La picaresca parece innata a lo celtibérico. El timo, la estafa, el sablazo… Hay una gran cantidad de palabras que vienen a significar más o menos lo mismo. La literatura española ha tenido ejemplos brillantes de todo ello, seguramente el más paradigmático sea La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, más conocida como El Lazarillo de Tormes, cuya primera publicación conocida data de 1554. Otra obra en parecida línea es el Buscón de Quevedo. Este tipo de novelas ha llegado a ser considerada como de género, el género picaresco.
De los timos se han hecho películas en todo el mundo. Los tramposos (1959) película española donde se repasan algunos de los timos habituales de la España cañí, con Tony Leblanc ejerciendo de gancho, En bandeja de plata (1966) donde Walter Matthau, abogado, convence a su cuñado Jack Lemmon para estafar a una aseguradora, El golpe (1973), donde Robert Redford y Paul Newman lideran una compleja operación de apuestas clandestinas, Nueve reinas (2000), en torno al valor de unos sellos de colección o Atrápame si puedes (2002), en la que Leonardo Di Caprio falsifica todo cuanto se le antoja. También podría encajar en el género del timo la trilogía del Sr. Ocean, la de Ocean’s Eleven…
En todos estos ejemplos hay una trama principal, el gran timo, y una serie de enredos y engaños que constituyen un auténtico catálogo de la tomadura de pelo a incautos o a personas que no lo son tanto.
Cuando TVE era la única cadena de televisión en España, el periodista Enrique Rubio explicaba y prevenía timos: el tocomocho, la estampita… También publicó dos libros sobre la materia.
La RAE define como timar “Quitar o hurtar con engaño” o “Engañar a alguien con promesas o esperanzas”, pero yo creo que muchos de nosotros estaremos de acuerdo si digo que timar es más bien robar a un ladrón, lo que tiene cien años de perdón (sólo según el refrán, claro está), es decir, aprovecharse de uno que cree que se está aprovechando de ti, o de otro. En el argot delincuencial, al timado se le denomina “primo” y al timo “palo”.
Hechas las presentaciones les comentaré en qué consiste el timo del falso examinador corrupto.
Estando próxima la convocatoria de un examen, el alumno manifiesta cierto nerviosismo. Cree que no va a aprobar y muestra su malestar por una situación que, de fracasar, le compromete. Está próximo a comprar una embarcación de recreo, tal vez la ha pagado ya y, si no aprueba, no la va a poder disfrutar. El pobre hombre –o mujer- pensaba que esto resultaría más fácil. Él que tiene estudios universitarios o que dirige una empresa con cierto éxito, no ha podido dedicar al asunto tiempo suficiente. Si no tiene el título lo único que podrá hacer es dejar el barco en el amarre todo el verano y esperar a la siguiente convocatoria. Y vivir, ante familia y amigos, lo que él considera un ridículo espantoso.
Visto que la tragedia se masca en el ambiente y que nuestro personaje es persona de posibles, alguien le sugiere que conoce al examinador y que, tal vez, solo tal vez, el asunto podría tener “arreglo”. Poniendo una cantidad de dinero, por supuesto.
Ya tenemos un par de personajes que constituyen la estructura principal del timo: el primo y el timador. No hace falta más. El timo es tan fácil que no hace falta ni gancho. Pero puede haberlo: alguien que diga que conoce a un tercero que a su vez sabe de quién…
A medida que se aproxima el día del crucial acontecimiento el nerviosismo se apodera del primo, perdón, del alumno, y acaba por caer en la trampa. Entrega al “conocedor” una importante cantidad de dinero y se presenta a examen. Se supone que el timador hará entrega del dinerín a quien pueda arreglar las notas. Incluso cabe la posibilidad de que le diga al primo que él no se queda ni cinco, que solo le está haciendo un favor desinteresado. ¡Ja!
El día del examen el primo observa cómo aquel a quien ha dado el dinero se saluda, más o menos efusivamente, con uno de los miembros del tribunal de examen. Esto está hecho, piensa el pobre incauto. Y aprueba.
Lo que no sabe el ingenuo es que ha aprobado por méritos propios. Que su nerviosismo le ha llevado a estudiar como un cosaco y que ha sacado el curso adelante por su propio esfuerzo y que ha pagado por nada.
¿Cómo que por nada? ¡Pero si él ha visto como su intermediario se saludaba con el examinador!
¡Pero hombre! ¿Qué no vas nunca al cine? ¿Qué no ves la televisión? ¿Qué no lees los periódicos? El intermediario no conoce al examinador de nada o de casi nada. Le ha saludado y le ha preguntado la hora, o por la fecha de la próxima convocatoria, o por lo jodida que era la pregunta de carta de la convocatoria anterior. ¡Vete a saber! El día del examen multitud de gente se saluda, profesores de escuelas, comerciales de chárter, ex alumnos…
Bueno, a nuestro hombre lo que le interesaba era tener el título y ya lo tiene.
¿Pero y si le hubiesen suspendido? ¿Qué pasaba entonces con el dinero? Pues no pasaba nada. El intermediario ya tiene buen cuidado de no ponerse al teléfono ni aparecer por los lugares habituales hasta que se publican las notas. Si el alumno ha aprobado se queda la pasta y se da por supuesto que el soborno surtió efecto, pero si le han suspendido corre a devolver el dinero diciendo que no pudo ser, que su contacto no aceptó el soborno, que ahora todo esto está muy mirado y que qué le vamos a hacer. Al menos el timador suele tener el buen criterio de no quedarse con un soborno que nunca existió. Porque si se corre la voz de que se queda el dinero por nada, se acabó el chanchullo, que al final todo se sabe.
La conclusión, que en este caso deberíamos llamar moraleja, es: estudia y no te dejes enredar. De este modo siempre tendrás la satisfacción personal de haber conseguido lo que sea por méritos propios.