Por desgracia, en nombre de la seguridad se ha violentado su razón de ser. Se ha hecho mucha mala política y mucho negocio con ella. Se han tergiversado conceptos y se ha convertido en tabú sacrosanto, que ha ahogado muchas aficiones y ha beneficiado a muchos vividores. Por la importancia que tiene la seguridad en cualquier actividad humana, no se ha ‘de tomar su nombre en vano’. Esto sería un pecado o una blasfemia. Y en nuestro país, por desgracia, se ha blasfemado en demasía, tomando como argumento persuasivo y disuasorio a la seguridad.
En alguna ocasión he señalado que en España, ciertos personajes, no quieren que la gente salga al mar. Administradores públicos, funcionarios de turno, talibanes contrarios a la libertad individual y de la aventura personal, han mostrado durante años un verdadero deleite en impedir que la gente disfrute del mar. Y para que esto se pudiera materializar, entre otros mecanismos, se ha utilizado la seguridad, como herramienta para impedir –entre otras sutilezas burocráticas- que la gente navegue.
La seguridad castrante
Dado que la seguridad absoluta no existe, -es una entelequia, una falacia- nuestra administración, desde hace unas décadas, ha estado elaborando ininterrumpidamente todo un cuerpo normativo para hacernos creer que solo con legislaciones inquisitoriales, normativas desproporcionadas, intenciones paternalistas, se puede navegar con plena seguridad. Eso sí, castrando aficiones, diluyendo impulsos personales náuticos. Se pregona legislativamente que siempre y cuando se cumplen unas ordenes publicadas en el BOE –a veces inabordables, insostenibles e imposibles de cubrir- se acota el ‘peligro de navegar y se alcanza la cota de riesgo cero’, dando al sufrido aficionado, que consigue superar el trance, una patente de corso para poder exhibir a la guardia costera que va seguro y equipado convenientemente, según la normativa. En el fondo esta literatura legal está pensada para filtrar al máximo el acceso de la gente a la navegación recreativa y deportiva. Un engaño, del que algunos sectores, con tanta normativa, han sabido aprovechar, en detrimento del aficionado.
Saber vivir en el borde del abismo, como decían los viejos rockeros, es propio de la misma existencia humana. Saber gestionar esta realidad, convivir con el riesgo o el peligro ha de formar parte del desarrollo de nuestro carácter y personalidad. La seguridad absoluta no existe. Obsesionarse con ella es caer en una patología autodestructiva y de enfermos. La verdadera seguridad surge del propio interesado, que ha de formarse continuamente en ella, curtiéndose y aprendiendo a estar y ser seguro, por convicción. Esta es la esencia de la verdadera seguridad, ser consciente de lo que estás haciendo y resolver las situaciones. La seguridad es importante, fundamental, diría. Pero es una cuestión de conciencia personal. Uno ha de tener claro que si realiza una acción, ha de tener la responsabilidad de saberla llevar a cabo. Es un tema de concienciación. No solo de leyes, decretos y sanciones.
En el pasado Congreso Náutico celebrado en Barcelona se ha oído decir que es hora de ‘hacer política marítima, ¡no todo es seguridad!’. Y es cierto. Hacer política marítima es generar entusiasmo para que la gente vuelva a ver en el mar un escenario para el disfrute de la navegación. Somos un país costero y tenemos el derecho de utilizar y gozar del mar. El exceso de celo, administrativo, velando sin criterios positivos sobre cuestiones de seguridad, ha convertido en una traba continua el acceso al mar. Y la misma seguridad, como excusa, se ha trasformado en una inseguridad normativa y legal.
Embarcaciones seguras, sí
Soy tajante en pensar que la seguridad sí la han de proporcionar los fabricantes e importadores de los artilugios náuticos. Las embarcaciones han de ser seguras, por si mismas, así como todos sus componentes. Establecer requisitos esenciales de diseño, fabricación y construcción de las embarcaciones de recreo, tal como se acaba de publicar hace pocos días con una nueva normativa (Real Decreto del pasado 11 de marzo sobre seguridad en la construcción o importación de embarcaciones), es positivo. Creo firmemente que la administración ha de velar para que esto sea así. Pero obligar al usuario, es decir al aficionado que quiere navegar, a exigencias y requisitos imposibles de cumplir y en muchos casos absurdos, me parece un despropósito.
Un despropósito que roza la aberración como nos tiene acostumbrados la administración marítima española, que como dijo alguien hace tiempo ‘no se puede seguir con la cascada de interpretaciones de las normativas en la náutica recreativa, ni a la disparidad de criterios entre administradores de las distintas zonas marítimas donde, que como reinos de taifas, cada funcionario hace de su capa un sayo’.
Simplificar legislación de la náutica de recreo es necesario. ‘La exageración en cuanto a normativas de seguridad, inspecciones inexplicablemente caras, revisiones obligatorias del material de seguridad, más frecuentes que lo que indican los propios fabricantes de los equipos, titulaciones excesivas, sanciones abusivas y desproporcionadas por parte de capitanías, legislaciones complejas, y otros despropósitos parecidos’, es el pensar de muchos navegantes…
Puede que haya llegado el momento de poner las cosas en su sitio, y que el lema de este congreso sintetizado en un #embárcate, sea una posibilidad real y accesible. Y no una afición vetada por una laberíntica normativa entrecruzada e irracional que entorpece el verdadero desarrollo popular de esta afición.