Estos personajes, héroes de la navegación, son mis cromos preferidos. Y si quisiera completar el álbum, o conseguir una jugada maestra con un repóker, el jocker en mi baraja particular sería otro bohemio del mar, Alan Gerbault. Todos ellos han explicado sus historias de mar. Y se han convertido en leyenda.
Si me circundo a personajes legendarios en un terreno circunscrito a nuestro entorno, en un ámbito más local, mis cartas, o mis cromos preferidos de personajes admirados de la navegación, serían hombres, algunos ahora olvidados, todos ellos un poco lunáticos, pero que han hecho del mar una forma de vivir, una filosofía de vida.
En este sentido tengo un póker muy especial, transversal y heterodoxo, con navegantes que realizaron sus proezas náuticas y que algunos fueron cuestionados, pero todos ellos amantes de la aventura de mar, como han sido Enrique Blanco, José María Tey, Carlos Etayo, Julio Villar. Y para completar el cinco, pondría como jocker al admirado José Luis Ugarte.
Todos ellos tienen una impresionante trayectoria. A pesar de que algunos de ellos ahora estén en el ostracismo, o poco reconocidos, y que han hecho de su ejemplo vital una vía donde se proyecta la náutica y la convirtieron en un escenario de pasión.
De mi repóker de ases, en la náutica española hay un trío, tres navegantes, que siempre me han llamado la atención. Abrieron las rutas oceánicas al mundo de la aventura: Enrique Blanco, un catalán que cruzó el océano en 1930 desde Boston a Barcelona a bordo de un pequeño velero llamado Evalú; José María Tey, un barcelonés que lideró en 1959 un proyecto de enlazar el puerto chino de Hong Kong con Barcelona a bordo de un junco de construcción china que llamó Rubia, como era la cabellera de su novia; y el navegante navarro Carlos Etayo, admirador de las gestas colombinas que rememoró en 1962 la primera navegación de Cristóbal Colón, desde Canarias a las Bahamas, a bordo de una réplica similar a la carabela Niña y que llamó Niña II.
Todos dignos de estudio. Y de admiración. Tres formas diversas de entender la aventura en el mar, distintas, con objetivos a veces antagónicos, pero todos unidos por su pasión por el mar.
Cuando Enrique Blanco recaló con su balandra Evalú de 37 pies de eslora, unos 11 metros, el 5 de octubre de 1930 en la Puerta de la Paz del puerto de Barcelona, fue aclamado como un héroe por el numeroso público que se acercó a recibirlo en el muelle barcelonés. Enrique Blanco, junto con su mujer, Anne Mary Muschardt, y su pequeña hija de siete años, Evaline-Lucy, que daba nombre al barco, procedía del puerto de Boston. En realidad, abandonaba Estados Unidos después de sufrir su primera Gran Depresión económica. Partió un 12 de julio de 1930 y su “objetivo aventurero” era volver a la ciudad que le vio nacer. Enrique Blanco, el pionero de la navegación oceánica española, fue un emigrante español en Estados Unidos que ejerció de profesor de español en diversas universidades del Medio Oeste, y que optó volver a casa a bordo de un balandro. ¡Magnífico reto!
José María Tey era un chiquillo de unos cinco años cuando estuvo presente en aquel recibimiento popular a Enrique Blanco en el puerto de Barcelona. Josechu Tey, tal como era conocido en círculos barceloneses, fue otro de los pioneros de la aventura marítima española, vista como un reto personal. De enaltecimiento personal. De egocentrismo. Puede. Y quiso cubrir su aventura – y ser así más original que nadie- con un tipo de embarcación que nunca había surcado el Mediterráneo: el junco. Y optó salir del puerto de Hong Kong, puede que por snobismo. Podía haber sido de Manila, con más vinculaciones con nuestro pasado histórico, económico y colonial, donde atracaban también los juncos que recorrían las rutas marítimas de aquellos mares orientales, pero le cautivó más la entonces exótica colonia británica china y no tuvo ningún remilgo en salir de aquella ciudad británica.
Este fue su gran reto aventurero y lo materializó navegando por el Índico, el Mar Rojo y el Mediterráneo. José María Tey, junto con su hermano Manuel y un grupo de amigos, Luis Maynar, Joaquín del Molins, José Luis Madoz y Oriol Regás, la mayoría procedentes de la alegre burguesía barcelonesa de la postguerra, financió esta aventura donde el reto, a primera vista, era ser los primeros en navegar por el Mediterráneo en una embarcación oriental. ¡Y lo consiguieron!
Otro iluminado por la aventura náutica fue Carlos Etayo, instigador de un sinnúmero y extrañas aventuras marítimas, con un sello marcadamente tramontano que impulsó desde la década de los sesenta. Hijo de un conocido industrial navarro, marcado por una mística historicista, justificada con un barniz de investigación etnográfica, la obsesión de este aventurero marítimo era el impulsar expediciones marítimas atlánticas bajo el signo “colombino” y a lo largo de los años se propuso reverdecer de nuevo las hazañas de los primeros navegantes españoles que remontaron el océano en la época del descubrimiento de América. Con un romanticismo fervoroso quiso revivir “al pie de la letra” la navegación de aquellos marinos, utilizando para ello incluso la misma indumentaria de la época, las comidas medievales y usando sólo los artilugios y técnicas navales propias del siglo XV. Bajo este prisma organizó una expedición, apoyada por el régimen político de la época, para llegar a la isla de San Salvador (Watling), primera tierra que tocó la expedición de Cristóbal Colón en América. Si Colón tardó 33 días en cubrir su periplo atlántico, Etayo, 460 años después, tardó 73 días, y todo por intentar seguir al pie de la letra la ruta imposible que Colón fijó en su cuaderno de bitácora oficial, que nada tenía que ver con la ruta real que realizó el conocido como descubridor de América en su primer viaje al Caribe. Pero cubrió su aventura, a pesar de la larga, errada e inadecuada navegación por los Sargazos. Su error de cálculo, por ir por la ruta inadecuada de la bitácora oficial, fue interpretado por los servicios de inteligencia estadounidense como una excusa y se le acusó de formar parte de una misión de espionaje, ya que merodeaban por allí, exhaustos y casi perdidos, en plena crisis USA-Cuba.
Sin duda hay otros muchos navegantes que son legendarios. Y anónimos. Que parece que no tengan historia, porque no han escritos sus vivencias. Pero están aquí. Y cada vez que salen a navegar hacen un acto de aventura y leyenda.