Cuando los delfines desaparecieron, Blanco volvió a intentarlo; subió, sacó la cabeza y el sol le dio directamente sin que el agua de mar refractara la luz, e intentó respirar aquel medio liviano que llamaban aire. Mantuvo sus branquias en seco, boqueando alocadamente, buscando una reacción a esa extraña mezcla gaseosa, hasta que por fin, como tantas otras veces, se derrumbó agotado, hundiéndose poco a poco y recuperando el resuello. Cualquier día tu necedad hará que no te recuperes, le decía el tiburón ballena, ellos respiran lo de arriba y nosotros lo de abajo, pero somos igual de poderosos los unos y los otros, somos los reyes del Océano. Sí, ellos, los cetáceos, y nosotros los escualos, nos diferenciamos en detalles, pequeños detalles como ese que te agobia, el modo de respirar. Pero, dijo Blanco, cuando están ahí arriba, respirando ese aire, nos miran con displicencia y desdén, se creen superiores y estoy seguro de que nos odian. Mira, intervino un tiburón martillo, no te hagas mala sangre, eso son cosas de tu imaginación, a veces hemos tenido problemas, ellos juntos son más fuertes y nosotros lo somos en un cara a cara, pero siempre nos hemos respetado. Estáis confundidos, respondió Blanco, nos odian. Cuando me miran desde arriba se ríen de mí, lo he visto, de mí y de todos los escualos. Tenemos que hacer algo, los odio, no sabéis cómo los odio. Mira, vete a buscar un banco de focas, o de arenques y relájate, dijo el tiburón ballena, la mala sangre solo produce más mala sangre, y nos gusta un océano tranquilo.
La próxima vez le arranco la cabeza, dijo Orca, ¿Qué pretende viniendo aquí arriba a sacar la cabeza? ¿Y a ti qué más te da? preguntó un delfín, Pues que este no es su sitio, ellos son de abajo, de los que respiran agua, nuestra agua, el medio en el que vivimos, ¿Y encima quieren respirar nuestro aire? Hay que escarmentar a esos escualos. Eso que dices, contestaron los delfines a la vez, no tiene ni aletas ni cabeza. El agua es el medio de todos, ellos, además, lo respiran, como tú respiras el aire, no hay más, todos nos alimentamos del océano, amamos en el océano y disfrutamos de él, enfrentarse por si el oxígeno es líquido o gaseoso es de estúpidos, rencores vacíos. Y dañinos.
Blanco no podía mirar hacia arriba, aunque no hubiera cetáceos sentía un dolor malsano, un bicho interior que no sabía explicar. El otro día me atacó una orca, dijo bien alto para que todos los escualos le escucharan, una orca llena de odio, tanto como el mío. No podemos permitirlo, se están burlando de nosotros, nosotros respiramos dentro del agua, lo hacemos todo dentro del agua, tenemos más derecho a este océano que los cetáceos. Lo he decidido, atacaré a una comunidad de delfines, los diezmaré, haré que su sangre corra por nuestras aguas, podemos expulsarlos de nuestro mar. El tiburón ballena le interrumpió: Estás loco, no solo conseguirás crear dolor sin motivo y ponernos a todos en peligro, además morirás tú también, matarás a algunos delfines, pero juntos son más fuertes, acabarás muerto. Mejor, respondió Blanco, así también acabaré con esta pesadilla que llevo por dentro, este odio que me araña las entrañas y me sangra la conciencia, y que se agiganta cuando veo que los delfines siguen saltando y jugando en su podrida superficie. Sí, moriré, pero matando.