Porque Narciso tenía un enorme yate, y muchas empresas importantes y muchas casas, y mucho dinero y, digamos que mucho de todo, hasta una cantidad enorme de orgullo, una desmesura de amor propio y una brutalidad de autoestima. Ese era el motivo por el cual Narciso solo cultivaba las cuatro facetas que dominaba; a saber: las finanzas, el marketing, la especulación y su cuerpo, absteniéndose de cualquier otra actividad en la que se pudiera apreciar que no era brillante. De hecho el respeto que sentía por Evaristo se debía a que era un hombre que dominaba una faceta, la navegación, que a Narciso le era ajena, ya que el yate era una herramienta para hacer negocios. Esto fue así hasta el día en que Narciso quiso seducir a la pareja de Evaristo y recibió a cambio una bofetada, algo jamás visto. Ella no dijo nada, pero Narciso, primero confundido, luego se llenó de rencor contra Evaristo, y en lugar de despedirlo, se tomó un tiempo para hacerle la vida imposible. Harto, Evaristo explotó llamando a Narciso imbécil, cabrón e hijo de puta, y tildándolo de inútil incapaz de nada, ni siquiera de manejar un Optimist en una piscina. Ese comentario habría llevado al despido inmediato de Evaristo y poco más si no lo hubiera dicho ante un grupo de empresarios en el Salón Náutico de Barcelona.
Rojo de ira, Narciso depositó con elegancia la copa de cava sobre la mesa de un stand y, entre adjetivos como escoria, perdedor, donnadie o zarrapastroso, señaló a un velero que se encontraba expuesto y juró que antes de seis meses cruzaría con él el Atlántico en solitario. Evaristo, tras explicitar un delicado «Vete a tomar por culo», dio media vuelta y desapareció para siempre, dejando a Narciso comprometido ante la guardia pretoriana de la sociedad civil catalana. Altivo y elegante firmó ante todos la compra del velero, y con esa sonrisa seductora miró el calendario de su Smartphone, luego miró al tendido, como si fuera un torero, y dijo: El 30 de abril zarparé, descorchemos más cava.
Narciso, a pesar de ser un simple heredero de la ingente fortuna familiar, se consideraba un hombre hecho a sí mismo, y no pensaba dejarse ver por ninguna escuela de náutica como un vulgar estudiante del montón; él era capaz de aprender por su cuenta. En la red está todo, dijo, así que se instaló en la casita de invitados de una de sus fincas, alquiló por Internet un simulador de navegación a vela a una empresa noruega, para no dejar rastro, y se encerró con tres ordenadores, dos impresoras profesionales y una inmejorable bodega de vinos y cavas españoles, hasta el 30 de marzo. “Esto está chupado –pensó- partiendo de las Canarias los tales alisios te llevan sin esfuerzo, y el barco que he comprado es buenísimo, ha costado una pasta, eso en dos meses está hecho, además con estas cartas y ese mapa del cielo que he impreso de las imágenes de Google es imposible perderse. Siempre al oeste”.
Ya se sentía todo un capitán de barco, solo quedaba hablar con aquel responsable del Departamento de agricultura de la Generalitat y recordarle aquella fiesta descontrolada en un hotel de Hamburgo y esa manía estúpida que tiene la gente de hacerse fotografías con el móvil. Y con su flamante título de capitán de yate reunió a lo más granado de la sociedad civil catalana alrededor de un brunch en lo alto del hotel Vela para anunciar su próxima partida en solitario hacía las Américas.
El cuatro de mayo, cuatro días más tarde de lo previsto debido a un temporal repentino, Narciso zarpó del puerto de la Luz con una estiba basada en champán francés, caviar y pichones rellenos de trufa y foie envasados al vacío; que una travesía tampoco era motivo para sacrificarse más de lo necesario.
