Me llamo Arístides Montoya, capitán retirado de la Marina y marino vocacional de procedencia mesetaria. Abandoné de joven las tierras de Castilla para formarme en Barcelona, donde inicié una carrera profesional que, en lugar de llevarme a vivir aventuras impensables, me hizo ser uno de los capitanes de crucero más jóvenes de mi generación.
Mucho glamour, mucha tontería y toda una vida dándole vueltas al Mediterráneo como a un tiovivo. El Mediterráneo, un mar salvaje e inhóspito, toda una vida de aburrimiento mayúsculo que me ha proporcionado varios premios de tiro al plato, mano para la cocina y habilidad para el cultivo de plantas exóticas, pero el sueldo era bueno y, mis padres y hermanos, agradecieron la ayuda.
La jubilación ha sido un bálsamo. Compré un velero de trece metros de eslora, La Galápaga, regresé a Castilla, y vivo en él, anclado en un ramal ciego del río Tajo de unos dos kilómetros de largo y no más de treinta metros de ancho, a apenas veinte minutos en ciclomotor del pueblo de mis padres, justo al pie de unos riscos de granito donde una gran colonia de buitres leonados tiene su nidos y sus reposaderos. Ahora mi vida sí es emocionante, mucho más que cuando lo de los cruceros. El día se va en cocinar, tomar el sol, cultivar mis jardineras de peyote (a eso me aficionó un mecánico mejicano), luchar contra los buitres veganos, cruzar el cabo de Hornos en plena tormenta con una tripulación de mejillones de río, tencas, carpas y barbos, extender la cruzada contra los siluros y los cangrejos americanos, y escribir cuentos o relatos cortos.
Ayer, sin ir más lejos, mientras estaba almorzando unas alubias con chorizo y oreja de cerdo, acompañadas por un botón de peyote, que, al igual que una guindilla vasca, se puede usar de acompañamiento, unas rocas se desprendieron del peñascal y cayeron rozando la amura de estribor, eran los buitres atacando. Con tanta norma sanitaria y regulación europea, la carroña escasea; ya no se ven vacas, ni ovejas, ni puercos muertos por el campo, y los buitres se están reconvirtiendo. He escuchado que en otros sitios atacan directamente al ganado vivo, pero en mi fondeadero han decidido hacerse veganos y, como si de una secta se tratara, arremeten contra cualquier carnívoro que ven.
Los zorros se están yendo de la zona, he visto águilas comiendo bellotas y labradores espantando lobos que entraban en las huertas a por melones; un sindiós. Cuando me ven con un trozo de embutido se lanzan en picado, pero no me achanto: saco un cañón de salvas que me regalaron cuando me jubilé, lo cargo de magro de cerdo guisado con pimentón y disparo hacia los reposaderos de los buitres; los pollos no le hacen ascos y, entonces, se monta la de Dios entre los buitres y sus cachorros. Pero, estoy divagando, tan solo quería presentarme y decir que este soporte online ha sido tan amable como para dejar que durante unos días cuelgue mis relatos. Espero que les gusten.