En un corto período de tiempo he tenido la oportunidad de acudir a unos actos en los que Tomás Gallart, presidente de la ACPET (Associació Catalana de Ports Esportius i Turístics) y ex director del Club Nàutic Estartit, expuso unas informaciones muy interesantes.
La primera fue un acto en el Colegio de Economistas de Catalunya, bajo el título “Impacto socioeconómico de los puertos deportivos y turísticos en Catalunya”. Ante tan sesuda audiencia el señor Gallart ofreció datos de una trascendencia bárbara. Otra cosa es que los oyentes del sector interpretasen adecuadamente las informaciones que se les ofrecían. Ya se sabe que no hay peor sordo que el que no quiere ver, ni peor ciego que el que no quiere oír. En determinadas circunstancias un traspié puede ser solo un susto, mientras que en otras puede llevar a un batacazo fenomenal.
No voy a resumir la exposición del Sr. Gallart, pero si a utilizar algunas de las diapositivas que utilizó y que me ha cedido gentilmente. Él las obtuvo, a su vez, de la NMMA (National Manufacturers Marine Association) de los Estados Unidos.
La primera hace referencia a la vinculación entre la edad de los armadores de los yates de vela y el porcentaje de los barcos que posee esa franja de edad. Y eso está referido al año 1998 y al año 2011. La línea de color verde es la de 1998 mientras que la de color negro es la de 2011.
Como ustedes pueden ver, en 1998 el grupo de armadores más numeroso era el que se encontraba en la franja de edad comprendida entre los 45 y los 54 años. A continuación se iniciaba un descenso atribuido parcialmente al “envejecimiento” de los armadores poco dispuestos a “trabajar” a bordo izando velas y arranchando cabos. Trece años más tarde, el grupo de armadores más numeroso era el de edades comprendidas entre los 55 y 64 años. Salvo un crecimiento vegetativo, eran exactamente los mismos armadores. La curva se desplazó de izquierda a derecha del observador. Pero la importancia del sector de la vela en el mercado estadounidense no alcanza al 10% del total.
Veamos lo que sucedió en cuanto a los propietarios de embarcaciones propulsadas a motor. ¡Horror! Casi exactamente lo mismo: en 1998 la mayoría de los armadores tenía entre 35 y 54 años, mientras que en 2011 tenían entre 50 y 65 años. La curva se ha desplazado a la derecha de una forma imparable. El crecimiento del sector es vegetativo.
Si ahora alguien se atreve a predecir el futuro puede hacer un ejercicio realmente fácil: seguir desplazando la curva a la derecha. El resultado es estremecedor: armadores envejecidos.
Si seguimos acariciando la bola de cristal no les costará descubrir que estos armadores abandonarán el sector, más tarde o más pronto, y “abandonar” significa en este caso vender el barco tirado de precio para que entren jóvenes por el otro extremo de la gráfica o, directa y sencillamente, abandonarlo. Ambas perspectivas son muy malas. Si venden el barco barato hundirán el sector de la compra venta. Si no lo venden, sino que lo abandonan, porque no vale la pena, porque nadie lo quiere o porque no pueden asumir su mantenimiento, la papeleta queda para los puertos recreativos, que se pueden encontrar con impagos a porrillo y, lo que es peor, con gastos no deseados. En puertos con 200 o 300 amarres, tener un 10 por ciento de problemas tal vez sea asumible, pero en los enormes puertos de los Estados Unidos o del Sur de Francia eso supone tener cientos de amarres conflictivos. Perder una facturación del 10% sin poder reducir los gastos en la misma proporción –el puerto hay que tenerlo inmaculado, cobres o no cobres- significa directamente comerse los beneficios, cuando no entrar en pérdidas.
Puesto que los puertos recreativos son concesiones de las administraciones públicas, cuando las empresas concesionarias no puedan pagar los cánones que se les aplican, ya vendrán esas administraciones a hacerse cargo de pantalanes, locales y muertos. Y lo de muertos nunca mejor dicho, porque estas instalaciones serán un “muerto” como los aeropuertos sin aviones, los AVE sin pasajeros, las autopistas de peaje por las que no circulan automóviles y otras maravillas de todos conocidas. ¿Y no habrá barcos amarrados? ¡Hombre, claro que los habrá! Pero a precio de saldo. La diferencia resultante de restar los ingresos a los costes, es decir, las pérdidas, deberán ser asumidas con impuestos de carácter general. ¡Se pondrá buena la ciudadanía!
Si yo tuviera acciones de algún puerto recreativo, las vendería. De construir un nuevo puerto recreativo ya ni hablamos.
La única solución es atraer a nuevos aficionados. Pero, atención, salvo que cambien mucho las cosas, no van a ser aficionados “propietarios” sino aficionados “usuarios”. Efectivamente, según un estudio de Goldman Sachs, comentado por el mismo Sr. Gallart, en un encuentro de entidades del sector convocado por la Generalitat de Catalunya el pasado mes de julio, las nuevas generaciones no tienen el menor interés en la propiedad. Ni de viviendas, ni de autos, ni de barcos ni de nada “voluminoso”, más allá de un smartphone. En ese estudio se ponía de manifiesto que los llamados millennials, la generación nacida entre 1980 y 2000, no tienen entre sus objetivos vitales la propiedad sino el uso. No quieren ser “owners” sino “sharers”.
Pueden ustedes verlo directamente en este enlace:
Esto no debe preocupar a los usuarios finales que, si lo desean, podrán comprar una embarcación de recreo. A quien debe preocupar es a los profesionales que, seguramente, pasarán a prestar sus servicios mayoritariamente a empresas de chárter en lugar de a propietarios particulares.
La excepción, como siempre, los grandes yates. Cuando en 1991 empecé a recopilar información al respecto, había en el mundo menos de 100 yates de 50 o más metros de eslora. Hace unos meses eran 726 y había otros 145 en construcción. Los yates existentes de entre 30 y 50 metros superaban los 4.200. ¿Debemos poner nuestros puertos y empresas ventajosamente a su servicio? ¿Qué será de la náutica popular o de clases medias?
¡Ah! ¡Qué romántico! ¡Volveremos a la edad media! Solo que cambiando algunos sustantivos. Los castillos serán substituidos por los grandes yates y los señores feudales por los armadores. ¿También se les otorgará derecho de pernada? ¿Serán empujados al gueto de la estantería todas las embarcaciones de pequeña eslora?
En cualquier caso, en este panegírico yo juego sobre seguro. Si acierto, tendré el prurito de decir que acerté. Si yerro, tendré la suerte de haberme equivocado.