A los propietarios y usuarios de las embarcaciones de recreo se les puede clasificar de muchas maneras y en muchos grupos. Aficionados a la vela o al motor, aficionados a la gastronomía o al submarinismo, pescadores o vegetarianos, y cuantas ustedes quieran, pero con toda seguridad, hay un grupo al cual no le duele reconocer que desea pasarlo en grande. El hedonismo es una faceta más en el mundo de la navegación.
Hubo un tiempo que el mérito de esto de navegar era explicar lo duro que resultaba. Para la mayoría, el enamoramiento del mar resultaba enfermizo, era como estarlo de una novia que no les correspondía; había sufrimiento, desde la utilización de un lenguaje críptico, que sólo ellos entendían, hasta el enfrentamiento a mares procelosos a bordo de barcos que, cuando la tertulia lo requería, parecían cascarones. La verdad es que, años atrás, incluso barcos considerables se acercaban bastante al comportamiento de cascarones…
Entiendo los sacrificios que hacen quienes practican de veras los deportes náuticos, los esforzados regatistas que se cuelgan de la banda para ceñir más rápido, consiguiendo así un tono muscular envidiable. O quienes se levantan a las cuatro de la mañana para salir a pescar a 30 millas. Me refiero a quienes pescan por placer, claro.
No es cierto que Felipe II enviase sus naves a luchar contra los elementos, pero la gracia de la navegación de recreo parecía estar, precisamente, en lo mal que se pasaba a bordo. Del diseño de los barcos más vale no hablar, pues la ergonomía no empezó a hacer acto de presencia hasta hace cuatro días. ¿Cuántas veces se sentó usted en el respaldo del asiento para conducir la lancha? ¿Cuántas veces se levantó la piel de los muslos, de tanto rozar en el flotador de la neumática? ¿Cuántas veces al levantarse de la siesta de dio usted un coscorrón con la litera de arriba? Hay un relato de Edgar Allan Poe, El entierro prematuro, que trata precisamente de esto.
Ahora se ha producido el cambio. Los aficionados no quieren salir al mar como quien va a misa, para darse con el cilicio, sino como quien va a la discoteca, para desmelenarse, dentro de un orden, y están dispuestos a hacerlo patente. Avalaré tan aventurada hipótesis en algunos ejemplos.
En cierta ocasión visité en el Salón Náutico de Génova una lancha Ilver de 35 pies diseñada en colaboración con Sony. Una one-off sin precedentes que, bajo una apariencia normal, ocultaba un interior extraordinario. Ni cocinas, ni dinettes transformables, ni zarandajas. Un sofá y un equipo audiovisual de última tecnología, Sony, por supuesto, que haría temblar las paredes de una cámara acorazada; en proa un jacuzzi circular y un aseo. Fin. ¿Para qué suponen ustedes que el armador utilizará el barco? A comer, al restaurante, y a dormir, al hotel.
Más. En el Salón de Barcelona estuvo My Way, un Benetti de la serie Classic de 35 metros. Entre sus muchas características me llamó la atención la cabina del armador, a proa de la cual se situaba un egregio cuarto de baño, en cuyo centro se había dispuesto un jacuzzi circular. Haré un paréntesis para reclamar un estudio concienzudo sobre la evolución del jacuzzi en la náutica, que ya no se limita a los flybridges de los superyates. El mamparo de separación entre el baño y la cabina del armador de My Way era nada menos que un cristal que podía ser opaco o transparente a voluntad; un mando a distancia permitía alterar, desde la cama, sí, desde la cama, la corriente eléctrica que pasaba por el cristal y tener visión directa sobre la bañera o disponer de una opacidad total. Tan tentador elemento no sólo era mostrado a los visitantes, sino que constaba claramente definido como “malizioso” en la nota de prensa del astillero italiano.
Alguno de ustedes pensará que semejante desenfreno sólo puede ser obra de un recién llegado a esto de la náutica, pero se equivocará. El armador de My Way era Herbert Dahm, el distinguido caballero que dio nombre a la empresa Dahm International, broker de Jongert en multitud de países y armador de estrellas históricas de la vela como Mephisto, yate ganador de la Copa del Rey en 1984 o Inspiration, ganador del mismo trofeo en 1985.
Seguimos. En algunos grandes yates el cuarto de baño –de baño- cuenta con dos duchas. Cierto que en algunos las duchas están separadas, una para cada miembro de la pareja, pero en otros las dos duchas están juntas. J U N T A S. De modo que los miembros de la pareja, matrimonio o no, de hecho o no, pueden ducharse juntos y regular cada uno de ellos la temperatura y el chorrito del agua. ¡Va, hombre! ¡Te lo estás inventando! Es cierto totalmente, como lo es que no he tenido la oportunidad de comprobar la eficacia del sistema, pues si las dos personas que están bajo los chorros están muy juntas…
Pero no hace falta limitarse a las duchas de los cuartos de aseo. Las duchas exteriores ya no se limitan a la plataforma de baño, están también en el fly, para que quien esté acalorado u acalorada después del baño de sol se pueda remojar toda la piel a la vista de todos, de todos los que están en el fly, o de todos quienes pasean por el muelle. ¿O qué creen que hace la gente en el puerto de Saint Tropez? Pues exhibirse, hombre, exhibirse.
Claro que no es lo mismo gozar de un barco de 30 metros que uno de 30 pies, pero desde este momento, no quiero volver a oír, con referencia a un yate, eso de que una mala noche la pasa cualquiera. Será cualquiera que no pueda pasarlo en grande. ¡Buen verano!
Nota: Las fotos que ilustran este artículo fueron suministradas en su día por astilleros, para ilustrar noticias o reportajes.