Suele utilizarse la palabra “kafkiano” para referirse a situaciones absurdas o angustiosas. La palabra hace referencia al señor Franz Kafka (1883-1924), autor literario checo célebre por una obra denominada La Metamorfosis o La Transformación, según se quiera traducir del título original en alemán Die Verwandlung. El relato o novela breve narra la situación de un hombre que un día se despierta convertido en un enorme escarabajo.
¿Y cómo se hilvana esto con el tema de los puertos? Pues verán, las concesiones que las distintas administraciones otorgan a los puertos recreativos tienen una fecha de caducidad. 70 años las más antiguas, 50 años, 30 años… Lo que se establezca legalmente. Pero sucede que en algunos casos la finalización temporal de las citadas concesiones está llegando a su fin, sin que la administración competente se decida a convocar un concurso para su nueva concesión o a establecer una prórroga temporal, más o menos larga, a la concesión existente.
Hay que tener presente que, cuando finaliza la concesión finaliza todo lo que contiene, como el derecho de uso de los amarres, de las plazas de aparcamiento o la explotación de los locales comerciales que se encuentran en el interior del recinto. Sucede que cuando la finalización de los períodos concesionados llega a su fin, la incertidumbre lleva a las empresas a limitar los gastos de mantenimiento y las inversiones necesarias para el buen funcionamiento de la instalación. Por ejemplo, quien posee un restaurante en el puerto que sea, no se siente muy inclinado a reparar los servicios sanitarios o a cambiar la instalación de la cocina, a menos que esté totalmente convencido que seguirá operando normalmente con la nueva concesión. Pagando, claro está. ¿Pero pagando cuánto?
El asunto tiene su miga. Sin saber si la concesión se va a renovar o no, y mucho menos conocer las condiciones, una empresa concesionaria no puede efectuar ofertas a sus clientes del tipo “pague usted un año por adelantado y obtenga un descuento del tanto por ciento”. Es muy habitual en el sector náutico pagar el alquiler del amarre por adelantado, por un período de un año, por ejemplo, para obtener un descuento. Pero si la concesión termina en agosto, la empresa hará muy bien en no comprometer el alquiler de que se trate más allá del momento en el que termina su contrato. Y eso sirve para la tarjeta de aparcamiento, el alquiler de los locales o cualquier otro tema en términos parecidos.
Naturalmente, el usuario cree que lo que está haciendo la empresa es darle largas para no ofrecerle el descuento al que está habituado, pero no es así.
El colmo del desasosiego llega cuando un puerto recreativo fue ampliado en el pasado de modo que cuenta ahora con dos concesiones: la inicial, próxima a caducar, y otra que fue concesionada posteriormente y que caducará dentro de algunos años. Ambas a la misma entidad, empresa o club. Ustedes pueden pensar que esto no es tan conflictivo: basta con llevar a concurso la parte inicial y para lo otro ya veremos. Pero esto no es así.
Si fuera así nos podríamos encontrar con una diferencia de precios entre ambas zonas, de modo que todos los usuarios de la parte más cara podrían correr a cambiar la ubicación de sus yates a la parte más económica –si hay espacios disponibles para ello- creando una competencia feroz a pocos metros. Pero es que las oficinas que gestionan el puerto son ahora únicas. Hay una llamada “capitanía” desde donde se controla todo el puerto, tanto la parte inicial como la más reciente, puesto que es la misma empresa o club quien lo gestiona todo. Si fueran dos las empresas concesionarias sería necesario construir unas nuevas oficinas, tal vez…
Más todavía. ¿Qué hacemos con las plazas de aparcamiento? Una sola barrera a la entrada del puerto, con su taquilla correspondiente, sirve para dar acceso al puerto y, una vez dentro, el visitante aparca donde le place, sin tener por qué saber si lo está haciendo en la parte nueva o en la vieja. ¿Habrá que poner una servidumbre de paso? ¿Quién paga a las plantillas que se ocupan de cobrar el aparcamiento? ¿El concesionario de la parte nueva o el de la vieja?
Más aún. En los puertos suele haber una bocana. Una. O sea, que no hay dos. Pues bien ¿Quién se ocupa de dragar cuando la bocana se aterra? ¿Cuál de las empresas se hará cargo del mantenimiento de las luces de acceso? ¿Habrá que poner dos grupos de jardinería? ¿De marinería? ¿De limpieza? ¿Y los impuestos? ¿Habrá que prorratear las superficies comunes? ¿De cuál de las empresas concesionarias será la gasolinera? ¿Y el varadero? ¿Ponemos el pórtico elevador a la reventa?
Llegado el momento parece que no fue una buena idea otorgar concesiones para ampliar un puerto recreativo sin prorrogar hasta la misma fecha de caducidad la parte ya construida. Sería cosa buena que las administraciones actuasen con celeridad en estos asuntos, pues no solo se perjudican los intereses de las empresas concesionarias, sino que se crea una gran incertidumbre entre las personas que trabajan para ella y entre las personas físicas o jurídicas que tienen en el interior del puerto amarres o negocios, además de originarse unas tensiones innecesarias entre ellas.