Por suerte o por desgracia lo relacionado con el mar siempre es tema cool. Es moda y fuente de referencia e inspiración. La moda inspirada en el mar es tema muy utilizado. En el fondo es un reconocimiento hacia esta pasión que muchos tenemos por el mar y sus gentes. Hasta al más neófito en temas acuáticos le encante utilizar el hábito de experto navegante. Aunque sabemos que el hábito no hace al monje.
Pero el vestuario náutico atrae con pasión. La ropa náutica es práctica, bonita y proyecta vitalidad a quien la lleva. Por esto es muy recurrida. Es toda una línea de vestimenta. Recuerdo cómo en décadas atrás, cuando los niños aún hacían la Primera Comunión, muchos, por no decir la mayoría, se disfrazaban de marinos, comodoros, de capitanes de ‘barco’, de almirantes, de superalmirantes…
La elegancia del marino clásico es evidente. Imitar su vestimenta, aunque solo fuera por unas horas, era el deseo de muchos. Dicen que los mejores creadores históricos del vestir trabajaron para las distintas armadas de los países, y de los imperios, para dotar a la oficialidad y a la marinería de los mejores diseños de prendas, tanto para uso protocolario, como para salir cuando llegaban a puerto. En el fondo era una forma de enseñar el estilo, el ‘savoir faire’ (hoy diríamos la imagen) de un país cuando sus ‘representantes’ visitaban un puerto amigo, o ‘enemigo’. Los que navegamos sabemos lo duro que es estar a bordo de una embarcación, a veces se llega a situaciones muy primigenias, y las dificultades que se viven en mar abierto. Pero cuando se llega a puerto, todo mal sueño por una azarosa navegación se difumina, y al saltar a tierra el navegante se viste con sus mejores galas para disfrutar de la atracada.
Hoy todo cambia. Y la imagen que cautiva del mar y del navegante es la del marino en su traje de trabajo más lumpen. Con la llamada ropa de trabajo, la que se usa a bordo. Que para la mayoría de la gente es la ropa de pirata. Y esta es, sin duda, la vestimenta que, en la mente de muchos mitómanos del mar, desean utilizar durante estas fechas de Carnaval. Sin duda alguna, un acierto por su frescura y, también -no lo podemos negar-, por lo que representa el mito del pirata, que no es otra cosa que la de un marino libre, libertino, transgresor y vitalista. Y esta vestimenta, o esta forma de exorcizar sus frustraciones, es la que muchos buscan durante el Carnaval en sus armarios.
Carnaval es poner las cosas al revés, todo patas arriba. Es el periodo corrosivo por antonomasia, de la subversión de valores y de las personas. Y del anonimato como gran señor y dominador de la Fiesta.
Desde que empieza el día del “Jueves Lardero”, el ‘Dijous Gras’ en el Mediterráneo Occidental y Sur de Francia, -este año ayer jueves 4 de febrero-, se entroniza al rey del Carnaval, el “Carnestoltes”, una evocación al dios romano de la permisibilidad carnal y del delirio, señor que reinará durante estos días de desenfreno a la sociedad, hasta el próximo Miércoles de Ceniza, o el día del “Entierro de la Sardina”, como dicen en la Europa mediterránea.
En las sociedades de raíz católica, durante este periodo estará permitido todo. Beber. Bailar. Burlarse de todo, del Rey, del Papa, del Obispo, de tu señor, engañar a tu compañero…, o compañera, disfrazarse, es decir, cambiar de personalidad. Y ocultarse bajo la máscara para poderse expresar sin ningún prejuicio y libertad. Una semana donde el noble se mezcla con la plebe, y los plebeyos usurpan, durante estos días, el poder absoluto de la comunidad y la moral.
Desmitificar el sistema, reírse de quien te da el pan o te lo quita. ¡Eso es el Carnaval!. Y el descaro alcanza a su clímax más demoledor cuando llega el Martes de Carnaval, o “Weiberfastnacht” tal como lo llaman los renanos y austriacos, la “Terça-feira gorda” en los países de habla portuguesa, o el “Mardi Gras”, en Nueva Orleans, último día que queda de esta fiesta, para aprovechar esta vorágine de libertad y alegría descontrolada.
Por ello, repito, no es casualidad que últimamente uno de los disfraces que más en boga está por estas fechas es el de figurar como piratas. Hombres y mujeres. Sin duda el libertinaje de la piratería congenia a la perfección con la filosofía del carnaval.
Carnaval, la gran fiesta del equivoco que atiende a la necesidad del ser humano en el desahogo absoluto, en la catarsis dionisiaca, aunque sea una sola vez al año, antes de entrar en la aburrida cuarentena de la Cuaresma.
Hoy creo que el Carnaval y los piratas son cosa de cada día, y no solo de una semana permitida a la transgresión. Y compruebo que el vestuario de mar sigue siendo actual. Siempre ha estado en nuestra ‘niña de los ojos’. Ya sea en primeras comuniones, como era antaño, o en el periodo de la carnavalada más clasica.