Después de una millonaria Edad de Piedra, vivimos una milenaria Edad del Hierro. Y ahora nuestra sociedad la podemos catalogar como la Civilización del Plástico. Una civilización que no tiene más de 100 años de historia, pero que ha transformado nuestra forma de vivir y nuestros hábitos. Para bien y para mal. Porque las ventajas de estos materiales que llamamos ‘plástico’, intrínsecamente conllevan el mal de dicha materia.
Las características positivas por las que valoramos los materiales ‘plásticos’ llevan consigo su aspecto negativo. Como positivo podemos valorar su ‘plasticidad’, es decir su maleabilidad y facilidad para darle forma y manipularlo, su poco peso, su baja densidad, su impermeabilidad, que es barato, su resistencia a la corrosión, su aislamiento eléctrico y, sobre todo, su resistencia a la degradación ambiental y biológica.
Pero estas mismas características positivas -sobre todo para quienes disfrutamos de embarcaciones, vestimenta e instrumentos marítimos y las sabemos apreciar- son las que en esencia hacen que el plástico sea demonizado, debido a que sus valores intrínsecos chocan directamente con que no son materia fácil de reciclar, es decir, no es un producto biodegradable, y su cremación es sumamente contaminante.
Estamos viviendo un momento en que se pone en duda el uso de los materiales plásticos, los cuales se están criminalizando.
Son conocidas las campañas lanzadas contra los plásticos. Y como navegantes, nos afectan indirectamente. Hace años fueron las conocidas ‘sopas de plástico’, que se acumulan en las zonas oceánicas de calmas ecuatoriales. Estas últimas semanas nos hemos enterado que la misma ONU ha declarado la guerra a los microplásticos que contaminan el mar, con su programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), relativa a los plásticos emanados de los productos cosméticos, que pasan a la cadena atrófica, mezclados y camuflados con el plancton, que es consumida por los peces y otros animales marinos.
Loable y buena intención esta de frenar los vertidos nocivos al mar, sobre todo cuando nos hemos enterado que el pasado 23 de febrero, en Bali, que tuvo lugar una reunión durante la Cumbre Mundial del Océano, la ONU ha pedido a los gobiernos y a la industria del plástico comprometerse en políticas para la reducción de estos materiales y a minimizar envases elaborados con estos materiales.
Según la ONU cada año más de 8 millones de toneladas de plástico acaban en los océanos y aseguran que el 90% de la basura que flota en el mar es de plástico. No podría ser de otra forma, el resto, o es orgánico, cosa que se descompone de forma natural, o son materiales minerales que normalmente se hunden. Estos datos no dejan de ser dramáticos y hay que remediarlo.
Como decía al principio soy enemigo del uso indiscriminado del plástico, hasta el punto de que hace años era de la opinión de que la única materia sólida realmente contaminante en el mundo que vivimos son los plásticos y su origen, el petróleo.
Pero me he desradicalizado con los años.
Voy a centrarme en la relación que con el plástico tenemos quienes navegamos y nos gusta la actividad náutica. He de reconocer que gracias a estos productos se nos ha facilitado el acceso al mar y los ‘plásticos’ nos han dado comodidad y ventajas, tanto en materia de conservación y mantenimiento de nuestras embarcaciones, como en la resistencia de jarcias y cabuyería, y sobre todo, en el confort en la vestimenta isotérmica e impermeable que utilizamos en el mar.
Gracias a los ‘productos plásticos’, los cascos de los barcos son mucho más seguros, longevos y necesitan de menos cuidados que cuando las embarcaciones eran de maderas, brea y estopa. Y lo mismo sucede con la sustitución de las velas, al pasar de telas orgánicas a telas de origen ‘plástico’, por no hablar de la diferencia de durabilidad y resistencia de los cabos de antaño, hechos de cáñamo, a los actuales, confeccionados con fibras sintéticas.
La misma indumentaria para evitar fríos y humedades, de las que tanto sufre el navegante en sus travesías, se han aliviado, ¡y mucho!, gracias a las fibras textiles y neoprenos, derivadas de los plásticos.
Por todo ello el plástico se ha convertido en uno de los principales aliados de nuestra afición marítima, ya que sus mismas características moleculares contribuyen a que los plásticos presenten una gran resistencia a la degradación ambiental y biológica, muy útil, o apropiado, para embarcaciones y otros componentes que han de estar en un continuo roce marino.
Reconozco que existe una relación amor/odio entre los navegantes y el plástico. No nos gusta ver flotar plásticos en medio del mar. Nos indigna cuando vemos una tortuga muerta por la ingestión de una bolsa transparente o cuando vemos redes flotando con restos de delfines, cruelmente atrapados y muertos en ellas. Pero en la balanza de ‘los pro y los contras’ hacia el material plástico, en muchos aspectos, el filo cae en favor de esta denostada materia. El plástico ha ayudado a facilitar enormemente nuestra relación con el entorno marino.
A pesar de sus evidentes inconvenientes, no puedo ahora de dejar de defender el plástico en su punto justo. Y esto pasa por que su ciclo de uso esté bien gestionado, y no hagamos con él -del plástico- un uso indiscriminado y caigamos en una dependencia abusiva. Sabemos, y ahora es posible realizarlo, cómo reciclarlo –que para esto la propia industria del plástico se ha esforzado en crear procesos para recogerlo, regenerarlo e incluso de rentabilizarlo-, para que los restos de plástico no vayan a parar en el ciclo biológico natural. Y también, nosotros, hemos de saber cuándo debemos o no adquirirlos y evitarlos, si existe una alternativa más ‘orgánica’.
Por todo ello no puedo –como navegante- dejar de reconocer y defender a mi amigo el plástico’. A pesar de mis recelos, que también los tengo. Pero cuando leo campañas en su contra a diestro y siniestro me veo en la obligación de defenderlo, para contrarrestar un poco y poner las cosas en su sitio, desde mi modesto y discutible punto de vista.
Plástico sí, pero sin abuso y siempre con una voluntad de reciclarlo. Porque como dicen los clásicos, ‘lo tóxico viene de la dosis’. La cantidad, la proliferación indiscriminada y sin criterio es el problema. Con el mal uso del plástico, a lo largo de nuestra ‘Civilización del Plástico’, nos hemos pasado en la dosis, al quererlo hacer todo con él. Pero no me parece justo criminalizarlo, pues es un elemento que nos ayuda en nuestro día a día. Y más en nuestro entorno marino, que es de lo que hablamos aquí.