Para quienes estamos acostumbrados a navegar en mar abierto puede que nos resulte extraño eso de navegar por un río. No quiero ser etnocentrista, es decir, que mi punto de vista por el que analizo mi realidad es el correcto; y mucho menos ser un solipsista, es decir de aquel que solamente cree que lo que él hace o piensa es lo bueno y único. Pero aquí, en España, no es habitual que naveguemos a vela por corrientes fluviales, aunque tengamos dos o tres ríos donde se puede perfectamente gobernar un barco a vela, e incluso realizar una regata.
En lagos, embalses, pantanos sí que nos resulta más normal disfrutar de la vela, y la prueba es la gran afición que hay en los embalses de la zona de Madrid, Extremadura, Álava. Pero en ríos, navegar a vela en ríos, es una actividad realmente excepcional en nuestro país. En otros países el escenario fluvial, como platea de regatas a vela, está más normalizado, incluso es una práctica cotidiana, y obligatoria, pues algunos territorios no tienen otro marco para desarrollar esta afición. Pero en España, con tantos kilómetros de costa, ésta no es una opción imperante y, además, no tenemos grandiosos ríos para para navegar con garantías en estos cursos de agua dulce. Los que hay se limitan a tres o cuatro zonas muy exclusivas con verdadera riqueza fluvial: en Sevilla y Huelva, con ríos como el Guadalquivir, el Guadiana, la confluencia del Tinto y del Odiel; en las rías (que no ríos) del Atlántico ibérico (mar del Tejo o de la Paja en Lisboa, la desembocadura del Duero en Oporto); las Rías Gallegas, y la zona lacustre del río Fluvià en el Empordà catalán. Pero lo normal en nuestro país es navegar y regatear en mar abierto.
Ante esta realidad, que no prejuicio, valoro con mucha consideración la voluntad de unos aficionados que contra viento y marea han reivindicado, desde hace años, un río como campo de regata fluvial idóneo, además de para la navegación y la aventura, apto para desarrollar un regata. Me refiero a los navegantes hispalenses y a su río amado, el Guadalquivir, que desde hace 50 años ponen el acento en demostrar cómo el tramo de río entre Sanlúcar de Barrameda a Sevilla es un lugar como otro cualquiera para desarrollar una regata: el Ascenso al Guadalquivir. Es tonificante, en los tiempos que vivimos, comprobar el esfuerzo realizado por unos apasionados de la navegación a vela en reivindicar un rio como un campo de regata.
A finales de septiembre, este año será el próximo sábado 26 de septiembre, se procederá a cubrir un año más -y van 50- esta singular regata, que en otro país europeo sería de lo más normal, pero que en España es única y especial.
Cuando se instituyó esta prueba a vela, el Ascenso del Guadalquivir, sus promotores del Club Náutico de Sevilla la impulsaron con la idea de promocionar la navegación deportiva a vela por el río Guadalquivir entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda. Y este deseo lo renuevan cada año. Sevilla siempre ha sido un puerto fluvial. Aquí llegaban los galeones de las Américas. Méritos de navegación no le faltan a este tramo de río para ser reconocido como una vía marítima de primer orden, pero su reivindicación deportiva y festiva pasa precisamente, para no caer en el olvido, por fortalecerse gracias a esta prueba que ha dado carácter a esta institución náutica.
La primera edición del Ascenso al Guadalquivir se celebró en el año 1966 y ya en aquel entonces participaron 45 embarcaciones de vela ligera, porque en un principio esta regata estaba reservada a este tipo de pequeñas embarcaciones como eran las clases Snipe, 420, Vaurien, Cadete, Raqueros, 470. Toda embarcación a flote era apta para la aventura. Pronto se sumaron los catamaranes, Hobbie Cat, Nacras, el Patín de Vela y las tablas de windsurf. Era la gran fiesta de la vela en la zona atlántica andaluza que congregaba, y congrega, a los aficionados a la navegación. Y también era la aventura a vela de muchos osados navegantes, porque remontar 40 millas río arriba, con embarcaciones de poco calado, no dejaba de ser una aventura de titanes. Después, desde el 2010, se sumaron a la fiesta las embarcaciones de crucero, y hoy éstas son las representantes únicas y dominantes en esta prueba que sale de Sanlúcar de Barrameda para llegar al centro de Sevilla.
Cincuenta años después de aquella iniciativa es loable reconocer la valentía y entusiasmo de aquellos impulsores que creyeron en las pequeñas embarcaciones para hacer realidad una aventura náutica “un grupo de deportistas, que en aquella época estaban considerados como ‘locos’, -tal como señala el hijo de uno de sus promotores, Jose Manuel Parejo-, por querer practicar el deporte de la Vela en aguas del Guadalquivir, y que solo les movía el demostrar una cosa, que se podía recorrer a vela el tramo navegable del río, entre Coria del Río y Sanlúcar de Barrameda”.
En otros países como Estados Unidos, Canadá, Francia, Holanda, Alemania, Rusia, con sus grandes y magníficos ríos, no hace falta demostrar que en un río se puede navegar. Allí es práctica normal. Pero aquí, llevar a buen puerto una idea así no es fácil. De todos modos, y a pesar de que ahora se ha acotado su participación solo a los cruceros de vela, el Ascenso al Guadalquivir está vivo. Y en la historia de estos cincuenta años hay que valorar mucho el mérito de los más de tres mil regatistas que han demostrado que se puede también navegar a vela en un río en España.