El inspector Macías se levantó de la silla y cerró la libreta. Descanse, dijo, ya hablaremos cuando esté mejor, y abandonó la habitación del hospital pensando en que ese relato no era tan urgente como el otro asunto, al fin y al cabo el capitán había muerto.
A los dos días el inspector citó a Gabriel en comisaría. Cuénteme, dijo, desde el principio.
—Verá: Hace dos años que trabajo como segundo en el «Alba 2», que es propiedad de…
—Sí, sé de quién es. El día en que zarparon, por favor.
—Como cada año, acabada la revisión del yate, parte de la tripulación: El capitán, el ingeniero, tres marineros y yo, ponemos el barco a prueba haciendo una o dos singladuras. El capitán nos llamó por la mañana para adelantar la hora de partida, estaba prevista al atardecer y la adelantó al mediodía. Zarpamos con buen tiempo, pero con previsión de tormenta al anochecer. Todo fue normal, cabotaje probando motores y sistemas, sin incidencias, lo previsto. Ya se puede imaginar, navegar sin propietarios ni invitados es un placer. Uno de los marineros preparó una zarzuela de pescado para cenar, fondeamos al abrigo de una cala y cenamos. El capitán estaba más adusto de lo normal; no es que fuera un tipo enrollado, era un buen marino, pero muy seco y distante, casi nadie trataba con él fuera de lo profesional. Empezó a llover a eso de las once de la noche, levamos anclas y el capitán se quedó al mando en el puente con un marinero, los demás nos fuimos a dormir esperando nuestra guardia. No habían pasado dos horas cuando el exagerado movimiento del barco me despertó; a mí y a todos. Subimos al puente y en la cubierta principal encontramos al marinero inconsciente. Estábamos bajo una tormenta de Dios, con olas enormes, recordé que en las previsiones aparecía algo así, pero en alta mar, en aguas internacionales. El capitán se había encerrado en el puente y no atendía a nuestras llamadas, tan solo giró una vez la cabeza para mirarnos como con odio.
Loco, se ha vuelto loco, dijo el ingeniero. Intenté llamarle a su móvil, intenté llamar al puerto, comunicarme con él por la radio, nada, había inutilizado todos los sistemas. Bajé a cubierta a mirar una brújula, navegábamos hacia el oeste, mar adentro. El yate se comía las olas de costado, aquel tipo quería matarnos. Los marineros bajaron a la sala de máquinas a por un ariete, había que tirar la puerta del puente. Mientras el ingeniero intentaba acceder a algún sistema que nos permitiera comunicar con tierra o con otro barco, los demás intentamos hundir la puerta; a la segunda embestida el capitán sacó un revólver y disparó, rompió el vidrio de la puerta y nos pusimos a resguardo un momento. En ese instante notamos cómo el yate viraba y se colocaba con la popa a las olas, en la caída salimos rodando y al regresar pude ver cómo el capitán vertía unos bidones de gasoil y prendía fuego. El ingeniero y un marinero habían preparado la zodiac con un pequeño emisor de radio, subimos y nos alejamos del yate. Eso es todo. ¿Han avisado a la esposa del capitán?
¡Ya! Ese es el problema. La esposa y las dos hijas han aparecido brutalmente asesinadas en un tinglado del puerto deportivo, junto a unos papeles de divorcio y una denuncia por malos tratos.