Emilio Salgari (1862-1911) fue célebre por sus novelas de aventuras, con historias que tenían lugar en lugares exóticos. El Caribe, las Bermudas, el Far-west y, sobre todo, en Malasia. Por Malasia hay que entender un vasto espacio que comprendía lo que hoy es Indonesia, Filipinas y la propia Malasia. Vaya, una extensión de terreno considerable apta para situar un número ilimitado de aventuras.
En esa zona Salgari ubicó una decena de sus novelas, seguramente las más famosas, si bien llegó a publicar un centenar. Su personaje más famoso fue el pirata Sandokán, que venía a ser algo así como un príncipe destronado por los colonizadores británicos, contra quienes mantenía una notable lucha.
Estas novelas tuvieron un considerable éxito entre los jóvenes desde su publicación y Sandokán alcanzó una gran popularidad con la serie televisiva producida en Italia en 1976 protagonizada por el actor hindú Kabir Bedi, que tuvo un gran éxito en España. Ya saben, cuando solo existía Televisión Española…
La visita de Bedi a España para promocionar sus películas en noviembre de 1976 se saldó con un fenomenal acoso de las fans que le asaltaron en una sesión de firma de autógrafos al grito de “queremos un hijo tuyo”. Tuvo que salir por pernas. ¡Ah, la transición!
Bedi también tuvo un personaje de malo en una de las entregas de James Bond, concretamente Octopussy (1983) y es actor de fama en extremo oriente.
Salgari fue un apasionado de los viajes, pero nunca salió de Italia. Fue un enamorado del mar que apenas navegó. En realidad intentó obtener el título de capitán, pero no lo consiguió y solo estuvo embarcado como marino por un breve período de tiempo realizando cabotaje por el Adriático.
En sus relatos por los mares orientales por fuerza tenían que aparecer las embarcaciones típicas de allí, como juncos, praos y paraos, que no son lo mismo. Yo no sé si Salgari los sabía diferenciar, pero yo no. He tenido que acudir a la Wikipedia para enterarme.
Del mismo modo que Salgari poco navegó sucede que políticos, periodistas y tertulianos habituales del amarillismo hacen referencias a algunas de las circunstancias que creen han aparecido en sus relatos, por supuesto sin leerlos. Me refiero concretamente a la confusión de las torturas. La bota china y la gota malaya.
Continuamente se utiliza la comparación de la gota malaya para referirse a una acción extraordinariamente pesada, insistente, tozuda, obstinada hasta la extenuación.
En lugar de decirle al tertuliano u oponente en el debate “Es usted más pesado que una vaca en brazos”, lo cual sería un tanto chabacano, se dice “Es usted más pesado que la gota malaya”.
Pero al grano. La tortura de la gota malaya no existe. Si acaso se trata de la “gota china”. Consistía tan apasionante actividad en fijar la cabeza de un reo y hacer caer en su frente, o en cualquier otra parte del cráneo, poco importa, un goteo. Durante horas, tal vez días. La insistencia del gota a gota era tal que podía llegar a producir un agujero en el mismo cráneo, pero lo más probable es que el sujeto de tales atenciones falleciera de insomnio o simplemente enloqueciera por el ruidito. Si el goteo de un grifo mal cerrado no nos deja dormir, imagínense la puñetera gotita en pleno cráneo… Como se puede apreciar, se trata de una tortura paciente, muy a juego con la consabida paciencia china.
¿Y qué tiene que ver Malasia en todo esto? Pues viene a cuento de otra tortura la mar de simpática: la bota malaya. Bota. ¡Bota! ¡Que no gota! El artefacto en cuestión consistía en dos piezas que rodeaban el pie y el tobillo, como si fuera una bota, de modo que se podía ejercer presión rompiendo huesos a porrillo. Ya saben ustedes que el pie tiene muchos de ellos. De huesos. ¡Dime dónde está el tesoro! ¡Nooo! ¡Apriétale la bota, Manolo! El aparato tenía una variante tuneada con un punto de sofisticación cuando además de la presión ya comentada incorporaba un forro de clavos, con las puntas hacia adentro, naturalmente.
Es curioso que por estos pagos donde ha habido auténticos creadores de las más salvajes torturas, comenzando por los muchachos de Torquemada, se opte por tomar como referencia atrocidades lejanas. O quizás es precisamente por ello, para disimular. Poco se puede disimular, pues por estas tierras existía la llamada bota española, que consistía en poco más o menos lo mismo, pero con las dos piernas a la vez, les ahorraré los detalles. Los encontrarán en la red.
Servidor de ustedes leyó a Salgari de joven. Yo, no él. No recuerdo lo de la bota, pero también pudiera ser que no apareciese en esa novela en cuestión. Lo cierto es que políticos, periodistas y tertulianos se confunden. Las supuestas torturas son la gota china y la bota malaya. En ningún caso la bota china ni la gota malaya. Tal vez el parecido entre las palabras “gota” y “bota” ha propiciado el error.
La influencia oriental en Salgari también le llegó a la hora de la muerte. Sin haber conseguido nunca el éxito económico don Emilio se suicidó a la japonesa: se hizo el harakiri. Perdón. Tampoco la palabra es correcta: harakiri es un término despectivo, lo correcto es seppuku.