Supongo que es un prueba más para poder demostrar el temple y la serenidad de los organizadores de unos próximos Juegos, y evidenciar ante el mundo que su Comité Organizador no pierde la calma y superará todos los avatares y dificultades que supone poner a una ciudad a la altura de la hospitalidad olímpica y que cumplirán el reto impuesto.
A menos de 365 días de la inauguración de los Juegos de Río 2016 la prensa internacional, siempre en alerta sobre la suspicacia de que todo va mal, pone en duda el buen desarrollo de los próximos Juegos a disputar. Siempre es el mismo relato, la misma realidad: retraso en la construcción de las instalaciones, huelgas salvajes que impiden la continuidad de las obras e infraestructuras, inseguridad ciudadana galopante, -no quiero entrar en el tema del terrorismo- quiebras de corporaciones que sostienen el evento, fallidas financieras, sobornos, políticos sin escrúpulos retratados aprovechándose del deporte, epidemias sanitarias, corruptelas de todo tipo, etc., etc., etc.
Este es el tétrico escenario que ha de lidiar una ciudad organizadora de unos Juegos, meses antes de la gran inauguración. Desde hace algunas décadas también está dentro del catálogo de críticas sin cuartel el tema ecológico. Y en estas observaciones, siempre mal intencionadas, existe un caldo de cultivo fácil en demonizar el lugar donde se tienen que desarrollar las pruebas de vela. Las críticas al campo de regata olímpico es un tema recurrente. La no idoneidad de navegar en el lugar designado por el Comité Organizador de los Juegos es siempre motivo de crítica.
Ahora le toca el turno a la vela Rio de Janeiro. Desde hace años, casi desde su designación como sede de los Juegos -y por ser ciudad de mar, con posibilidad de ser también la sede de la Regata Olímpica- se ha puesto en duda la elección del lugar. Siempre hay otra ciudad compatriota que quiere albergar estas pruebas como subsede. La razón para poder despotricar contra Rio es por la alta contaminación de sus aguas marinas. Argumentos no faltan y puede que razones, tampoco. En el lugar, durante años, -o desde siempre- se han vertido las inmundicias de la ciudad y sus suburbios chabolistas. Ha sido la desembocadura de miles de cloacas de la populosa metrópolis brasileña. El caso reciente del cuadro vírico que padeció el windsurfista surcoreano Wonwoo Cho, hospitalizado con distintos síntomas de vómitos, dolores de cabeza, mareos y deshidratación tras competir en la contaminada Bahía de Guanabara, en el Test Event de Río de Janeiro, este mes de agosto, puso sobre el tapete esta realidad.
Personalmente soy de la opinión de que no se puede navegar en un manto de aguas fecales. Y hay que ser exigente y riguroso y denunciar situaciones intolerables. Yo sería el primero en negarme a salir con un ‘vela ligera’ o una ‘tabla’ y recorrer sobre una sopa de heces, contaminada de bacterias y virus. Pero también creo que hay que tener un poco de visión histórica. Y paciencia. Ser comprensivos y confiar en que todo se soluciona. Puedo asegurar, la memoria histórica ha de servir para algo, que en la mayoría de sedes de la vela olímpica, antes de disputarse la Regata, el escenario no era el más deseado para organizar una ‘carrera de barcos’, como dicen en muchos lugares.
Y como ejemplo, para no remontarme a fechas muy pasadas, basta recordar cómo estaba antes de los Juegos, en 1988, el campo de regata de Pusan (Corea Sur): el río Han, según la prensa de la época –y aún no estaba tan solicitada la sensibilidad ecologista- lo catalogó como: ‘de un inmenso estercolero, muy propicio para coger todo tipo de infecciones’ y ahora, tras la celebración de aquellos ventosos juegos, se ha convertido en un hermoso canal, quizá el más bello de toda Asia, según cuentan turistas de todo el mundo. O el mismo campo de regatas de la Barcelona Olímpica, delante del decimonónico polígono industrial que fue antes de los Juegos todo el frente marítimo de la Ciudad Condal, y donde desembocaba la mayor cloaca de la ciudad y que todo este litoral era el lugar de emisión de los residuos industriales, a través de emisarios de las contaminantes factorías allí ubicadas. La misma bahía de Glyfada, en el golfo de Atica en Atenas, fue lugar preferido, o elegido, de fondeo y desguace de los buques abandonados por los armadores helenos, tras la crisis del transporte marítimo de finales de siglo pasado y ahora se ha convertido en un centro turístico de lujo de la capital griega. Y no digamos de la crítica irónica, por las aguas verdes que tiñó un mes antes de los Juegos a la bahía de Quindao, en Peking 2008, producto de una proliferación natural y reiterativa de microrganismos bacterianos en la zona…
Lo paradójico de todo este juego de críticas y reniegos es que al final los Juegos se celebran, sin la mayor contrariedad, y todos ellos son un éxito espectacular, catalogados como los mejores juegos de la historia. Y de estas pesadillas previas, críticas y despropósitos, no quedan ni el recuerdo.
Porque al final los organizadores normalmente están a la altura de las circunstancias y saben maquillarlo todo y logran transformar un infierno, en un paraíso olímpico. Logran renovar una zona degradada y convertirla en una zona residencial. Logran hacer de lo paupérrimo, un lugar rehabilitado. Y esto, en el fondo, también forma parte del espíritu olímpico y de la voluntad regeneradora de muchas ciudades que, por este motivo, piden unos Juegos, se encuentran capaces de ser olímpicas y de superar cualquier contratiempo.
Soy de la opinión, de que en su momento, el campo de regatas de Rio estará imponente. Siempre habrá opiniones de que tal o cuál campo de regatas olímpico no es, o no era el idóneo. Por exceso de viento (caso Pusan), o por su carencia (Sydney), por meteorología adversa (los tornados de Savannah) o la contaminación ambiental (Quindao)…, pero en el fondo todo esto forma parte del equipaje olímpico.
Muchos me llaman ingenuo, crédulo… Pues bien, quiero reivindicar la ingenuidad. Y confío plenamente en Rio 2016.