No. Voy hablar de otros olvidados. Centrado en el mundo de la vela, no podría ser de otra forma, tal cómo estamos en una página náutica. Hablaré de las embarcaciones que han sido olímpicas y que después de ser utilizadas en algunas ediciones de los Juegos han quedaron postergadas y olvidadas, al amparo de su peculiar dinamismo de clase, si es que estas clases tienen suficientes armadores, capaces en saberlas mantener.
Algunas embarcaciones olímpicas han sido muy longevas y han marcado época en la vela olímpica, y muchas aún funcionan en la actualidad, como son los casos del dinghy individual Finn, el balandro 470. Otras también han sido sempervivas en la vela olímpica, como el quillado Star, que ha estado presente en los campos de regata olímpicos durante 80 años. Esta embarcación ha marcado la historia del olimpismo. Diseñado a principios del siglo XX -en el año1906- fue olímpico hasta el siglo XXI, desde los Juegos de Los Angeles 1932 a Londres 2012, pero como si fuera el río Guadiana, apareció y desapareció del programa olímpico, como en Montreal’78, para volver aparecer de nuevo, en Moscú 80, gracias al papel influyente de sus forofos y simpatizantes, entre ellos el America’s Cup Dennis Conner. Pero a pesar de su buena estrella, esta clase también cayó en el olvido olímpico y no estará en Rio de Janeiro.
Inolvidables
Hay embarcaciones que fueron olímpicas pero que nunca serán olvidadas, como la clase Dragon, heredera de aquellos Fórmula Métrica Internacional (F.I), y que fueron las embarcaciones que se utilizaron durante los primeros Juegos (los 6M y 8M). La clase Dragon marcó los Juegos a mediados del s.XX. Se estrenó en Londres’48 y duró hasta Munich’ 72. Dicen que ha sido el velero más aristócrata de todos los barcos olímpicos que han existido. En él navegaron desde las élites de la economía internacional, de la industria y las finanzas hasta nobles deportistas y miembros de las realezas.
Otra espectacular embarcación olímpica, inexplicablemente castigada y obligada a bajar del Olimpo fue el primer multicasco olímpico, el catamarán Tornado. Su paso por el olimpismo dejó huella e hizo volar a la vela olímpica. A pesar de sus buenas dotes, fue desterrado de los Juegos de Londres 2012, en una operación que pocos entendieron y que en un momento dado se tendría que dar explicaciones de este disparate deportivo cometido por la Familía Olímpica. Explicaciones, y no por la propia embarcación, en concreto el Tornado, sino por la falta de respeto hacia un tipo de vela, la del multicasco, una de las que tiene mayor número de practicantes y seguidores a nivel mundial. Dicen que corregir es de sabios, dicen. Y la familia del CIO intentó subsanar este error de desterrar a los catamaranes de la Regata Olímpica y se sacó de la manga una nueva fórmula, la del Nacra17, pero, con un concepto rebuscado, ser una prueba con tripulación mixta -hombre/mujer-, que ‘extrañó a propios y extraños’.
Los dinghies efímeros
Muchas las embarcaciones olímpicas han sido flor de un solo día. O de dos. Recordemos las más efímeras, ahora en el baúl de los recuerdos. Pienso en el primer dinghy individual monotipo, el Snowbird, de 12 pies con el que Santiago Amat ganó la primera medalla de la vela española, en los Juegos de Los Ángeles 1932.
En el mundo de los monotipos individuales, hasta la llegada del Finn, como monotipo individual en los juegos de Helsinki del 1952, se imponía en cada edición de la Regata Olímpica la elección del bote individual más sencillo del país organizador de los Juegos. Así, en Los Angeles’32 se probó el Snowbird. En Berlin’36 se usó la Yola. Pasada la II Guerra Mundial, en Londres’ 48 se utilizaron varios monotipos, como el Firefly, y el quillado Swallow, ambos solo navegaron en esta cita olímpica de Londres, o el Sahrpie, que solo fue utilizado en Melbourne 1956. Otra efimerísima clase, también de ascendencia neozelandesa, fue el Elliot 8, que ha navegado sólo en los Juegos de Londres 2012 para la regata en match race.
Uno de los grandes olvidados, que muchos han catalogado como el mejor velero olímpico, es el 5.5 Metre, un vestigio de la F.I., quillado y que debutó en Helsinki’52 y duró hasta los Juegos de México de 1968. Dicen que ha sido el barco más hermoso que ha tenido unos Juegos Olímpicos.
Hoy, su observación solo es posible en fotografías y en alguna regata vintage. Otro balandro olvidado, pero que fue siempre muy mal visto por los aficionados de la vela, por lo imperfecto que era, fue el pesado Tempest. Se utilizó en la década de los años setenta (Munich ’72 y Montreal’76). También lo ha sido el Soling, que se utilizó para los match race desde Munich (Kiel 72) hasta Sydney 2000, y el de su hermano pequeño Yngling, embarcación en dos Juegos (Atenas 2004 y Peking 2008) para regatistas femeninas, o el Fly Dutchman, otro monotipo en pareja que entusiasmó a muchos aficionados de la vela en aquellas décadas prodigiosas de los sesenta a los noventa del pasado siglo (desde Roma’60 a Barcelona’92), por la velocidad que se alcanzaba con él y que por ello tuvo una longevidad muy meritoria. Su vertiginosidad náutica fue sustituida por otro bólido del viento, en la modalidad del skiff, el veloz 49er, aún vigente y su versión pequeña, el 29er, para féminas olímpicas.
La injusticia del Europe
Otra de las grandes injusticias en el destierro olímpico de embarcaciones ha sido la del Europe. Bote individual, desgajado de la familia de los moth, se destinó como barco reservado a regatistas olímpicas femeninas. Su omisión en los Juegos dejó huérfanas de embarcación a muchas regatistas, que tuvieron que reciclarse hacia otras clases, no tan aptas e idóneas como este bote individual, muy técnico, y que encajó perfectamente con las deportistas náuticas. Las más atléticas pasaron al duro Laser.
En definitiva, muchos olvidos y alguna que otra injusticia en la vela olímpica. Pero lo realmente doloroso no es el olvido a ciertas embarcaciones, que como todas las cosas de la vida tienen su ciclo y su momento histórico, -ya que no dejan de ser unos objetos, por muy bonitos y nobles que los veamos, y los identifiquemos a veces como personajes vivos, pero objetos, en definitiva-.
Lo que sí duele es la sensación que noto estos años, del olvido y la desatención que parece sufren hoy nuestros regatistas que aspiran a ser olímpicos. Esto es lo grave: el olvido a estos deportistas de carne y hueso de hoy mismo. Y todo, parece ser, por una maldita coyuntura desfavorable, por una fatídica falta de recursos vivida en el presente ciclo de la vela olímpica española, y que está olvidando, como nunca había ocurrido en este país desde antes de los Juegos de Munich del 72, a los que quieren ser olímpicos de la vela. Y lo peor es que -así lo pienso- solo un milagro impedirá una decepción olímpica de la vela española en Río’16.
Y esto, sí, sería para olvidar.
Angel Joaniquet