La historia comienza en 1980 cuando se botó el Nabila, yate del multimillonario árabe Adnan Khashoggi. El Nabila fue construido en Viareggio (Italia) por el célebre astillero Fratelli Benetti bajo diseño de Jon Bannernberg, gurú de la época por lo que se refiere al diseño de grandes yates, con interiores de Luigi Sturchio, otro de los primeros espadas del momento, autor también de los interiores del Lady Moura. El Nabila medía 281 pies y 9 pulgadas: 86 metros de eslora. Eso significaba que se encontraba entre los diez yates mayores del mundo en aquel momento, el quinto del ranking si se exceptuaba los yates oficiales como el Britannia, de la reina de Inglaterra…
Se decía que las letras del nombre del barco estaban construidas en oro macizo, una afirmación absolutamente aventurada. Lo que no es exagerado es la capacidad de sus depósitos de combustible: 515.000 litros. Un volumen enorme pues la potencia de sus motores era de 3.000 caballos, lo cual ya no es extraordinario hoy en día.
Nabila era el nombre de una de sus hijas y tanto Nabil como Nabila son nombres relativamente frecuentes en el medio oriente, pues Nabil significa Líbano al revés. Algunos especialistas consideran que el Nabila tuvo un efecto multiplicador e hizo que muchos magnates del medio oriente se entusiasmaran por la posesión de grandes yates…
La construcción del Nabila llevó al astillero Benetti a la ruina. Unos dicen que los números no salieron. Otros que Khashoggi se acogió a alguna cláusula que le permitió no pagar la última factura. Hoy en día son muchas las marcas que utilizan el eslogan ese de “si no está satisfecho le devolvemos el dinero”. Pues bien, parece ser que Benetti tenía el prurito de decir “si no le gusta como ha quedado, no nos pague”. Los grandes yates se construyen a medida que se pagan, por certificaciones. Un tanto al firmar el contrato, un tanto al poner la quilla, otro tanto al colocar los motores, una cantidad más en la botadura, y así sucesivamente. La última factura ascendía a un millón de dólares. Una cantidad enorme a finales de los años 70, o principios de los 80 del siglo pasado. Dicen que Khashoggi manifestó su descontento y Benetti hizo honor a la palabra dada. Otros aseguran que el árabe introdujo cambios que alargaron la construcción sin alargar los períodos de entrega pactados, debiendo asumir el astillero unas penalizaciones contractuales. Cualquiera de ellas era suficiente para llevar al astillero al desastre económico. En 1984 Benetti fue adquirido por Paolo Vitelli y Azimut Yachts, constituyendo más tarde el grupo Azimut-Benetti, el mayor constructor mundial de grandes yates. Se puede decir de aquella ocasión que el pez grande no se comió al chico, sino a la inversa…
En este período el yate tuvo una notable aparición en la película Nunca digas nunca jamás, de la serie de James Bond, remake de la primigenia Operación Trueno. También le dedicó una canción el grupo británico Queen: Khashoggi’s Ship, del álbum Miracle.
De Khashoggi se dijo que era espía, traficante de armas y muchas cosas más, pero pocos años después -1987- cayó en desgracia por un par de sonados asuntos. Uno de ellos acusado de actuar como intermediario en una poco aclarada operación de venta de armas a Irán en un momento en el que los tratos con ese país estaban prohibidos, después de la caída del Sha y el secuestro de los miembros de la embajada de Estados Unidos en Teherán. El otro fue su detención en Suiza, en 1988, acusado de ocultar fondos del dictador filipino Ferdinand Marcos y su esposa Imelda. Extraditado a los Estados Unidos, fue finalmente absuelto. Pero en este período el yate pasó a manos del sultán de Brunei, que lo había aceptado como garantía de un crédito. La cifra que se manejó en aquel momento fue de entre 50 y 75 millones de dólares. Las dio el propio Khashoggi en una de sus múltiples entrevistas. Porque Khashoggi era un habitual de la prensa rosa en España, célebre por sus glamurosas fiestas en Marbella. ¡Ah! ¡Qué lástima que la hemeroteca digital de la revista ¡Hola! solo llegue hasta 2001!
El sultán tuvo poco tiempo el yate y lo vendió a Donald Trump. Dicen que por 29 millones.
Trump le hizo al barco un refit en el astillero holandés Amels que le costó 8 millones de dólares y lo rebautizó como Trump Princess. Durante un tiempo el yate fue utilizado para fiestas privadas y casino. Al entonces magnate estadounidense tampoco le fueron bien las cosas y se deshizo del yate. No es de extrañar, pues la revista Power & Motoryacht de agosto de 1991 cifró en 450.000 dólares el coste de su mantenimiento ¡mensual! El nuevo propietario fue el príncipe árabe Al-Waleed bin Talal, que lo adquirió por 20 millones. ¡Como se depreciaban los grandes yates en aquellos tiempos!
Al-Waleed cambió de nuevo el nombre del yate. Lo rebautizó The Kingdom primero, el nombre de su holding empresarial y, poco más tarde Kingdom 5KR, una combinación entre el nombre anterior, las iniciales de los nombres de sus hijos y el número de la suerte del afortunado armador. Al-Waleed no es solo un aristócrata árabe, que lo es, sino un financiero con múltiples intereses en todo el mundo, entre ellas participaciones en Fox News o City Corp.
El yate, que actualmente ocupa por su eslora el puesto número 82 en el ranking mundial, tiene su amarre habitual en el International Yacht Club d’Antibes (Francia), ese muelle casi privado que hay en Port Vauban. Y privado entre los privados, el amarre del yate está al final del muelle, pasada la capitanerie, seguramente uno de los amarres más exclusivos del mundo.