Soy friolero, lo reconozco, pero me gusta el mar. Ya de pequeño recuerdo cómo en pleno invierno navegaba frente a Barcelona abrigado, con el peligro que suponía, arropado con gruesos jerséis de lana ‘zamorana’. Era evidente que si caíamos de la embarcación el mismo peso de la indumentaria nos hubiera hundido. No llevábamos chalecos salvavidas. Pero nunca pasó nada. Éramos, además, buenos nadadores, y los padres, por suerte, unos ‘irresponsables aventureros’. Ahora esto sería punible, motivo de denuncia por maltrato infantil, y al progenitor le caería algún que otro puro administrativo.
Recuerdo también, a finales de los sesenta, cómo un nuevo vestido, de ‘nylon puro y duro’, el ‘canguro’, alivió un poco nuestro frío náutico en época invernal. Eso sí, puesto encima y sobre el grueso jersey de lana zamorana, que era lo que nos calentaba de verdad, incluso húmedo y mojado, ya que el canguro hacia simplemente de protector de agua y de cortaviento.
Así, de esta forma tan primigenia pero eficaz, nos aliviábamos del frío quienes insistían navegar en tiempo revuelto. En otoño, invierno y primavera. Los que no querían sufrir este calvario, ‘de tiritar de dientes’, pues eso, navegaban en verano.
Pero este infierno helado para navegar, bajo el peligro de coger síntomas de congelación, se superó felizmente con la entrada del neopreno en nuestras vidas. Gracias a un nombre: O’Neill.
El neopreno, o mejor dicho el policloropreno, es un caucho sintético basado en el cloro bajo la reacción del acetileno, lo que origina un producto elástico similar al látex. Cuando la industria lanzó al mercado este tejido, en la década de los 40, debido a su mal olor se lo consideraba un ingrediente, y no un producto final en sí mismo, para la obtención de otros productos sintéticos.
Pero sus cualidades intrínsecas, (buena isotérmica, elasticidad probada, poco peso, incluso una cierta flotabilidad), pronto fue buen visto -a principios de los cincuenta- por una tribu de frikis que saltaban olas en unas tablas. También lo tuvieron en cuenta buceadores y hombres ranas, tal como se llamaban entonces a estos submarinistas, que vieron en este producto asqueroso, ¡y de mal olor!, la posibilidad de transformarlo, de una forma fácil, en un vestuario perfecto para poder soportar el frío en las incursiones acuáticas.
En esta movida de frioleros un avispado joven norteamericano, Jack O’Neill, que gustaba cabalgar olas en surf, pero que vivía en la fría costa de San Francisco, en California, vio en este asqueroso material la solución para crear un traje que protegiera del frío a estos locos watermens de la costa pacífica norcaliforniana de la época.
Protegerse del frío mientras oleaba en las heladas aguas de la corriente de California auspició esta aplicación revolucionaria y desarrollada como vestimenta acuática. Sin ningún prejuicio usaron un material de construcción. Y de esta forma tan simple, Jack diseñó con este producto una chaqueta para poder surfear calentito. Rebajando calibres, ajustando anatomías, haciéndola orgométricamente adecuada a los movimientos de un surfista, la puso en el mercado. Fue un éxito.
En Estados Unidos Jack Oneill es considerado un auténtico businessman. Uno de los grandes. Y es que su aventura surfista, después de haber sido leñador, vendedor de puerta en puerta de pescado, de ventanas y claraboyas, de conducir taxis, es un ejemplo del típico emprendedor norteamericano. Y su mito se magnificó cuando demostró lo bien que movía los hilos del marketing y cómo vendió su imagen de ser uno más de la tribu. Convirtió el surf en su vida y decidió vivir de su afición, con una intuición tal, innata en el mundo de los negocios, que se convirtió en uno de los emprendedores más paradigmáticos del mundo del marketing y las multinacionales de mediados del siglo XX.
En 1952, con 29 años, Jack O’Neill, montó una tienda de Surf en San Francisco (California) -la famosa ‘Surf Shop’- y gracias a un amigo farmacéutico, también surfista como él, un tal Harry Hind, después reconocido químico de la Universidad de California, le mostró un material de recurso en la industria para la construcción que podría ir de perillas como aislante térmico también para personas. Un material para resistir más tiempo en el agua mientras surfeaban y no morir en el intento, como les pasaba en sus veladas oceánicas.
Le enseñó una esponja elaborada por la firma Dupont, conocida como dupreno, que era utilizada para aislar tuberías y cañerías. El calor le vino al cuerpo a Jack. Quedó iluminado. Ver el dupreno y hacer el primer prototipo de ‘wetsuits’, fue cosa de coser y cantar, nunca mejor dicho. Y gracias a esta ocurrencia de usar un material de construcción y convertirlo en materia prima para un chaleco para entrar en el agua, surgió el primer traje neopreno.
Desde entonces muchos podemos disfrutar del mar de forma cómoda y feliz en cualquier circunstancia, momento y en todo lugar. El bueno de Jack, intuitivo y creativo, fue inventor además de otros muchos artilugios para la práctica surfera, como la utilización de espuma sólida para el relleno de las tablas, que sustituyó a la larga a las tablas de madera. También diseño el ‘surf leash’, la cuerda elástica con tobillera para sujetar al surfista en la tabla, y que le costó el ojo izquierdo cuando lo probada con su hijo en 1970. Con su chaleco anti-frío de neopreno hizo historia, y negocio. Tuvo que superar algunos aspectos técnicos para hacer viable los ‘vestidos’ con este material nuevo. Uno era que no se rompieran y se deshilacharan; el otro, que fueran fácil de poner y quitar. Estos problemas los resolvió felizmente con ingenio en el diseño de las prendas, pegando una tela de nylon elástica al neopreno y cosiendo las costuras con la overlock, o en ‘zig-zag’.
Esta lúcida ocurrencia de confeccionar de forma funcional y práctica el primer traje de neopreno le hizo rico y respetado internacionalmente. Su aportación, aparte de beneficiarse él, creando una marca carismática en el sector sportswear, ha beneficiado también a muchos aficionados al mar y al agua, desde los mismos surfistas, pasando por escafandristas, nadadores de mar abierto, a los practicantes de vela, del canoismo, del kayac.
Se convirtió en el emperador del sportswear. Se montó en el dólar, tal como sabía montarse en las frías olas de Santa Cruz (California) y hoy, convivir en el húmedo elemento es más fácil, seguro y soportable, gracias a su feliz ocurrencia.
Gracias pirata Jack. Te debemos mucho… a tus Long John y a los Short John. Como también te deben mucho tus seguidores australianos, Doug Warbrick –Rip Curl- o Alan Green –Quicksilver-.
Angel Joaniquet