¿Para qué sirve un yate? Para una gran mayoría de la población existe la creencia de que solo están hechos para fanfarronear, vanagloriar, exhibir una prepotencia. Esta manera de pensar también se delata en la prensa, tanto la llamada erróneamente generalista como la que refleja -lo que antes se llamaba ecos de sociedad y que ahora es toda la prensa- el teatro, la vanidad y las pasiones humanas.
Yo siempre he creído que un yate es una embarcación para el recreo, ya sea el paseo, la excursión, la pesca o el regatismo… Pero es obvio que para la gran mayoría de la gente un yate es un objeto que sirve para proyectar prepotencia y ostentación.
Cuando leo la ‘palabra yate’ en la prensa convencional –no en la prensa técnica, ni en la especializada en náutica, por supuesto- ya me pongo en alerta. Y no falla. Si en el entorno de una noticia aparece la palabra ‘yate’, seguro que es para hablar mal de algo, de alguien, para criticarlo o desmerecerlo… y puede que con razón. Lo que me apena es que siempre tenga que salir ‘un yate de por medio’ para reforzar una crítica, un argumento contra un desalmado, o la denuncia a un canalla. Cuando la embarcación no tiene culpa alguna.
Estos días los yates son noticia y no por sus ventas, novedades o proyectos de futuro. Hoy son motivo de comentario –en la prensa en general- por asuntos que nada tienen que ver con la náutica. ¡Como siempre!
Uno es porque en Cataluña las embarcaciones que figuren como activos no productivos, serán gravadas por la Hacienda catalana. La medida afectará a estos yates que están en las empresas como bienes, pero que supuestamente son disfrutados en el ámbito particular por sus ejecutivos o accionistas mayoritarios, en el terreno de la más pura faceta privada. No voy a entrar en esta materia. Hacienda, los políticos y la sociedad tienen sus razones.
Otro, es con motivo de la muerte de Fidel Castro. Para descalificar a una parte de la familia Castro, desde hace días, y tras la muerte del revolucionario cubano, no hacen más que publicitar y reiterar la palabra ‘los yates de Castro’ – como si fueran cosa del Diablo- que tanto él, como su familia, en especial su hijo Antonio, tenían en Cuba. Hasta tal extremo se ha querido remover la cosa que en cierta prensa anticastrista confundieron el nombre de su hijo Tony con el de un reputado diseñador de yates portugués, haciendo pasar los suntuosos megayates diseñados por el arquitecto naval tocayo, como si fueran propiedad y para el disfrute del hijo del comandante caribeño. Se habla de los yates de Castro y no se dice en verdad cuántos tuvo, o se le adjudican lujosas embarcaciones que nunca tuvo.
El caso es desmerecer a alguien a través de un yate
Sobre este asunto pienso, ¿cómo un yate puede servir para todo? Depende de la idiosincrasia de quien lo usa puede ser un firewall o un malvado malware. Aparte de ser un instrumento de ocio y diversión, sano y deportivo, un yate puede ser un activo improductivo, como penalizará la hacienda catalana; un apartamento patera; servir para que algunos idealistas hagan la revolución, o ser el medio para traficar con personas y armas por parte de unos desalmados.
Un yate puede servir para invadir y desencadenar una revolución en un país, como se ha hecho en más de una ocasión. Este es el caso del uso de Fidel Castro de algunos de sus barcos; así, la revolución cubana comenzó un 25 de noviembre de 1956 a bordo de un yate, el Granma. Tampoco es casual que desde 1959 a 1969 un tal Oswaldo Dorticós, amigo de Fidel, abogado anti-Batista y gran aficionado al mar, fuera comodoro en los años 50 del Yacht Club de Cienfuegos y propietario, a lo largo de su vida, de varios yates.
Este apego a la aventura de lo náutico, tanto de Fidel como de sus más allegados compinches revolucionarios, ha sido una constante en la vida del comandante cubano. Su adicción al mar ya quedó reflejada, 10 años antes de iniciar su revolución, cuando en 1947 Fidel se enroló en un golpe de Estado frustrado contra el dictador dominicano Rafael Trujillo, lo que se conoció como la expedición de Cayo Confites. Un grupo de insurgentes dominicanos –ayudados por jóvenes aventureros cubanos y veteranos milicianos españoles- promovieron una invasión armada para derrocar al régimen de Trujillo. Una aventura náutica y guerrillera, a bordo de cuatro unidades –yates deportivos de pesca de altura- que intentaron desembarcar en la isla dominicana, pero que fueron interceptados en la misma bahía de Nipe, cuando intentaban iniciar la expedición. Fidel Castro, acorralado, se lanzó al agua y escapó a nado hasta alcanzar el cayo Saetía y allí pudo huir del fiasco. Diez años más tarde hizo lo mismo, cuando decidió iniciar la revolución en su país, y no dudó en retomar esta romántica idea en armar y trasladar a Cuba a sus guerrilleros a bordo de una embarcación deportiva, tal como hizo.
