Están de actualidad estos días. Los piratas que esconden sus botines en paraísos caribeños, vuelven a ser noticia. Todo pirata, o corsario, necesita de una isla como espacio de guarida protectora para enterrar el botín conseguido de sus depredaciones. Tenerlo a buen recaudo. ‘Seguro’. Para poder recuperarlo en cualquier otro momento, y con discreción. Ya sea un ladrón de pistola manchada (pirata) como el ladrón de corbata y guante blanco (corsario), siempre les ha molestado que descubran sus tesoros ocultos, cuando estos habrían de pasar desapercibidos.
Todo este rebomborio se ha desatado con los llamados Panama Papers. No es nada nuevo, es tan viejo como el mismo dinero. Pero sorprende. Y no porque Panamá haya sido el chivo expiatorio de toda esta movida, aparentemente. Si no porque por primera vez se habla claro sobre el negocio de la nueva piratería.
Panamá ha sido y es la gran caja fuerte del tesoro ‘clandestino’. Ya lo fue durante el eje clásico del transporte entre Panamá a Portobello. Era la vía y el nexo de unión del tráfico del gran botín hispano en América, en su tranfers o paso previo en su traslado hacia la península Ibérica, vía La Habana o San Juan de Puerto Rico. Y de todos es conocido que la primera bandera de conveniencia, el pabellón por antonomasia, fue el panameño.
Hemos de recordar que ahora hace cuatro siglos el pirata Morgan ya quiso asaltar la cámara del tesoro en Panamá, y destruyó la ciudad, la arrasó, la desoló, la hizo ruinas, para extraer el gran botín, que creía se guardaba enterrado en sus entrañas. Pero como no encontró lo que buscaba calcinó la vieja ciudad. El tesoro de Panamá no fue robado. Pero dejaron aquel paraje hecho añicos.
Esta fama de ser una cámara segura del botín amasado ha dado carácter a la nueva Panamá. Su aureola, como un lugar adecuado para el resguardo de tesoros discretos, perdura. Puede que ahora con los famosos papeles escorará su posición, a pesar de que se quiera desmontar su tinglado. Pero no zozobrará. La competencia es grande, y hay otros muchos centros de pirateo internacional. Pero Panamá siempre será la ciudad del negocio mercantil por excelencia, unida ahora telemáticamente con todos los enclaves financieros donde se puedan trajinar activos con valor.
La tradición de los enclaves donde los piratas, o corsarios, asentaban sus bases y buscaban islas donde guardar sus latrocinios, aún perdura. Continúa viva. Donde hubieron piratas y se instalaron sus huestes, perviven los modus operandi, propios del negocio mercantil más antiguo de todos, el de la piratería. Todo ello sigue muy activo. Y en estos refugios está escondido todo el robo que se realizó desde el 1994 al 2008. Este botín ha dado mucho vitalismo a los expertos que operan en estos centros. Una actividad conectada con sus ‘centros neurálgicos madre’, lugares donde se diseñan las operativas de la actual piratería internacional, que desde la época del Renacimiento y la instauración del mercantilismo en la economía, perdura.
La City de London, y sus tentáculos, ya financió a los piratas ingleses y galeses que se enriquecieron con el botín del imperio español extraído de las Indias Occidentales, durante el reinado de la Tudor Isabel. Financió a Drake, a Raleigh, a Grenville, a Frobisher. Y hoy London, su city, es el centro de referencia de todas las operaciones opacas y de redistribución hacia sus interesados. La que fue Port Royal, la Town Old, en la Jamaica que potenció la piratería en el Caribe español, en plena época de los Estuardo, con el pirata Morgan como líder, también diezmó y acumuló capital gracias a sus robos al tesoro español americano. Y las Bahamas y sus ramificaciones integradoras, y con agentes piratas antimonárquicos ingleses, como fueran Edward Teach, el célebre Barbanegra, Charles Vane, Jack Rackham o el abstemio Barth Roberts, también florecieron precisamente con la dinastía de los reyes ingleses de los Georges, llegados de Hannover, robando a sus compatriotas, a los Borbones y a los holandeses.
Y todos estos enclaves continúan siendo, aun hoy día, los verdaderos paraísos fiscales, las islas paradisiacas donde se han escondido los botines expoliados de la gran crisis del 2008 y ahora, pasados casi diez años, hay ganas de sacarlos, liquidarlos, para poderlos disfrutar.
Pero no solo Panamá, y las islas caribeñas adyacentes están en esta ‘ignominiosa trama’. El mismo estado de la Unión Norteamericana (Estados Unidos) de Deleware -que ya fue un importante centro de irradiación de la piratería en el siglo XVIII- hoy es el principal paraíso fiscal norteamericano, a solo 70 millas al sur de la capital federal. Este lugar, ubicado en uno de los estuarios más magníficos de la costa Este de Norteamérica, ya desde el siglo XVIII fue puerto de piratas, con celebres personajes como Samuel Bellamy, Benjamin Hornigold, Woodes Rogers, Thomas Anstins, la pirata Fanny Campbell, y los marinos de este lugar de marismas costeras y ríos continentales desplegaron una intensa actividad marítima y de robo que llegó hasta la isla de Madagascar, las costas de Somalia, y todo el Indico Central.
Como vemos los centros clásicos de la piratería histórica son los mismos lugares donde hoy los actuales piratas ejercen y depositan sus botines.
Pero también existen otros parajes más intensos y desapercibidos. Haberlos, ‘haylos’, como la plaza financiera de Kuala Lumpur o Singapure, en la zona de Malaca, Hong Kong, al Sur de China, la Costa de los Piratas en el Golfo Pérsico, todos estos lugares, antaño nidos y refugio de piratas, en la actualidad convertidos en emporios del dinero internacional, amparado por los piratas de siempre. Las playas de fina arena y coral (hoy repletas de rascacielos) son las mismas, donde se entierran y depositan las ganancias obtenidas fraudulentamente por los nuevos piratas.
Los distintos Emiratos Arabes, Djibuti, las Bahamas, todo el corolario de islas caribeñas, especialmente las Vírgenes y ahora Caimán, al Sur de Cuba, son, como lo eran anteriormente, las guaridas. Por ello no es de extrañar que en estos sitios, donde desde hace siglos se mueven los descendientes de aquellos truhanes, sean, aún hoy, las sedes de los expertos y especialistas en este duro negocio que es el ocultar los botines más vergonzosos.
Si observamos que estos enclaves donde se esconde el dinero obtenido de forma no clara, -o un dinero que quiere ser discreto y oculto- es donde tuvieron su máxima actividad los piratas tradicionales, no nos ha de extrañar que el mismo nombre de ‘paraíso fiscal’ haya salido de estos paradisiacos lugares, con el tópico icono de la palmera a pie de playa, -esto ya lo dice todo-.
El negocio de la piratería marca carácter. Y su know how se transmite generación tras generación. Ellos regentan unos paraísos donde se vigilan tesoros, o los roban. Y aparentemente, garantizan el buen recaudo de los mismos, avalados por el savoir faire de unas sagas familiares procedentes de los mejores linajes de piratas y de expertos ingenieros de la ingeniería financiera, nada inocentes, y todo astucia.
Con ellos continúa el negocio de la depredación y el latrocinio, al amparo del calor tropical, del mojito helado y las noches de Luna Llena, aunque haya otros muchos enclaves piráticos en zonas tan poco tropicales como en el Mediterráneo Occidental, Río de la Plata, el canal de la Mancha, o la desembocadura del río Rhin.
En definitiva: son los mismos piratas, con distintos collares.
Angel Joaniquet