El pasado mes de mayo tuve la oportunidad de acudir a las XV jornadas de la ACPET (Associació Catalana de Ports Esportius i Turistics). Una de las ponencias corrió a cargo de unos mandos del cuerpo de bomberos. Transcurrido un tiempo y visto lo visto durante la temporada, parece oportuno efectuar algunas reflexiones.
La primera es que los señores bomberos evidenciaron una gran profesionalidad y sinceridad. Manifestaron, por ejemplo, desconocer los temas que atañen al mar, pero no tuvieron ningún inconveniente en relatar que el personal de los puertos recreativos suele querer hacer “de bombero”, sin serlo. De lo cual se deduce que una buena coordinación es importante.
Puesto que no pretendemos hacer aquí el manual de la perfecta lucha contra el fuego, me limitaré a hacer comentarios concretos. Por ejemplo, es necesario asumir que existen incendios que no se pueden apagar, lo mismo que sucede, por ejemplo, con ciertos incendios forestales. En tal caso hay que crear cortafuegos. Del mismo modo que en un incendio forestal se suele talar una zona de bosque para evitar que el fuego progrese al llegar allí, es necesario asumir que el mal menor será quitar barcos a sotavento. Y eso implica que, tal vez, los primeros barcos situados junto al fuego inicial se acaben perdiendo. Mover un barco que ya ha prendido puede ser un acierto o un error garrafal. Lo difícil es establecer a partir de qué barco se abre el cortafuegos, soltando amarras, esté o no el armador a bordo, asumiendo que se pueden producir algunos daños. Este es un protocolo que los puertos, los armadores y las compañías de seguros deberían tener asumido.
Pero a veces puede no ser fácil llegar a sotavento de un yate con fuego a bordo. Imagínense que el fuego se proyecta contra el acceso peatonal al pantalán. Entonces no queda más remedio que acceder a él desde el agua, con una embarcación de servicio.
La presencia de fingers puede implicar un espacio de seguridad provisional, unos minutos de margen para actuar, pero los fingers implican también una disminución del número de amarres y un aumento del precio de los mismos, pues al final la empresa explotadora de la instalación espera obtener un rendimiento económico y si disminuye el número de amarres ha de aumentar necesariamente el precio de los mismos.
Un aspecto que no se suele contemplar es el del fuego en la explanada. Si los barcos están en la explanada –varadero- tan próximos entre sí como en los amarres –o casi- los problemas se repetirán. Hay aquí un problema adicional: los barcos permanecen en el varadero apuntalados. Los puntales están calculados para soportar el peso en lastre o en rosca del yate. Por lo general estos puntales pueden soportar mucho más peso del que aparenta el yate, pero en caso de fuego el peso se multiplica por la sencilla razón de que el fuego se apaga con agua. El agua entra al interior del barco y no sale por parte alguna, lo que puede producir un aumento de peso tal que acabe con el colapso de los puntales. Rara vez el barco caerá sobre sí mismo. Lo normal es que caiga de costado y que en esa caída pueda arrastrar a los barcos vecinos en un efecto dominó desastroso. No hace falta que el colapso se produzca por el incremento del peso, basta con que el fuego modifique la consistencia del barco para que todo ceda.
La primera precaución sería tener los barcos estratégicamente separados, pero los señores bomberos no descartaron la conveniencia de perforar el casco para propiciar la salida del agua. En este caso habría que saber quién es el guapo que se acerca con un taladro, una caladora o un hacha a un barco en llamas para generar una salida del agua.
Además hay que hacer una observación adicional. Los fuegos en los barcos de fibra son casi inextinguibles. Cualquier espacio existente interior al propio material hace que el fuego se mantenga, que parezca apagado y reavive. Sucedió en el incendio de Port Forum esta misma temporada.
También hay que considerar aspectos colaterales al propio fuego, a las pérdidas materiales. El primero y más importante son los daños personales. La prioridad es siempre evitar que se produzcan heridos o pérdidas irreparables, así como conocer los protocolos necesarios para efectuar los primeros auxilios o una evacuación al centro hospitalario mejor preparado según el caso.
El segundo es un tanto residual, pero no menos importante: la contaminación resultante. Un barco quemado es un auténtico deshecho, especialmente si es de fibra. En realidad, los barcos de fibra viejos ya son un problema medioambiental en sí mismos. No terminan aquí los problemas de contaminación, pues en caso de incendio o de hundimiento se producen vertidos de los combustibles almacenados a bordo, de los ácidos de las baterías, y de otros residuos de todo tipo que se pueden aislar parcialmente con barreras protectoras y aplicando después los procedimientos establecidos.
La realización de simulacros en el mismo puerto es una ayuda inestimable, pero la máxima responsabilidad por parte de los usuarios de las embarcaciones es fundamental. La mejor manera de apagar un incendio es que no llegue a producirse…