Seguro que era de su abuelo, pensó Mikel; lo abrió con desgana para cerrarlo de nuevo y volverlo a colocar en su lugar, pero las fotos intercaladas con el texto le llamaron la atención, unos náufragos en medio del mar. Miró las primeras páginas, vio que lo había escrito Thor Heyerdahl y la edición era de 1969, vamos, una antigüedad. Thor el superhéroe de la Marvel. Esa relación fue suficiente para que Mikel olvidara el Smartphone y se leyera el libro en tres días.
—No pretendo decir que hayan educado mal a su hijo —argumentaba con paciencia la sicóloga de los mossos d’esquadra—. Ustedes le han dado lo mejor, pero quizá ha habido una carencia en la atención del día a día. Usted trabaja muchas horas en la revista y su marido, con esa profesión que tiene, con esos horarios…quizás el chico se ha visto demasiado libre, o desatendido, y, ya se sabe, a los adolescentes les pasan cosas raras por la cabeza. Pero lo encontraremos, no se preocupe.
—Oiga —respondió la madre— mi marido estaba haciendo un seguimiento en Burgos y llegará en unas horas, pero vea, vea las evidencias. El libro, la sierra, los cabos y, mire por el balcón, mire: seis pinos jóvenes cortados con esta sierra. ¡Con esta sierra! Hay que buscarlo en el mar. ¡Coño! En el mar. ¡Que también se ha llevado dos juegos de sábanas, una brújula y el sextante que teníamos en el mueble del comedor! ¡A ver si lo entiende!
—Mire, Matilde —contestó la sicóloga—, si llamamos a la guardia costera para que se quede tranquila ¿Nos permitirá entrar en los ordenadores y teléfonos de la casa? Lo más probable es un mal uso de las redes, típico de adolescentes.
A veinte millas de la costa de Cerdeña el capitán Recuero, desde el helicóptero, veía cómo sobre una balsa destartalada impulsada por velas de supermercado, un adolescente enjuto y espigado respondía con una peineta a su ofrecimiento de rescate. Cinco días tardó Mikel en reconocer que no estaba a punto de llegar a las costas de Argentina. La juventud.