Acercarse a la costa con temporal no es juicioso. Es peligroso. Tanto para las embarcaciones como para las personas y las cosas. La naturaleza es brava cuando los elementos se desencadenan frente a la línea de mar. Rompientes, marejada, olas abaten con descomunal fuerza contra todo lo que encuentra en su choque contra la costa. Esto lo saben los buenos navegantes y evitan cualquier recalada con fuerte temporal.
Cada zona de costa tiene su temporal nefasto. En el Mediterráneo español suelen ser aciagos los temporales de levante, y aún lo es más el no tan habitual temporal de gregal. Este último se ha convertido en protagonista estos días, producto de una ciclogénesis en el centro del Mediterráneo (muchos la llaman la borrasca argelina) que aprieta un viento procedente del NE, bombeando aires, y si ocurre en invierno trae el frío del centro de Europa y Siberia hacia el levante español, volviéndose gélido.
Estos temporales de gregal son especialmente duros en el litoral catalán, en las Baleares, y también afecta esporádicamente a la zona del Golfo de Valencia, como ha sucedido esta última vez.
Recuerdo que a finales de los 60 una regata celebrada en Arenys de Mar fue trágica a causa de la impaciencia de los regatistas por entrar en puerto durante un temporal de gregal que azotó la costa central catalana aquel año. También se recuerdan temporales de gregal en el levante español, como el acaecido en Denia en el año 1957, destruyendo toda la parte de la marina de esta localidad; o el acaecido en la costa alicantina en el año 1965, o en Benidorm en 1980. Más cercano aún se recuerda otro fuerte temporal de NE en Barcelona, en el 2001, que puso en crisis al Port Olímpic de Barcelona o, más recientemente, el acaecido en la costa de Girona, en el año 2008 donde este temporal del primer cuadrante movió el dique rompeolas del puerto de Blanes y en el Puerto de Palamós un ferry de la Cía. Trasmediterránea rompió las amarras y puso la embarcación a la deriva en aquella bahía y su capitán, con buen criterio, decidió zarpar de aquí y, remolcado, buscar refugio en otro puerto. En principio puso rumbo a Barcelona, pero debido a la virulencia meteorológica que azotaba también a esta costa decidió bajar de latitud y recorrer 50 millas más al SW y entrar al puerto de Tarragona.
Todos eran temporales de gregal, lo que demuestra la dureza de este viento, que si bien no es muy habitual cuando azota deja huella.
La ‘gente sabia de mar’ huye del temporal costero. Si te encuentras en él y no tienes más remedio has de afrontarlo con serenidad y conocimiento. Lo correcto es aguantarlo y separarte de la costa, si puedes, lo máximo posible.
Ahora, para muchos terrícolas, resulta atractivo acercarse desde tierra a un temporal de mar cuando éste se desata. El atractivo es verlo de cerca. Tonificar las adrenalinas dormidas, contemplándolo, y disfrutar de su furia desde tierra. Observar los elementos incontrolados, y en especial el choque mar-tierra es un espectáculo reconfortante. Grandioso. Sin duda para admirar y vivirlo.
Parece que este invierno será especialmente movido en este sentido. El espectáculo está garantizado. Esto quiere decir que tendremos más días con violentos golpes de mar y de viento en todos los litorales españoles, por lo que habrá ocasión de disfrutar de este espectáculo gratuito de la naturaleza. Pero también, como efecto colateral de esta inclemencia meteorológica, seremos testigos de cómo centenares de paseos marítimos, obras portuarias, playas regeneradas, incluso algunas edificaciones ya sean particulares, hoteleras, de servicios campistas, de mobiliario urbano, se pondrán en riesgo por estar ubicadas en zonas catalogadas como espacio marítimo-terrestre, donde no se puede levantar de forma permanente ningún tipo de construcción.
Creo que en momentos como estos, cuando se ve la fuerza del mar contra la tierra en toda su magnitud, es cuando hemos de reflexionar una vez más sobre las malas maneras -o malas praxis, como dirían los más snobs- con que estamos ocupando de forma impropia el litoral en nuestro país.
Sabiendo que la subida del nivel del mar es un hecho incuestionable, y que un fuerte temporal hacer elevar momentáneamente el nivel del agua, hemos de ser responsables de que lo que pasa en la costa, en estos momentos de tempestad, con sus destrozos en infraestructuras, viviendas y mobiliario urbano, es una normalidad y no una anomalía. Y lo primero que hemos de asumir es reconocer esto. Si estas destrucciones ocurren es porque no queremos reconocer una obviedad, que hacemos las cosas mal.
He leído estos días en la prensa, y oído en radios y cadenas televisivas, que el mar se ha tragado infraestructuras, viviendas, playas regeneradas… y analizando estas catástrofes he comprobado que la mayoría de estos daños han pasado en zonas donde la obra humana ha invadido de forma irracional e incorrecta el terreno marítimo, por lo que no es nada excepcional que haya pasado esto. Pedir responsabilidades sobre daños causados por temporales marítimos es una actitud, creo, bastante osada.
Ciertas actitudes urbanísticas y de utilización desconsiderada del territorio, incrustadas en zonas de riesgo marítimo, son temerarias. Tanto para la naturaleza como para nosotros. Y una de estas actitudes irracionales es la permisibilidad en dejar construir edificaciones y ocupar el espacio reservado de la zona marítimo-terrestre: una invasión totalmente irracional.
Pasado el temporal vendrá la calma y, superadas las borrascas argelinas entrará de nuevo la cuña anticiclónica en el Mediterráneo, y sus aguas volverán a su curso normal, a pesar de la fehaciente subida del nivel del mar por el ciclo medioambiental.
Pero como dicen los sabios del mar no es bueno acercarse a la costa, tanto si hay calma como cuando hay temporal, y menos invadirla con edificios y estructuras, ya sean habitacionales o de servicios que quedan al capricho del mar cuando los elementos se envalentonan.
Hay que concienciarse en dejar espacios libres a lo largo del litoral, donde el mar, sus sedimentos y movimientos, puedan entrar y salir, regenerarse de forma natural, y evitar obras duras que entorpezcan las sinergias marítimas.
Todo esto es una reflexión a tener en cuenta estos días de temporal y, como lector mediático de supuestas catástrofes terrestre-marítimas, éstas no me sorprenden. Al igual que los buenos marinos huyen, por convicción, de la costa, a no ser que tengan que recalar en una de ellas; desde tierra, como terrícolas, también hemos de ser sabios y huir –o saber abandonar- y alejar nuestras viviendas, mobiliario urbano, de la costa, en previsión de temporales y subidas de mar. Aunque para ello tengamos que desistir de ciertas modas y deseos de ‘estar en primera línea de mar’.
Angel Joaniquet