Lo hizo con el Granma, una embarcación de pesca amateur, de unos 14 metros, comprada al bróker mexicano Antonio del Conde, que también suministró el armamento necesario para el desembarco a la isla a los revolucionarios cubanos, posibilitando, después de una masacre en la zona de Magles de Los Cayuelos en la costa de Sierra Madre, entrar en Cuba e iniciar su larga marcha hacia la Habana.
Con el Granma, mitificado hasta la sociedad en los entornos revolucionarios cubanos, tampoco pudo alcanzar el objetivo propuesto, es decir el desembarco en la playa Colorada, pero continuó con su aventura revolucionaria, y cuando triunfó su revolución, Fidel prosiguió con su afición náutica, a partir de entonces sin tener que jugar a guerrillero.
Fidel, un pirata del Caribe
Su guardaespaldas particular, Juan Reinaldo, dijo de Castro en una entrevista que ‘Fidel tiene la mentalidad de un pirata del Caribe. Situarse fuera de la ley, navegar en la informalidad, practicar el contrabando no le plantea ningún problema, puesto que las circunstancias lo exigen y su postura de resistencia ante el embargo estadounidense lo autorizaba todo’.
Aficionado al mar y a la pesca submarina, Castro nunca pensó en dejar sus aficiones marítimas. Y para ello contó con varias embarcaciones, como las Aquarama I y II, la Pionera o las conocidas como Purrial de Vicana I y II. Destacar que Aquarama II ha sido su barco hasta hace poco. Amarrado en La Caleta del Rosario, en la isla de Cayo Piedra (cerca de la bahía de Cochinos), donde una marina le servía de puerto base de sus otras embarcaciones de pesca, las Purrial, y a la flotilla guardaespaldas del Comandante, le permitía recorrer la costa meridional de la isla y acercarse en los bajos de coral que tanto gustaba recorrer haciendo caza submarina y buceo.
El Aquarama II era su yate insignia. Un modelo vintage de lo más granado de los yates en el Caribe, construido con maderas nobles importadas de Angola y con cuatro motores de 1500 HP de patrulleras soviéticas. Motonave de 89,63 pies (27,3 metros) de eslora, con 4 baños, camarotes de lujo, aire acondicionado, televisores, bar, navegador satelital, con ella recorrió toda la isla y parte del Caribe sin ningún rubor. Dicen que desde hace unos años esta embarcación se encuentra en régimen de chárter al mejor postor, para ‘quien la alquile -lo asegura el periodista anticastrista Juan Almeida– al módico precio de 5 mil dólares al día…’.
Bulo, o verdad, lo cierto es que al comandante le gustaban las actividades en el mar. Y seducía a los suyos a que le acompañaran en sus aventuras, ya fueran guerrilleras o deportivas. Es conocida su afición a… la pesca submarina. Organizó un campeonato del mundo que escandalizó a la opinión pública internacional por la cantidad de presas cazadas en aquella edición y donde se cuestionó, por primera vez, el uso de escafandras de aire comprimido. Buzo excelente, le encantaba organizar estas partidas de pesca submarina con sus amigos. Su capacidad aeróbica era increíble y le permitía sumergirse a pulmón hasta a diez metros de profundidad sin dificultad.
Por todo ello no me extraña que en el funeral del cubano la persona elegida para representar a España haya sido el Rey Emérito. Un acierto. Sin duda, la persona más adecuada, ya que en el fondo Juan Carlos I también ha sido y es un hombre de mar. Y como hombres aficionados al mar, los dos se admiraron mutuamente. No por sus condiciones de estadistas (pura anécdota), revolucionario uno, monárquico el otro -¡que no!- sino como entendedores de lo que representa navegar rodeados del horizonte marítimo. Porque en el mar, todos quienes lo sienten de verdad, se encuentran en él como camaradas y compañeros hasta en la muerte.