Paseando por un puerto deportivo catalán, ahora en obras, encontré un velero, ahora irreconocible, que algunos confundían como un Europe, y otros con un híbrido pesado inspirado en un Laser con cierto ADN de Finn, pero que en realidad tenía una acusada personalidad propia. Era un Estel, un diseño náutico surgido en un dinámico astillero cercano a la población de Premià de Mar (en el Maresme barcelonés) llamado Roga. Una ‘fábrica de barcos’, referencia en la construcción naval de embarcaciones de vela ligera durante más de 30 años, desde la década de los sesenta hasta finales de los ochenta. Al verlo me emocioné, y no porque hubiera navegado en él, ¡que no!, sino porque me hizo evocar lo que fue la industria de la náutica en nuestro país, y lo que es hoy día. A decir verdad, y salvo por pequeñas excepciones (y muy centradas en embarcaciones a motor, neumáticas, motorizaciones y acastillajes) no tenemos una potente industria de construcción náutica en España.
Tenemos, eso sí, unos buenos distribuidores de ventas de embarcaciones que están construidas en otros países. No tenemos industriales, pero sí buenos comerciantes. Al igual que las antiguas Cámaras de Industria fueron absorbidas por las Cámaras de Comercio, y las Cámaras de Comercio suprimieron de su enunciado el término ‘y de Navegación’, hoy la industria náutica en España es un recuerdo histórico de lo que fue, pero que tuvo un verdadero auge hace unos años. Hoy día, en general, el sector terciario -el denominado de servicios- domina nuestra economía, y en particular, en el sector náutico, la dinámica económica también está centrada en este sector terciario, en detrimento del que llaman sector secundario, reservado –según la nomenclatura economicista- a la ‘actividad industrial pura y dura’.
Ví este Estel, una funcional embarcación de 3.99 metros de eslora, 1.45 m de manga y de 60 kg de peso con un mástil de dos piezas sin driza, por lo que la vela de 7m2 se enrollaba en el mástil sin ningún miramiento y pensé: ‘¡qué forma más cómoda y minimalista para salir a navegar sin problemas y disfrutar del mar de una forma fácil y elemental!’. Por su tamaño aquella embarcación se podía poner sin problemas sobre la ‘vaca de un coche’, y su facilidad de manejo hacía que pudieran navegar en él desde jóvenes que empezaban hasta adultos con espíritu deportista. Pensé que el Estel apareció paralelo a la entrada del Laser en el mundo de la náutica, y compartía con él filosofía minimalista y praxis. Reflexioné, también, en cómo un barco ha desaparecido del mapa mientras que el otro se ha impuesto con notable éxito. Y fruto de esta reflexión fue un axioma que siempre tienen en la boca los CEO de todas las corporaciones, que consiste en decir que: ‘no solo es necesario construir bien, fabricar eficazmente, idear con creatividad, sino – y más en un mundo como el que estamos-, saber vender mejor’.
Y paradigma de lo dicho es ver como un barco interesante, como el Estel, no ha logrado sobrevivir en el duro mundo de los modelos de náutica. En cambio el Laser, que muchos detestaron cuando asomó su proa por los mares españoles, ahora es el rey.
Con esta reflexión acudí hace pocas semanas al Club de Vela de Calella de Palafrugell, donde se disputa cada año una emblemática regata para masters. La embarcación elegida –y de éxito- es precisamente el Laser, un modelo de velero que se ha impuesto por lo cómodo, sencillo y sobre todo por su gran difusión a nivel internacional, que permite que quienes quieran disfrutar de la competición y de navegar de forma cómoda, opten por esta fórmula. Por esta razón acuden centenares de regatista y allí están todos los que están. Es como el whatsapp. Si no usas otros sistema de mensajería instantánea 2.0 (tipo Line, Telegram, etc.) es porque todos sus amigos y contactos están en whatsapp.
