Así nos han narrado la Travesía Atlántica 2017 desde el “SailOne Mundus” algunos de los episodios vividos.
Primeros días
Embarcamos todos en Lanzarote y tras una noche en puerto para conocernos, ubicarnos y hacer las últimas compras de comida fresca salimos rumbo a Martinica con un parte de viento pero que si demorábamos más las salida no nos daría tiempo a escaparnos.
Unos consejos para amarinarnos…como no comer o beber comida fuerte, ácida, excitantes, de difícil digestión (alcohol, café, tomate, cebolla, pimientos, lácteos, grasas, plátanos, melón). No dejarse debilitar por poca alimentación, deshidratación, exceso de calor o frío… y dormir… el cuerpo debía acostumbrarse al movimiento del barco lentamente. Normalmente uno empieza a amarinarse pasados los tres a cinco días. Con olas de 2-3 metros y un máximo 30 nudos de viento la tripulación sólo necesitó 4 días para acostumbrarse a disfrutar de unas surfeadas a los 10… 12… 19,5 nudos de velocidad a los que navega el Sailone Mundus.
A 35 m sobre el mar
Es por la mañana. Estamos navegando a unos 15 nudos con toda la mayor y spi. Viento de NE de unos 19-22 nudos y olas de aproximadamente 2 metros. De repente oímos un ruido y los que están de guardia fuera gritan… ¡la mayor ha caído! Sin pensármelo dos veces decido que esta vez seré yo la que suba al palo. Había evaluado el riesgo de no tener la mayor para apoyarme o amortiguar los golpes… pero esta vez me tocaba a mí. Tim preparó toda la maniobra para izarme mientras Roger se encargaba de llevar la rueda. Subo hasta arriba y cojo la driza de la mayor, filmo lo que ven mis ojos a 35 metros sobre el mar y cuando estoy bajando parte de la driza (para subir uso una driza doble del tope de palo) se queda enganchada entre los obenques y la segunda cruceta. Paso un buen rato intentando deslizarla pero parece que cada vez se lía más.
Seguimos navegando sólo con el spi y a 12 nudos pero a pesar de la concentración de Roger en la maniobra no evito los balances y de golpe mi costado golpea con fuerza contra la cruceta saliendo un gemido de dolor, mi cuerpo se estremece y me pongo a respirar para dominarme… No puedo librarme y me sigo golpeando. Mi escapatoria es bajar con la driza de mayor que he subido a recuperar pero antes debo sobreponerme al dolor y desenredar la driza. Después de un buen rato lo consigo y llego abajo. Cuando mis pies tocan la cubierta toda la adrenalina desaparece de mi cuerpo y el dolor del costado me recuerda que quizás tenga alguna costilla rota. La “tripu” me lleva a la bañera y
Paco me dice que no me deje llevar por el dolor que debo seguir sobreponiéndome; parece que tiene razón… mi cuerpo deja de temblar y poco a poco me voy recuperando. He estado una hora colgada en el palo y a pesar de las magulladuras por todo el cuerpo y la fuerte contusión en las costillas parece que no ha sido nada. Oscar sale de dentro del barco y me cuenta que no ha querido ver nada porqué lo pasa muy mal… lo que me saca una carcajada… y me hace suponer que no me he roto nada.
¡Ballenas, ballenas!
¡Ballenas ballenas! oigo gritar mientras echo una cabezadita a media tarde. Salgo corriendo agarrándome como puedo porque el barco no descansa, él va su ritmo sobre el mar intentando cumplir con su compromiso de ir rápido y seguro. Salgo fuera medio dormido pero motivado por ver el gran cetáceo. Primero veo a Tim en la rueda sonriendo, como siempre, feliz de ver como disfrutaremos al ver aquella maravilla salvaje que luce su lomo a unos 20-30 m. Sacamos las cámaras y vemos que son más de una que han venido a darnos su bienvenida en el último tramo de la aventura, las últimas 600 millas que uno puede decir… ¿es mucho o es poco? Pues es como de Barcelona a Cádiz. Una vez desaparece la emoción de las ballenas y comentamos la jugada aparece Tim con una botella de ginebra y unas tónicas, sin hielo. No está frío pero sabe a gloria mientras contemplamos la puesta de sol. Otra tarde fantástica.
¡Hoy para cenar: Dorado!
Esto es un no parar y ha llegado el día de pescar. A las 6:00 am lanzamos la caña y a las 7:00 ya lo tenemos, empieza la operación ¡“Pilar Pilar frena el barco”! (como si fuera tan fácil). Mientras Roger comienza la maniobra de recogida el cric-cric-cric del carrete nos mantiene expectantes para ver qué sale del agua, quizá nada. Finalmente vemos como la pieza se rinde a los encantos del Sailone Mundus; es un dorado, maravilloso al nivel de nuestras expectativas. Lo subimos al barco, nos hacemos la foto de rigor y ya sale Roger con su arsenal de cuchillos que nos corta unos fantásticos filetes para la cena.
El final del viaje hacia uno mismo
A punto de llegar a Martinica… sólo quedan 212 millas… un día de navegación. Atrás queda todo lo vivido a bordo del Sailone Mundus aunque seguro que para todos formará parte de nuestras vidas para siempre. Cada día hemos tenido una sorpresa… aprender a marinarnos, ver y sentir olas enormes bajo el casco correr delante de los chubascos,…
navegar a 21 nudos de velocidad mientras planeamos sobre una ola, tener una orzada con el spi y controlar la situación, pescar un dorado de 1 metro, tumbarse en la bañera a contemplar una lluvia de estrellas, los aperitivos antes de la cena bajo un cielo iluminado, las maniobras a bordo, el avistamiento de ballenas, las duchas de mar, las risas, los sustos, el compañerismo, la superación, la unión, la confianza y la actitud… han sabido sacar lo mejor de cada uno de nosotros en estas dos semanas. Quizás en algún momento alguien haya pensado ¿Qué hago yo aquí?… Pero eso forma parte del viaje y cuando lo terminas… ¡tienes la respuesta!
… a 120 Millas
A tan sólo 120 millas para la llegada, en una inesperada tormenta de lluvia y fuertes vientos, acabó nuestra aventura. El Sailone Mundus navegaba con todas las velas cuando el barco se fue de orzada intentando aguantar los 35 nudos que entraron de golpe, trasluchamos, intentamos controlarlo y de repente oímos ¡¡CUIDADO!! En aquel momento el palo, botavara, vela mayor, solen, el magnífico spi… cayeron sobre nosotros arrancando todo lo que se encontraba, candeleros, antena satélite…. Todos estábamos bien, y todo el equipo, convertido en un equipo oceánico, demostró que en los peores momentos se podía contar con cada uno de ellos.
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