Hay un dicho entre los hombres de mar que recomienda librarse del gafe a bordo cuanto antes. El gafe es este personaje, que nadie sabe cómo, pero que provoca, y no se sabe por qué, yuyu, grima, repelús. Recelo.
Todos los males del mar, habidos y por haber, pueden ocurrir en el momento menos pensado en una embarcación, y si a bordo se encuentra un gafe, todo apunta que tienes los números suficientes para que pase algo desagradable.
El gafe es como un pararrayos negativo. Atrae los rayos y lo truenos, las calmas y las tormentas. Todo lo malo se acerca a él, y por mimetismo, atrae todo tipo de desgracias y males a la gente que le acompañan.
El primer gafe náutico histórico relatado fue el profeta Jonás, que tras huir de Israel hacia Tartesos, embarcado en una nave fenicia, lo tuvieron que echar por la borda, porque detectaron que todas las tormentas y todos los maleficios que sufrieron durante su penosa travesía se debían a este personaje que iba a Occidente contra corriente.
Otro caso conocido de gafe es el del apóstol Pablo, que casi causa en la zona de Malta el naufragio de la embarcación en la que estaba cuando se dirigía a Roma.
El más cinematográfico de todos, y que retrata perfectamente lo que es la leyenda del gafe en la marina, es el representado en la película Master & Commander, en la persona del guardamarina Hollom, en una magnífica actuación de Lee Ingleby.
Cuando me enteré hace seis años que a unas 200 millas al SW de la Seychelles, un buque de crucero, el Costa Allegra, quedó a la deriva, en pleno océano Indico, a finales del mes de febrero, en una comprometida zona comprendida entre Madagascar y las Seychelles, área entonces muy susceptible a ser atacada por piratas, me vino a la cabeza de que la compañía tenía un gafe o que bordo del Allegra debía haber uno.
En realidad, tal como nos enteramos después, había dos. Y era una pareja de hermanos, James y Rebecca, contratados como bailarines por la armadora. Uno en el Concordia, la otra en el Allegra.
Lo curioso del caso era que no hacía más de un mes – 13 de enero de 2012- un barco de esta misma compañía había sido noticia por una siniestra calamidad. Fue el suceso, tristemente célebre, del Costa Concordia, que embarrancó en la isla toscana de Guglia. El hecho de que pocas semanas después, el 27 de febrero, otro buque de la Costa Armatori, el Costa Allegra, quedaba a la deriva y fuera remolcado por un pesquero, para dirigirse a un puerto seguro, me hizo pensar, de nuevo, en el fenómeno del ‘gafismo’ en el mar.
Un amigo vinculado al sector marítimo me señaló entonces que el mes de febrero es el mes gafe por excelencia y que a bordo del Allegra viajaba en la dotación Rebecca, uno de los dos hermanos que fueron catalogados de gafes y que el otro, James, estuvo embarcado semanas antes, cuando el trágico accidente del Costa Concordia. No sin cierta sorna, -más que irónico con un cierto cinismo- me informó con toda naturalidad del mundo, que estos hermanos ‘eran los gafes de a bordo’, ya que después del percance, que hizo naufragar al Concordia, la hermana estaba en el otro buque de la compañía, y que esta vez no era en el Mediterráneo, sino en el océano Indico.
Lo tremendo del caso fue que la oficialidad del Costa Allegra, una vez llegados al puerto de Mahé, tras ser remolcado por quedarse a la deriva, reconocieron a los gafes, y recomendaron a los bailarines, muy cortésmente, que regresaran a su casa en avión y que se olvidaran de trabajar a bordo de barcos.
Parece paranormal… Pero, después de lo expuesto, ¿habrá alguien que se cuestione la leyenda náutica del gafe a bordo?
Sinceramente no creo que los hermanos bailarines fueran unos gafes. Pienso que todo aquel relato fue una excusa para disculpar actitudes irresponsables. Como la de Francesco Schettino, capitán el Costa Concordia que provocó el siniestro suceso de aquel fatídico viernes 13 de enero en la costa toscana. O como en el caso del Costa Allegra, que se quiso justificar lo obsoleto de una nave, vetusta e insegura, en navegación activa en pleno océano Indico, con más de mil personas a bordo, sin ningún tipo de miramiento, desdramatizando el percance, y haciendo correr el bulo de que todo lo que pasó fue debido a que había unos gafes abordo.
Angel Joaniquet