—Todo listo para izar velas.
Tanto Isabel como James dieron el visto bueno, se saludaron con tono marcial y se dirigieron a las duchas con las pulsaciones alteradas. Ciento ochenta y tres años después del descubrimiento de los siete planetas de Trappist 1, ellos estaban allí, a cuarenta años luz de la Tierra, izando velas solares para frenar las naves usando los fotones de la débil enana roja del sistema y dirigirse a Trappist 1-f, el planeta que más similitudes tenía con la Tierra.
Durante los días de acercamiento las dos naves cruzaron diversas apuestas sobre posibles patógenos extraterrestres, tipos de vida, plantas y posibles animales comestibles, además de organizar un concurso para dar nombre a Trappist 1-f. Ganó Jarana. Seguramente todas aquellas personas vivirían en un planeta llamado Jarana por culpa de los excesos de alcohol y drogas que siguieron tras abandonar la animación suspendida.
El planeta era un océano con siete someras áreas de tierra emergida pletóricas de vegetación. La primera sonda tripulada enviada desde la Santa María a una zona cercana al ecuador para hacer un estudio de la atmósfera y la flora acabó con la muerte súbita de los tres tripulantes y la certeza de que un organismo microscópico indeterminado hacía imposible la vida en tierra. El Mayflower y la Santa María amerizaron en el océano boreal del planeta. Habían sido diseñadas para poder navegar en la superficie líquida de un planeta básicamente oceánico aprovechando la propulsión fotónica en las velas, o la eléctrica. No poder pisar tierra agrió el alma de la mayoría de colonos, que, reunidos en cónclave, decidieron rebautizar Jarana, quedando como Jodienda para la posteridad.
Las dos naves surcaron los océanos en busca de tierra sin contaminar, y a los siete meses toparon con cinco veleros en el horizonte. En Jodienda había vida capaz de desarrollar la tecnología suficiente como para navegar. ¿Estarían contaminados? Esa fue la pregunta que James e Isabel hicieron a sus Inteligencias artificiales. Christopher respondió educadamente que se tenía que hacer un análisis cogiendo muestras; Cristóbal, más en su estilo, respondió: ¡Y yo qué sé! Ves y míralo. La respuesta era en el fondo la misma, así que un bote presurizado y hermético se acercó a los veleros foráneos, que así bautizó Isabel a los barcos naturales de Trappist 1-f, temporalmente Jarana y definitivamente Jodienda.
Eran de piel traslucida, tirando a rosada, de altura considerable, unos dos metros de media, lampiños y con esqueleto interno, aunque dúctil. El universo parecía repetir fórmulas utilizando las herramientas más a mano. Los nativos foráneos tenían dos brazos, dos piernas, manos de tres dedos con un pulgar opuesto, algo parecido a un abdomen, un tórax bien definido y una cabeza que albergaba dos ojos, una boca sonriente y una cosa mezcla de oído y branquia. Comunicarse con ellos fue sencillo, como cuando dos niños de idiomas diferentes empiezan a mover las manos sin sentido y a los tres minutos se ríen como locos, y no sabes por qué.
Buena gente los nativos. Acompañaron a los colonos al único continente que estaba libre del Zsagras, que era como ellos llamaban al virus mortal que asolaba las tierras firmes. La población nativa era de unos siete millones, todos navegantes con base en el continente libre. Los quinientos colonos de la Tierra construyeron un puerto y una pequeña población a la que bautizaron como Salem, haciendo caso del comandante James que aludía a historias antiguas que casi nadie recordaba. Isabel se erigió en alcaldesa, y por otros hechos históricos que tampoco recordaba nadie se auto denominó Inquisidora Mayor. La población floreció y cincuenta años más tarde ya eran unos tres mil, mientras los nativos foráneos se habían reducido en dos millones, los que tenían suerte trabajaban como esclavos para la población de Salem, los que no, habían huido a zonas infectadas por el Zsagras y caían como moscas.
Un pequeño grupo de colonos de segunda generación, autodenominados Resistencia y al que perseguían las autoridades por todos los mares de Jodienda, habían robado el Mayflower y la Santa María. Su capitán, un tal Trueno, estudiaba los archivos históricos de las naves, y las inteligencias artificiales Cristopher y Cristóbal mostraban imágenes y relatos de la historia de la humanidad almacenados en sus memorias. Dos años después de la incautación de los veleros solares el capitán Trueno, reuniendo a las dos naves en un punto indeterminado del océano, subió al mástil de la vela solar y declaró: Lamento tener que comunicaros que, tras tanto tiempo de estudio sobre la historia de nuestra especie, hemos concluido que somos un virus mortal para el universo.
Luego vinieron tiempos duros, mucha sangre y hechos desagradables. La Tierra nunca tuvo más noticias de Jodienda; ni el universo las tuvo de una Tierra ya arrasada.