma casi permanente, se situaba entre las 0,5 y 1 milla, con suerte. Si tenías la ocurrencia de poner la pantalla de radar a un alcance de entre 15 ó 25 millas, parecía lo más próximo a un sarampión por los innumerables ecos que podías avistar en la pantalla.
Otro elemento indispensable era el “gonio” (radiogoniómetro). Se puede decir que gracias a él podíamos alcanzar nuestro destino. Nos permitía identificar boyas, radiofaros y “chatas” (barcos faro anclados), los cuales proliferan en las aguas del Mar del Norte. Ello era posible debido a la poca profundidad de la zona y eran básicos para canalizar el tráfico. El radioteléfono completaba todo nuestro “gran” equipo.
Capítulo I de estas Singladuras aquí