Estos días hemos resucitado de nuevo a Enric Blanco. Hemos vuelto a hablar de él con amigos navegantes, y con un colega de profesión aficionado también al mar. ‘A la vora del mar’, como dicen en la costa de Girona, evocamos a este hombre, a su familia y al Evalú, su barco. Somos un grupo de recalcitrantes admiradores de Blanco empecinados en evocar cada año a este barcelonés. Fue el primer español que atravesó el océano Atlántico en un pequeño schooner de 36 pies: de Boston a Barcelona, en el año 1930. Recordar es resucitar a una persona, como decía el poeta.
Lo de la calle y Blanco salió a colación de que este navegante, nacido en el barrio de la Barceloneta, bien se merece una calle, una plaza o, como mínimo, una placa en esta parte de su ciudad.
Enric Blanco es un olvidado. Un rastro perdido. Ejerció de peón marinero en buques mercantes por todo el Atlántico, se enroló a los 16 años como polizón y, tras varios años de navegar por el océano, recaló en los Estados Unidos donde saltó ‘sin papeles’. Allí, gracias a su empatía personal, pudo ejercer de profesor de español en la Universidad de Iowa.
Le tiraba el mar, así que cuando consiguió suficientes dólares compró una embarcación y decidió volver a su ciudad. Aprovechó esta aventura personal para escribir uno de los libros más emblemáticos de la literatura náutica internacional, “De Boston a Barcelona”, reconocido por el mismo Jean Berrien, autor de “Aux limítes du possible”, donde se hace una exhaustiva referencia a los navegantes más arriesgados y reconocidos hasta la década de los años cincuenta.
Méritos no le faltan a Enrique Blanco para tener una calle. Pintoresquismo tampoco. Aparte de su leyenda como persona, con sus claros y oscuros, lo más literario de su existencia es lo que no está escrito, como el hecho de que después de recalar en Barcelona decidió volver al mar a finales del año 1931, y se perdió totalmente su rastro. O eso es lo que sabemos.
Tras un año disfrutando de los honores y favores que le departió su ciudad natal, cuando atracó tras su viaje a vela atlántico, Enric Blanco decidió continuar con su periplo náutico y, tras dejar a su mujer en el manicomio de Valldaura, en Barcelona, huyó con su hija, poniendo proa de nuevo al Atlántico para intentar dar la vuelta al mundo. ¿Huida, o necesidad de horizontes abiertos? Nunca se sabrá. Lo cierto es que de forma consciente o inconsciente decidió que su rastro se perdiera, como estela que deja un velero en el mar.
De él solo tenemos noticias en su libro, -de la ilustración que hizo para la portada de la publicación, otro sin rastro de la época, Helios Gómez- una crónica magistral, marítima, escrita en aquella década prodigiosa –años treinta- donde ‘el relato de mar’ por parte de aventureros y bohemios a bordo de pequeñas embarcaciones cautivaron a jóvenes y adultos. Pero de él, y lo que hizo después con su vida y con su barco, no sabemos nada. El mar se lo comió. Y esta voluntad de desaparecer, de desconectar para vivir intensamente el mar, hace más grande, si cabe, su leyenda.
Se dice que acabó en la Polinesia, en el Pacífico. No hay nada seguro sobre ello. Familiares suyos aseguran que la última carta que envió fue a un hermano que vivía en Melilla, como representante bancario –no es casualidad que Blanco recalara en este puerto norteafricano cuando superó Gibraltar en su viaje de Boston a Barcelona, alejado de la ruta natural por Alborán para llegar a la Ciudad Condal-.
Con la carta iba adjunta una fotografía de él y su hija, con remitente del puerto venezolano de La Guaira. Su sobrina asegura que se casó de nuevo en una isla de la Polinesia, pero no hay nada confirmado. Es un bonito tema de investigación. No sabemos si alcanzó el Pacífico por el Canal de Suez, -de haberlo hecho, seguro debería haber un registro en la Administración del Canal-, o pasó por Tierra de Fuego. Lo que sí parece cierto es que no completó su periplo circunmundista. ¿Debió quedarse en el Pacifico, al descubrir el paraíso? ¿Vivió en sus carnes la guerra naval USA-Japonesa en el gran océano? ¿Llegó al Índico? Nada sabemos. Lo único cierto es que su rastro lo borró el mar que tanto quiso.
Resucitar la memoria
Recordar a Enric Blanco es un deber de quienes amamos la aventura marítima. Muchos creemos que se merece un reconocimiento. Incluso, ¿por qué no?, una calle en Barcelona, su ciudad. Uno de los tertulianos en esta charla marinera no dudó en señalar que la tendrá algún día, y nos comentó que para la ciudad, la leyenda de Blanco sería una distinción. Muchos dijeron que este tipo de sentimiento no cuenta para nada en nuestra ciudad. ‘¡Si quieren cambiar el nombre a la avenida Aristides Maillol, [una de las que circunda el Nou Camp], por el nombre Johan Cruyff,-señaló otro- imagínate buscar un callejón para Enric Blanco!’. Es cierto. Aquí se quiere cambiar la figura de un escultor rosellonés por un futbolista holandés y la de un almirante decimonónico por un cómico transgresor.
Realmente no son tiempos, por parte de nuestros gobernantes, para ciertas culturas ni para ciertos deportes. Entre ellos los relacionados con la náutica. Una pena, porque hombres como Enric Blanco, un barcelonés de la Barceloneta, han forjado la historia y la leyenda de la náutica mundial de muchas generaciones.
Angel Joaniquet