El ligero vaivén lo amortiguaba con un juego de rodillas que se había hecho inconsciente, y con pulso firme atacó la barba con las tijeras; remataría con brocha y cuchilla porque la ocasión lo merecía: esa barba le había acompañado desde la universidad hasta aquel pequeño camarote del Zaguán 3. Toni Berrocal miraba los ojos de aquel hombre alto, enjuto y de piel curtida, y veía a un niño rubio, inquieto y fascinado por el mar. ¿Cómo empezó todo? Se preguntó. ¿Cómo he acabado haciendo de este camarote mi hogar, de este barco mi ciudad y de toda esta gente que huye mi familia? Y recordaba el enorme zaguán de la casa del abuelo, en Burgos, donde se refugiaba todo el pueblo durante las terribles tormentas de agosto: Al zaguán de don José, decían, Bajo el pararrayos; y, allí, entre rayo y trueno parpadeaban, y entre trueno y rayo tomaban café y picatostes, al abrigo de la casa más segura del pueblo.
Creo, se dijo, que todo empezó en el Rompeolas de Barcelona y con aquel cangrejo colgado de la caña que me compró papá. Era un paseo típico de domingo; bajar hasta el puerto, embarcar en las Golondrinas y llegarse a pasear por el Rompeolas con un cangrejo vivo colgado de una caña que vendían junto al embarcadero. Decenas de niños con cangrejos paseaban con sus padres mirando a los pescadores y hablando de sus cosas mientras esperaban la hora del aperitivo, un refresco y unos mejillones a la marinera en el Porta Coeli, al final del espigón. Allí trabajaba de camarero el Isidret, un pariente de mi madre que nos daba siempre la mejor mesa y me enseñó que si a un cangrejo, que de natural son tirando a grises, lo metes en agua hirviendo, se vuelve rosa. Yo siempre regresaba a casa con un cangrejo rosa colgado de la caña.
Ahora que lo pienso, corrigió, no empezó ahí; empezó con aquel hombre del bigote enorme y la gorra frigia. Sí, ese fue el inicio, cuando se me acercó con su bolsa de aperos de pesca y su olor a mar, y me dijo señalando la panza del cangrejo que colgaba de mi caña: ¿Sabes qué es eso? Son sus hijitos. Bajo el cangrejo había millones de minúsculos huevos, o eso me pareció. Miré a mis padres, luego al cangrejo, y ya no fui capaz de meterlo en agua hirviendo. Sí, ahí empezó todo, en el Rompeolas.
Toni se embadurnó el rostro con jabón de afeitar, y con la brocha creó una espuma tibia y espesa. ¡Joder!, pensó, ¡Si ya hace veinte años! En septiembre hará veinte años que vendí la empresa, me compré el Zaguán y empecé con los Charter. Y ahora, fíjate, estoy aquí, con el Zaguán 3, mi hogar, sacando a esta gente de este triste cementerio azul. ¡Mira tú el jodido cangrejo!