Desde el norte gallego, como la fiesta celebrada en Catoria, o las cada vez más numerosas de la ría de Aurosa, o en Limodre (Betanzos), todas con referencias vikingas, al sur canario, donde las connotaciones aquí son en recuerdo a las incursiones inglesas en las islas, como las fiestas celebradas en muchos puntos de la isla de Tenerife o en el otro extremo, en Tiuneje (Fuerteventura) o en Teguise (Lanzarote).
En la zona mediterránea también prosperan estas fiestas. Las hay de nuevo cuño, como la ya tan populares fiestas piratas de Nijar, en Almería, o en los Alcázares en el Mar Menor (Murcia) o las que tienen una honda tradición, de perfil más historicista, como las desarrolladas desde hace más de un siglo en la isla de Mallorca, concretamente en Sóller o Pollença, recordando los ataques de piratas argelinos de Ochali y Dragut respectivamente y rememorando la férrea defensa de los pobladores de estas poblaciones lideradas por el capitán Miquel Angelats, las hermanas Casanovas y Joan Mas, que lograron ahuyentar a los confiados invasores.
Pero si hay una fiesta pirata que tiene algo muy especial para mí es una que se desarrolla cerca de Barcelona, que empieza esta semana – del 9 al 13 de julio- y que sin tener la localidad, en principio, ninguna relación con la piratería, ha hecho que su fiesta pirata se convierta en un verdadero referente en este tipo de encuentro multitudinario, evasivo, ocioso y desinhibidor.
Me refiero a la Festa dels Pirates de Premià de Mar. Una fiesta, que es la veterana en este tipo de fenómeno, consistente en sintetizar el desmadre colectivo cerca del mar, con el ambiente festivo, tan proclive en época estival. Es, sin duda, la pionera. Tras ella surgieron otras muchas. Nació, un poco improvisada, como un mero acontecimiento desenfadado, para pasarlo bien, en un principio alejado de todo rigor historicista, que toman referencias a ataques piratas, reales o imaginarios, como ahora se quiere justificar este tipo de manifestaciones.
De hecho, en el Mediterráneo no hay pueblo ‘antiguo’ que no haya sufrido en su historia algún ataque pirata. Durante tres siglos este mar cerrado fue un nido de piraterías continuas. Hasta el punto que en este litoral los núcleos de población que no contaban con unas fuertes defensas, quedaron despoblados por culpa de esta amenaza. Los pueblos de este mar recibieron rutinariamente las razias de piratas, muchas de ellas procedentes del norte de África y otros, realizados por los propios vecinos de estas costas, que se tiraban al mar para atacar a sus mismos compatriotas, para robarles el sustento.
La disbauxa colectiva
La fiesta pirata de Premià de Mar, la veterana en este estilo de fiestas, surgió cuando éstas no estaban en boga. No existía este tipo de festejos y su origen fue una excusa para dinamizar una manifestación colectiva, paralela a la fiesta mayor de la población –por eso se celebra en la semana de San Cristóbal, patrón de la villa- que quería reivindicar el desmadre, lo que los catalanes denominamos como la disbauxa colectiva. De hecho no es de extrañar que una de las manifestaciones más sorprendentes de esta fiesta es una ‘carrera nocturna a pelo’, es decir: los ‘atletas’ desnudos, circunstancia que ya define el carácter primigenio de la fiesta. Ni qué decir tiene que hoy, la Festa dels Pirates de Premià de Mar ha eclipsado a la propia fiesta mayor, y la fiesta mayor de Premià se ha convertido en la fiesta pirata.
Hace años que me acerco a esta fiesta. En un principio, de eso hará más de una década, los participantes se disfrazaban de piratas caribeños. Como era lógico y natural en aquella lejana fecha, ya que entonces cuando la gente hablaba de piratas no pensaba en berberiscos, sino en Barbanegra o en el terrible Morgan. Después la fiesta se ha encarrilado en el aspecto historicista, y desde hace años se ha reivindicado como un acontecimiento donde los piratas se han reencontrado con la figura del pirata berberisco, lo propio en el Mediterráneo.
Aún recuerdo el comentario de un purista de la historia que argumentaba que no tenía mucho sentido una fiesta de piratas en Premià de Mar, ‘ya que nunca esta población había sido atacada por una razzia pirata, por la sencilla razón de que no existía esta villa en la época de las incursiones berberiscas’.
De hecho algo de razón tenía el purista. Es cierto que el municipio de Premià de Mar es el único en la zona del Maresme donde – ‘fins i tot’, como decimos en Catalunya,- no hay ninguna torre vigía que testimonie la presencia de piratas, hecho que sí se encuentran en los vecinos pueblos de Premià de Dalt, Masnou y Vilassar.
Pero, ante su argumento, y para no dar la razón plena al purista historicista, le dije:
-Tienes razón. No existe ningún vestigio de ataque pirata en Premià de Mar, porque en esta zona no había nada. En aquella época esto era un lugar desolado, despoblado, un inmenso pantanal. La costa del Maresme, en siglos anteriores, era muy distinta a la actual. El nivel del mar estaba más bajo que en la actualidad, la línea de la costa estaba más ‘alejada’ que hoy, y en el litoral de Premià se extendían lagunas y cañaverales, producidas por las rieras que desembocaban en la zona. Y es, precisamente, por esta característica que se convirtió durante siglos en un lugar ideal para ser el refugio de piratas. Aquí se establecieron hombres de mar sin escrúpulos que se dedicaban, entre otras cosas, a atacar a sus vecinos, realizando incursiones por mar, y eligieron estos pantanales para descansar y tomar fuerzas. Eran verdaderos bandoleros de mar y tenían en esta área sus guaridas para atacar a las poblaciones y a las fincas cercanas, que estaban tierra adentro, ricas y prosperas. ¿No queda, por todo ello, justificada una fiesta pirata en Premià de Mar, cuando esta orilla era, precisamente, el punto de encuentro y refugio de estos piratas?
No quedó muy convencido… No me importó, porque en el fondo, lo importante de todo ello es que la esencia de esta fiesta continúa. Perdura y cada año tiene más éxito. Y lo mejor de todo es que mantiene su idea original: servir de regocijo durante unas jornadas llenas de diversión, en pleno verano, en la orilla del mar y compartir en compañía de amigos la noche mediterránea del mes de julio. Disfrutándola a ‘tope’. Porque, a veces, la historia, solo es una bella excusa para dignificar una acción. A veces no necesaria.
Angel Joaniquet