Sí, en aquel lejano año olímpico el motorboat fue deporte olímpico. Y gracias a ello podemos decir que hay deportistas motonáuticos en el palmarés olímpico. Y, también, que dos países tienen en su haber el mérito de ser ‘medallas olímpicos’ en esta modalidad deportiva, el Reino Unido –no podría ser de otra forma-, con sus pilotos ‘regatistas’ Thomas Thornycroft, Bernard Redwood, y John Field-Richard, y Francia, con su piloto Emile Thubron. Sólo a ellos les cabe el honor de ser uno de los cuatro deportistas pilotos, con el metal de los Juegos.
A pesar de que la motonáutica tiene el status de deporte reconocido por el COI y sus miembros poder participar en este organismo deportivo, su modalidad deportiva no cuenta en la actualidad en los Juegos. Esto pasa con muchos otros deportes: están en el CIO, forman parte de él, pero no son olímpicos. Pero ¿qué pasó con la motonáutica, para que después de ser deporte olímpico dejara de estar en el Olimpo?
Cierto es que en la prehistoria de los Juegos, hasta los de Estocolmo de 1912, se tenía una visión muy abierta de lo que podía ser deporte olímpico o no. La motonáutica lo fue. En los Juegos de Londres, como deporte oficial, y en los de París, en 1900, como deporte de exhibición.
Su infortunio olímpico fue después de terminada la I Guerra Mundial, la primera guerra industrial del mundo, letal por la importancia de la maquinaria industrial pesada y de vanguardia que se utilizó en este conflicto bélico, que asoló Europa. Ello provocó que los líderes del sentimiento olímpico de aquel momento optaran por desprenderse de los deportes motorizados y centrarse en las disciplinas que primaran el potenciar la habilidad y la fortaleza personal del deportista, en contra del vehículo que utilizaran, huyendo por descontado de los motores de explosión, que por otra parte cautivaban a la juventud y a la misma sociedad de la época.
Pero esta fue la filosofía purista y humanista que imperó en los Juegos de Amberes de 1920, en plena postguerra, e hizo caer al ostracismo olímpico deportes cuya componente diferencial era la propulsión mecánica a través de un motor de explosión. Y así hasta nuestros días. El motociclismo, el automovilismo (que fue deporte exhibición en París 1900), o la aviación, quedaron postergados del panorama olímpico.
¿Justo? ¿Injusto? Los detractores de esta medida señalan que tan importante es el esfuerzo físico y la habilidad deportiva que hace un piloto con su ‘máquina de correr’, como la que ejerce otro tipo de deportista. Puede. No voy entrar en este debate. Pero sí creo que hay especialidades donde el motor forma parte de la esencia del deporte, en que el valor deportivo de sus practicantes es tan importante como la de cualquier otra disciplina olímpica.
El esfuerzo físico de ciertas pruebas de motociclismo, automovilismo, o todas las carreras de motonáutica, están fuera de toda duda. A pesar de que el piloto esté impulsado por un motor ‘externo’.
Las pruebas olímpicas de motonáutica disputadas en los Juegos de 1908, en la bahía de Southampton, con unas condiciones meteorológicas infernales, dan prueba de ello. La disciplina se dividió en tres categorías: la clase 8 metros, (8 Meter Class o C-Class), la clase menos de 60 pies (60’Class o B-Class) y clase open (A-Class). Las carreras, consistían en cubrir 5 vueltas a un circuito de 8 millas, por lo que se recorrían 40 millas. El ganador y medallista de oro de las clases 8M y 60Foot, el inglés Thomas Thornycroft, invirtió un tiempo de recorrido, en cada una de las modalidades en que compitió, de 02horas, 28 minutos y 26 segundos en 8Meter; y un registro similar de 02 horas, 28 minutos 58 segundos en su motonave de 60Foot. En la clase A el vencedor, el francés Emile Thubron, realizó en el mismo recorrido una crono dos minutos más rápido, de 02 horas, 26 minutos y 53 segundos. Por lo que vemos, aquellos bólidos alcanzaron una velocidad media de casi 20 nudos, realmente espectacular en esa época, incluso hoy día.
El debate sobre el olimpismo motonáutico debería estar abierto. Tan deportivo y habilidoso es lanzarse desde una rampa de hielo a bordo de un bobsleigth, que recorrer un circuito en una embarcación a motor o con un vehículo motorizado a dos ruedas. En este aspecto cabe destacar los esfuerzos que están haciendo las federaciones de motociclismo para que sean aceptadas como olímpicas algunas de sus disciplinas, caso el trial, el enduro, por ejemplo.
Recuerdo que hace poco, con motivo de la próxima celebración de los Juegos Mediterráneos de 2017 en Tarragona, se intentó que se pudieran disputar concursos de trial (motociclismo) en esta celebración deportiva y que éste fuera un primer paso para conseguir el reconocimiento del trial como disciplina olímpica.
Pero si a principios del siglo XX el inconveniente de los deportes de motor era que no se valoraba el esfuerzo físico de los pilotos, por creer que el ‘esfuerzo deportivo lo realizaba un motor externo’, hoy, a principios del siglo XXI, el prejuicio está en superar el inconveniente de la contaminación que provocan los motores de explosión. Este parece ser, ahora mismo, el gran hándicap de que esto no llegue a buen puerto.
Solo las nuevas innovaciones, un nuevo talante del CIO y el progreso tecnológico estarán a favor de estos deportes. Parece ser que uno de los requisitos –hoy el más importante- para que estas modalidades puedan ser de nuevo olímpicas es que sus motores sean 100 x 100 ecológicos. La electrónica y la nueva tecnología de las baterías pueden ser una gran baza en su favor. Ésta puede ser la gran aliada para que el motociclismo, automovilismo (olímpico de exhibición en París 1900), y por descontado la motonáutica (olímpico en Londres 1908), puedan ser de nuevo deportes olímpicos.
Angel Joaniquet