Salió del puerto a motor, luego izó la mayor, era la primera vez que lo hacía sin simulador y le pareció muy sencillo, intentó coger el rumbo 20ºN 30ºW como se aconsejaba en un blog que había impreso y, cuando el asunto estuvo hecho más o menos, colocó el piloto automático y descorchó una botella de champán para celebrar el inicio de la travesía. El barco le pareció una maravilla, con tres camarotes amplios y elegantes. “Mira, me podría haber traído a un par de putillas, pero entonces no sería en solitario -rió para sus adentros- sí, pensó, habrá que tirar de solitarios” y volvió a reír. En el espejo del lavabo se estuvo observando un buen rato, “pues esta ropa no me queda nada mal, -dijo en voz alta- ¿Y si me dejo una barba de hombre de mar? Cuando llegue al Caribe quedará fantástica en las fotos”. Siguieron tres días plácidos en los que no supo averiguar cuántas millas había recorrido o en qué sentido, pero la brújula lo decía bien claro, el oeste, siempre al oeste. En ese tiempo no se había comunicado con tierra para darle más misterio a su travesía. “Llamaré a mamá -dijo en voz alta al tiempo de darse cuenta que el móvil estaba sin batería- ya buscaré luego el cargador, le enviaré un e-mail, ¡Coño! No hay cobertura ¿Cómo es eso?”.
Se puso nervioso y empezó a trastear con la radio llevando en la otra mano una libreta de instrucciones que había impreso, y al cabo una mujer portuguesa le contestó: “Oí, com quem eu falo? Hola, soy Narciso, un conocido navegante español -respondió-. Ah, español, je je, Real Madrid, Cristiano Ronaldo nasceu aquí, na Madeira, je, je, je ¡Váyase a la mierda señora! ¡Y soy del Barça!”
Narciso cortó la comunicación viendo como se le echaba la noche encima y pensando que, según decía el blog, tenía que girar a la izquierda, dirigiéndose al sur para coger los alisios, hasta que la mantequilla se derrita, ponía.
La botella de champán y el pichón relleno le sentaron muy bien, y los efluvios del alcohol le hicieron ver la realidad, la brújula no funcionaba, el oeste ya no estaba donde debía, hizo la prueba: cogió la rueda del timón y viró queriendo dar un círculo y, efectivamente, la W y las otras letras se movían con respecto a la aguja, estaba rota; pero un buen marino siempre encuentra soluciones y Narciso sacó el mapa estelar que había impreso para localizar la estrella polar. Medio tumbado en la bañera, miró al cielo, un cielo sin nubes, descubriendo tal cantidad de estrellas que jamás habría imaginado que pudieran existir, miró su mapa estelar, puso el dedo sobre la estrella polar y volvió a mirar al cielo. “Imposible -dijo en voz alta- será la más gorda porque es la más importante”. Tras un buen rato escrutando el cielo lo vio claro. “Es ésa, pues nada, si ésa marca el norte la tengo que dejar a mis espaldas”. Así fue como Narciso maniobró dejando a Júpiter en popa y adentrándose hacia el frio norte con complicadas condiciones de navegación.
Llegaron días terribles de fuertes vientos que azotaron el yate, rompieron el mástil y acogotaron a un Narciso que se aliviaba a base de caviar y cantidades indecentes de champán, encerrado en la cabina y dejando que el barco anduviera a los caprichos de los dioses. Los pichones se terminaron, luego el caviar, el champán no, eso nunca, y Narciso, ensimismado, ya no se miraba al espejo, no le hacía falta para saber que estaba feo, horroroso, y en ese estado era mejor no contemplarse, así que decidió hacer sus necesidades en cubierta para no enfrentarse al espejo del lavabo. Dejó el camarote principal, que tenía otro espejo, y dejó pasar el tiempo haciéndose la manicura junto a todos aquellos aparatos tecnológicos que le habían sido inútiles, ver sus uñas bien cuidadas le daba esperanza.
Convertido en el más bello de los despojos humanos, fue rescatado a punto de congelación por un carguero con bandera de conveniencia que luego compró, ganándose el silencio de una tripulación heterogénea, sospechosa y necesitada.
El titular de la prensa fue: «Narciso X, el conocido empresario catalán, es embestido por un carguero cuando se encontraba abriendo, en solitario, una nueva ruta directa de Canarias a Groenlandia por el centro del Atlántico».
En el Círculo Ecuestre se le oía decir ante la mirada fascinada de ciertas señoritas: “Vi claro que llegar al Caribe siguiendo los alisios era un reto pobre para un hombre como yo, así que, a mitad de camino me dije, ¡Qué coño! Al norte por las bravas. Mala suerte lo del carguero”.