El Estel fue un buen barco que no supo expandirse. Era cómodo, sencillo, pero no tuvo la aceptación para darse a conocer fuera de su círculo de seguidores en Cataluña y la zona de Huelva. No pudo mantener una masa crítica de aficionados que alentaran y dieran continuidad a su actividad. También el cierre del astillero constructor y el celo en no abrir su patente para que pudiera internacionalizarse impidió su posterior desarrollo.
Historias como la del Estel hay muchas en la náutica mundial. Embarcaciones localistas, que funcionan por el ímpetu de sus acérrimos y románticos seguidores –y para nombrar algunas de ellas, los conocidos toppers, los Firefly ingleses, que incluso fueron olímpicos, los CFJ o el Sabot californianos, o los VJ australianos) hay en todo el mundo de la náutica de recreo y muchos de estos botes son unos auténticos desconocidos para el resto de aficionados a navegar. Pero están allí. Vivos, pujantes, aunque reducidos a geografías cautivas.
Lograr que un velero se consolide como producto universal es un trabajo que solo se aprecia en contadas ocasiones. Y ello gracias al tesón de sus seguidores que mantienen viva la llama de la clase, o que por avatares de la historia se convierta en olímpico y triunfa como opción, o que existe un ‘lobby de aficionados’ que hagan posible mantener viva una clase determinada.
El éxito, o mejor dicho la proyección cosmopolita de una embarcación solo se consigue si hay una masa crítica mínima de seguidores que haga posible sostenerla. Aunque sea a nivel local, o regional.
Nuestra historia y nuestra industria náutica están llenas de ejemplos de ello. Uno muy destacado y vivo es el caso del Patín a Vela. Un catamarán con muchas virtudes, entre ellas su facilidad de manutención en varada al ser una embarcación pensada para playas; este casp cuenta con una masa de practicantes que la hacen atractiva y bien vista incluso en muchos lugares fuera de nuestro país.
España ha sido cuna de muchos prototipos de veleros con ganas de éxito. Quiero recordar el emblemático ‘Hispania’ de 5,5 metros de eslora, diseñado por Eduardo Espiell en 1914, el ‘Fortuna’ de Javier Visiers, concebido como monotipo de crucero español, los llaüds, ya sean salidos de astilleros de Mallorca, Menorca, o la costa catalana. En vela ligera, aparte del Patín de Vela o el Estel antes mencionado, aquí nació el emblemático Dinghy 3.1/2, promovido por el farmacéutico barcelonés Manuel Juanola, construido todo en madera, de 3,60 metros de eslora, pensado en la década de los años 40 para satisfacer la necesidad de navegar en una zona de veraneantes y grandes navegantes, en su refugio que tenían en Calella de Palafrugell. Esta fue otra embarcación de éxito hasta ser suplantada por el francés Vaurien, hoy en horas bajas en nuestro país. También se merece un recuerdo el efímero Drac Magic, pensado como velero polivalente de iniciación a la vela y el remo por parte de jóvenes y niños.
Excepto el Patín y los ‘llauds’, y una performance del velero ‘Fortuna’, repescado como crucero familiar por un astillero vigués, el resto de embarcaciones ya son piezas de museo o de curiosidad arqueológica. Los Hispania, una joya que reinó cuando la fórmula Métrica Internacional, los Estel, la mayoría abandonados en el garaje de algún particular o en un rincón de puerto, el Drac Magic, surgido del dibujo de un excelente diseñador naval, Xavier Soler, son pasto del recuerdo y la nostalgia de algunos que tuvieron la experiencia de navegar con ellos.
Sería bueno que algún museo rescatara para su conservación estas piezas para que la memoria de nuestro país tenga vestigios de que en un tiempo pasado se diseñaron y construyeron embarcaciones ‘made in home’. Porque pedir que desde estancias federativas se intente preservar y dinamizar clases de embarcaciones nacidas en nuestro país, ya veo que es entrar en un ‘Cuento de la Lechera’.
Angel Joaniquet