Lo he comprobado en las últimas reuniones de cruceristas a las que he asistido. Se nota que los armadores y regatistas de la vela de crucero, de lo que algunos llaman la ‘vela pesada’, en contraposición a la ‘vela ligera’, quieren volver a lo primigenio de su afición por navegar. Es decir, navegar en regata, en mar abierto, pero no regatear acotados en un ‘poligonal campo de regatas’, más propio de la vela ligera que de NAVEGANTES. En mayúscula.
No voy a entrar en el eterno dilema hispano de la discusión del sistema de medición. No. Siendo consciente de que el crucero, por esencia, -si no se trata de una competición de monotipos-, el hándicap de barco (el rating) es consustancial con la disparidad de modelos y necesario para contabilizar un resultado final de clasificación ecuánime, -y esto es cosa de sabios y fanáticos-, voy a hablar –solo- de la modalidad de navegar en crucero.
En este comentario lo que quiero evidenciar es que hoy por hoy existe una tendencia, cada vez más extendida, en saborear la esencia de la navegación de crucero. Veo que hay una corriente, un stream, cada vez más grande de armadores y navegantes en reivindicar la navegación en su aspecto más puro, es decir el de cruzar el mar, navegar largo y tendido, con el horizonte abierto, de noche también, y alcanzar una meta más o menos lejana, y no autolimitarse, solo, en participar en una corta regata, eso sí muy intensa y trepidante, enmarcada en un pequeño campo de regatas, limitado a unas pocas millas y en un único escenario marino.
De forma sesgada se diría que hablo de los que se sienten más navegantes que regatistas.
Crucero, cruise, quiere decir atravesar, cruzar durante días el mar. Y esto parece que es lo que quieren reivindicar estos navegantes. Navegar a vela durante horas y en largas distancias. Hacer sailing cruiser. Esta es la esencia del cruising, y estoy notando un reverdecer de esta forma de interpretar el crucerismo, por otra parte la más ancestral, que se había ahogado últimamente adoptando posiciones más limitadas, más propias de la vela ligera que del crucero.
Algunos armadores asiduos a regatas de las que llamamos de altura, me han dicho que ellos no son regatistas, sino navegantes que participan en regatas. Me confiesan que les gusta navegar a tope, competir y ganar, pero que en su ADN más profundo prima lo de ser un navegante, ya que en el fondo sintetizan su disfrute y afición en cruzar el mar, y cuanto más tiempo dure la prueba mejor, ‘porque a medida que pasan los días te amarinas más y lo pasas mejor y, ¡como yo!, así pensamos muchos’, me sentenció un viejo amigo, defendiendo su parecer. No seré yo quien le quite su razón. Al contrario, también pienso un poco como él.
Este parecer lo he constatado, incluso, en muchos navegantes de nueva generación, jóvenes que descubren el placer de navegar días y días a bordo del barco. También ellos se entusiasman con esta forma de plantearse el deporte de la vela. He comprobado cómo veteranos navegantes -que ya habían navegado así tiempo atrás- reivindican de nuevo, después de su paso estos últimos años por la competición en ‘regatas poligonales’, el poder disfrutar otra vez cruzando los mares. Es decir, NAVEGANDO.
El crucerismo a vela, lo que los teóricos denominan cruising sailboat, es eso, navegar atravesando mares, tiene una seña de identidad muy propia: ‘cuanto más días dure una plena e ininterrumpida navegación, mejor’.
Por definición un velero de crucero es una embarcación pensada para ser autosuficiente en el mar y para poder hacer largas travesías con ella. Parece que los armadores propietarios de este tipo de embarcación cada vez son más conscientes de ello, y tienen más ganas de competir en regatas pensadas para navegar grandes distancias, propias para las embarcaciones por las que están concebidas.
No es casualidad que en estos últimos años hayan resurgido regatas que fueron históricas en la competición del crucero a vela. Regatas que tenían el espíritu nato del crucerismo, de cubrir largas distancias, lo que obliga a una permanencia prolongada en el barco y una navegación duradera a lo largo de varias jornadas. Me lo dicen: esto es la esencia del crucero, ‘lo otro, -me comentan– son regatas técnicas, que van muy bien para entrenar, aprender, mejorar, pero que van por otros derroteros de tipo deportivo, más propio de la vela ligera’.
No me sorprende que durante estos meses hayamos leído en la prensa náutica, en webs y oído en comentarios de pantalán en clubes y puertos deportivos, sobre cómo se dinamizan muchas regatas pensadas para navegantes, definidas como de Navegación de Altura. Es decir, pensadas para los auténticos cruceristas.
El crucerismo, en su estado más original, siempre ha sobrevivido a las modas, y siempre ha contado con fieles seguidores. Que ahora estén de nuevo en auge estas pruebas no ha de extrañar. Vemos cómo muchos de los armadores disfrutan con este tipo de regatas, pensadas como un auténtico ‘cruce de mar’. No es extraño ver cómo han resurgido muchas de ellas, La Columbretes, la Mil Millas y como se ponen de nuevo en el calendario algunas que se habían interrumpido años atrás, como la emblemática Huelva-La Gomera.
Solo basta repasar eventos como la Fasnet Race por el Canal de la Mancha e Irlanda; la Giraglia Cup por el mar del mistral Mediterráneo; la Middle Sea Race bordeando las’ islas sicilianas’ desde Malta; la Sydney-Hobart, en el temido estrecho de Tasmania; la Newport-Bermuda, para ver que este tipo de navegación mueve pasiones. En nuestros mares se mueven similares pasiones en las populares Ruta de la Sal, la Mare Nostrum, la Copa del Canal entre Denia e Ibiza, las 200 millas de Altea, la regata del Mar de Alborán, regata Dos Continentes de Melilla. Todas ellas son una prueba para certificar ese fenómeno.
Y esto no solo ocurre en el Mediterrráneo. En aguas atlánticas cada año toman más carácter regatas como la del Conde de Gondomar, organizada por el Monte Real Club de Yates de Bayona y su navegación de 100 millas virando el mítico faro de Carrumeiro Chico; la emblemática regata de Sant Ginés de Lanzarote, o las navegaciones cantábricas, muchas de ellas internacionales, como la Santander-Arcachon, o la del Gaitero, organizada por el Club Astur de Regatas de Gijón, etc. Todas ellas pruebas con más de un día entero (singladura) de navegación.
Cruzar durante días el mar y su variada y cambiante actitud es la esencia misma del crucero. Y esto, cada vez se entiende mejor. Y levanta nuevas pasiones. Nuevos armadores y navegantes, algunos procedentes de la vela ligera, o de las regatas de crucero de ‘palillos o triángulos’, están descubriendo el placer de la alta navegación. Algunos de ellos se han encontrado con veteranos armadores y regatistas que desde siempre han desarrollado esta modalidad de navegar en mar abierto, y el intercambio de experiencias, sensaciones y de amistad, está generando nuevas generaciones de entusiastas de esta modalidad del crucerismo puro. Todos valoran vivir intensamente, en plenitud, durante días y horas en medio del mar, compitiendo para ser mejores y disfrutar de la navegación en toda su magnitud.
La vela acotada, la de ‘palillos o triángulos’, es necesaria para el crucero. Es el mejor entreno, -dicen- pero la grandeza del crucero, según ellos, es la navegación larga en mar abierto y mejor si tiene más de una singladura. Según ellos, ‘esto es la pura esencia del crucero’.
Resumiendo, ‘ellos navegan, la regata es la anécdota’. No les falta razón.
Angel Joaniquet