¿Qué hacer con las bengalas? ¿Con qué bengalas? Con la caducadas, por supuesto. Con las que no están caducadas hay que tenerlas a bordo para poder utilizarlas en caso de que se tenga que pedir auxilio utilizando este pirotécnico método.
Me dice un profesional del sector que solo un 4% de las bengalas vendidas en España vuelven a sus orígenes una vez caducadas. Puesto que sería exagerado suponer que el resto, un 96%, son utilizadas en naufragios o emergencias de todo tipo, no queda más remedio que concluir que las bengalas caducadas son echadas a la basura, o, inapropiadamente, utilizadas en algún festejo, con el peligro que eso implica.
¿Qué clase de festejo? Las procesiones náuticas del día de la Virgen del Carmen o los desembarcos piratas, tan de moda en algunas playas, pueden ser un momento en el que se produzcan este tipo de usos o lanzamientos. No hay que perder de vista que algunas bengalas se lanzan de modo parecido a los cohetes de las fiestas estivales. Ni se le ocurra llevarlas a un estadio de fútbol o a una discoteca. Además, su uso indiscriminado en el mar puede ser objeto de sanción, pues puede provocar un riesgo innecesario por parte de quien acuda a la llamada de socorro que implica la visión de una bengala. Incluso las prácticas deben ser comunicadas con antelación a las autoridades para evitar sobresaltos innecesarios.
Coñas aparte, la cosa no es fácil. El tema de las bengalas y otros materiales pirotécnicos está recogido en la normativa vigente, básicamente en el Real Decreto 563/2010, de 7 de mayo. El asunto es que para tener bengalas a la venta hay que estar dispuesto a recoger las bengalas usadas. En este caso “dispuesto” no quiere decir tener una buena disposición, una gentileza con el cliente, no. Quiere decir que hace falta un almacén para guardar las bengalas con seguridad, y no provocar un incendio en el puerto o en el edificio de vecinos donde se encuentra la tienda de efectos náuticos de que se trate.
Una instalación de recogida de bengalas puede costar unos 12.000 euros. Y su capacidad es limitada. Bastante limitada. Cada tanto hay que vaciarla. No en el retrete, sino transportarlas en un vehículo adecuado hasta un polvorín mayor. Un vehículo de transporte adaptado a estas necesidades puede costar unos 30.000 euros. ¿De verdad sale a cuenta comprar y vender bengalas? Porque el que las vende las ha tenido que comprar antes, se las han tenido que llevar a la tienda desde la fábrica o desde el importador, y no vale mandarlas por mensajero…
En este país ha habido experiencias muy desagradables con el uso de materiales explosivos por parte de delincuentes, no vamos a detallar ahora, de modo que es normal que las autoridades exijan un control sobre quien tiene determinada cantidad de explosivos, desde canteras a constructoras, pasando por vendedores de material pirotécnico.
Cuando el armador de una embarcación compra el reglamentario paquete de bengalas, distinto según la zona de navegación para la cual se despacha el barco, tiene la tranquilidad de pensar que se puede olvidar de ellas durante cuatro años. Nadie espera pasar por el mal trance de tener que utilizarlas. Pero, a medida que se acerca la fecha de caducidad, la cosa se complica. En realidad, no deberían permanecer a bordo. No vaya a ser que, cuando las soliciten en una inspección, vayamos a mostrarles a los agentes de la autoridad el material caducado en lugar del correcto. Lo normal sería llevar el material caducado al comercio de efectos náuticos, dejar las bengalas caducadas y comprar otras nuevas.
Aquí empieza toda la retahíla de problemas:
Primero, puede ser que el comerciante no quiera aceptar la viejas porque no las vendió él.
Segundo, puede ser que no las quiera aceptar porque solo vende, no recoge.
Tercero, puede ser que sí las recoja. Fin del problema para el cliente. La actitud del cliente debería ser la de no comprar bengalas nuevas si el comercio no le recoge las caducadas. Pero que el comercio las recoja no implica que finaliza el problema, pues muy bien podría ser que el comercio haga lo que no ha hecho el cliente: tirarlas a la basura, o directamente al mar. Mal asunto. Se trata de productos no solo altamente contaminantes, sino peligrosos.
En julio de 2013 un camión que recogía basuras en la zona del Real Club Náutico de Valencia sufrió un incendio. El accidente se atribuyó a que en los contenedores convencionales había algún tipo de material pirotécnico náutico que se activó al ser comprimido por la maquinaria compactadora del propio camión.
La solución pasa necesariamente por una seria concienciación de todos los implicados en cerrar el ciclo de vida de las bengalas, siguiendo los cauces establecidos. Pero si no fuera así, no sería descartable exigir una trazabilidad a toda prueba. Un código –de barras o cualquier otro– que permitiese a las autoridades saber dónde fue a parar esa bengala o paquete de bengalas que no se llegó a utilizar. Y, si se llegase a aplicar tan sofisticado método, hay de aquel que no pudiese acreditar dónde están las bengalas del demonio…