El temido Alguacil Mayor de Barcelona miraba circunspecto la silueta de la galera recortada contra el sol naciente. El viejo jefe de los carpinteros de ribera había desaparecido. Morisco de fe dudosa, se temía que quisiera venderle información al turco. Todo eran gritos y malos modos. Padre, el maestro calafate, estaba alterado y nervioso. Ni pudimos dormir, ni nos dejaron trabajar. Yo era el aprendiz de padre. Madre estaría preocupada. Con el cambio de guardia encontrarían el cuerpo del carpintero mayor degollado en la sentina de la galera real. Había que dar de comer a siete bocas, y lo que me había hecho era un asunto menor, lo importante era amagar que yo era Melisa, no un muchacho llamado Ismael.
7 ILUSIONES
Pronto llegaríamos al puerto de Mahón; amanecía, y, con el cambio de guardia, encontrarían el cuerpo.
Me quedaba poco tiempo para averiguar si el segundo piloto, mi sobrino, decía la verdad o era un cruel asesino. ¿Cómo había embarcado la mujer desnuda que yacía en el suelo? Según él habría saltado a bordo esa misma noche, saliendo del agua como un delfín; él la vio con piel azulada, manos con membranas y una enorme cola escamada; se le lanzó amenazando con afilados dientes, y él, con su sable, la atravesó. Pero yo veía una mujer normal, de piel pálida, con sus senos, sus dos piernas, sus brazos y la cabellera que le cubría hasta la cintura. Vertí con cuidado medio cubo de agua sobre su rostro, ella saltó, enseñando unos ojos glaucos y abriendo unas horribles branquias rojas bajo las orejas. Le corté el cuello sin pensar.