En verano, los veleros de chárter, pocos, zarpábamos cada sábado hacia las islas Baleares. Aprendimos deprisa gestionar mistrales y limpiar vómitos. Con el tiempo llegamos a hacer más de quince vueltas en Menorca al año. Más adelante, las facilidades y los vuelos baratos permitieron ir ampliando el radio de los viajes, hacer cambios de tripulación en escalas y operar desde bases cada vez más lejanas: Cerdeña, Córcega, Sicilia… Además de las temporadas de invierno al otro lado del Atlántico cruzar mar Jónico hasta el Adriático, Grecia y la ribera sur del Mediterráneo representó la consolidación de nuestra pasión por las travesías y descubrir un mundo que continuamos explorando. Ya hace más de diez años que proponemos un nuevo destino cada temporada, lejos de la sobre saturación veraniega de las Islas Baleares y sus precios ridículos.
Una vez pasado el estrecho de Messina o Malta el viaje empieza a alargarse y hacerse un poco más incierto. Abandonamos un sistema meteorológico conocido y común, lenguas hermanas y empezamos a contar las distancias por miles de millas. Dejamos atrás garbí, mistral y tramontana y entramos en los países del bora, el jugo o el meltemi. El morro con el que hemos chapurreado italiano o francés es inútil para pronunciar palabras sin vocales, escrituras diferentes. Dubrovnik y Atenas están a poco más de mil millas de Barcelona, Estambul a 1500 … Miles de millas para virar, trasluchar, ceñir mucho… mucho. Sufrir calmas, evitar temporales y pescar alguna atún pero, sobre todo, para hacer escalas.
El Mediterráneo es un mar de escalas… una gran palabra de origen griego, como casi todo. Cada isla del Egeo tiene una «chora», un pueblo de casas apiñadas, encaramado en el punto más alto de la isla, lejos de los peligros que llegaban del mar. Pero también una «Skala», literalmente un lugar para embarcar, para apoyarse y continuar el viaje, un topónimo que los griegos esparcieron por el Mediterráneo en sus navegaciones de cabotaje. La gran dificultad a la hora de hacer millas en este mar es la cantidad de lugares interesantes para hacer escala. Cada cala tiene miles de años de historia, cada piedra una leyenda, cada pueblo una receta diferente con los mismos ingredientes y cada puerto un café para escuchar la tertulía y observar.
Cada año cruzamos una buena parte del Mediterráneo en los viajes de ida y vuelta de nuestros destinos de verano. Son travesías cuidadosamente planificadas, con distancias razonables, escalas atractivas y lugares de embarque bien comunicados pero que sabemos que difícilmente se cumplirán exactamente. Los vientos o las circunstancias nos impedirán fondear en alguna isla, haremos escalas inesperadas y esperamos entrar de madrugada en puertos que nuestros ojos desconocían. Es así como este otoño cenamos en una remota casa de montaña albanesa, como hemos compartido jamón ibérico y aceitunas de kalamata en una taberna del Peloponeso, contemplado boquiabiertos la puesta de sol tras los minaretes en el castillo de Kelibia o cerrado los bares de madrugada en un puerto de la Toscana con un grupo de pescadores de Vila Joiosa.
A principios de junio el Onas zarpará de nuevo hacia el sur de Cerdeña, una escala habitual. Navegaremos hasta Túnez para volver a curiosear por las medinas, fondear en Sidi Bou Said y escuchar la llamada a la oración del muecín. Queremos recalar, también, en la isla de Pantelleria, la perla negra la llaman, no hemos podido parar nunca aún. Cambiaremos de tripulación en Sicilia, una escala inevitable, muy querida, y pondremos proa a Grecia con ganas de recalar en este país auténtico y rebelde. De amarrar en puertos destartalados, fondear en calas bajo pinos y cipreses, escuchar rebetika y degustar el Ouzo en la taberna del pueblo, encantados de merodear por estos mares como buenos herederos de fenicios y del tramposo Ulises.
Tras pasar casi tres meses navegando por mar Jónico al final del verano emprenderemos las travesías de vuelta a casa. De volcán en volcán y de isla en isla navegaremos hasta Cerdeña y reencontraremos los amigos en Menorca.
Todavía quedan muchas islas para ver, muchos países para conocer mejor y mucho para aprender. Seguiremos navegando entre Algeciras y Estambul como en los últimos treinta años. Con alguna escapada, también, para tomar el aire en los océanos. ¿Nos acompañas?
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