Ya es difícil encontrar similitudes entre el Mar Menor y algún punto de Suiza. Aquí calor, un espejo de agua de mar, más salada que el Mediterráneo por su mayor evaporación, allí altas montañas, verdes prados, temperaturas fresquitas, vacas, chocolates y bancos. Pero hay parecido. Verán.
De un tiempo a esta parte se ha puesto de manifiesto el alto grado de contaminación de las aguas del Mar Menor. Esto se ha notado especialmente por la proliferación de determinadas algas que han otorgado un color verde a las aguas del lugar. El aspecto hace que el baño se haga desagradable y, en consecuencia, el turismo se resiente.
En realidad, sucede que el Mar Menor resulta especialmente sabroso para las algas. La contaminación procede de los abonos que se utilizan en la agricultura intensiva del contorno que, más pronto que tarde, termina por llegar al Mar Menor. Llega a cualquier mar, pero como que éste es cerrado y pequeño, se nota más. A más abono, más algas.
Periódicos locales y estatales se han hecho eco de la situación informando que el fenómeno recibe el nombre de eutrofización, que se define como el enriquecimiento de nutrientes de un ecosistema, en este caso por la acumulación de residuos orgánicos, producida por los vertidos urbanos y agrícolas. Pero la principal causa se atribuye a la continua demanda de agua. Los pozos son cada vez más profundos, el agua sale cada vez más salada, el agua se desala, de manera a menudo ilegal, y la sal sobrante –salmuera- se vierte a barrancos y ramblas que, en cuanto llueve, llega al Mar Menor.
Ante esta situación, grupos ecologistas han propuesto la prohibición de la navegación a motor en el Mar Menor. Vaya, es como si usted se rompe el dedo gordo del pie y el médico le receta colirios.
Quede claro que no estamos hablando de pobres agricultores destripando terrones con el azadón, de sol a sol, calzando abarcas, faja de ropa y sombrero de paja. Estamos hablando de empresas que obtienen cuatro cosechas al año donde antes con suerte se lograban dos. Y, de seguir así, tendrán la intención de conseguir seis. Y cuando ya no haya nada que conseguir, porque habrán esterilizado la tierra y secado los pozos, acudirán a otras tierras a hacer lo mismo, si les dejan. La filosofía que adorna estas actividades viene a ser la misma que ha llevado a ocupar todo el litoral con edificios altísimos que solo se utilizan un par de meses al año. Con suerte.
La libertad consiste en hacer lo que a uno le da la gana, sin molestar al prójimo. Y cosechando de más se perjudica al prójimo, del mismo modo que se le perjudica urbanizando de más.
¿Y dónde está la semblanza con Suiza?
Pues verán, hace unos 25 años se hizo célebre el Lago de Constanza, ribereño a Austria, Alemania y Suiza, por la aplicación de una serie de normas de marcado carácter ecológico referidas a las emisiones contaminantes de los motores marinos.
Las autoridades limítrofes al mencionado lago, gobiernos de toda entidad, desde municipios a gobiernos locales o federales, emitieron normas restrictivas para la navegación a motor, supuestamente para preservar el entorno del lugar.
Las normas de aplicación en el Lago de Constanza fueron tomadas como ejemplo y referencia por autoridades en distintos lugares de Europa y algunos fabricantes de motores se apresuraron a adaptar algunos de sus productos a las condiciones exigidas en esas normas o incluso a poner en el mercado nuevos modelos que las cumplieran.
Obviamente, no es lo mismo adaptar un modelo existente o construir un nuevo modelo de unas características técnicas determinadas que sustituir toda la flota mundial propulsada con embarcaciones a motor con la utópica premisa de no contaminar. Poco a poco se logró entrar en la senda de la corrección. Es un proceso que ha durado años, pero que se está consiguiendo, al menos en lo que respecta a la navegación de recreo. Ahora bien, la completa flota de recreo de determinados países contamina menos que algunos mercantes marinos individualmente, pero este es otro asunto.
Los ecologistas locales lograron imponer poco a poco distintas restricciones a la navegación a motor, siendo una de sus principales bazas el lamentable estado que presentaba el fondo del lago, donde existe una capa de material graso, supuestamente originada por la sedimentación de los combustibles mal quemados y de los aceites lubricantes utilizados por los motores, sobre todo de dos tiempos.
Las normas dictadas en el Lago de Constanza pasaron a ser el paradigma de la ecología náutica en el mundo, para prevenir que algo semejante sucediera en cualquier otra parte. Durante algunos años se leía en catálogos y prospectos “cumple con la normativa del Lago de Constanza”. Después llegaron las normas de la EPA (Environmental Protection Agency) de los Estados Unidos, los protocolos de Kyoto, la conferencia de París… Afortunadamente.
Pero en aquellos años los ecologistas del entorno del lago no tenían bastante. Insistieron. Era necesario demostrar cuánto daño se había hecho. Era necesario hurgar en la herida abierta. Se encargaron prospecciones para conocer el lamentable estado del fondo. Para cuantificar. Quizás incluso estaban dispuestos a exigir daños y perjuicios.
Estas prospecciones se realizan habitualmente en geología y minería, y consisten en perforar el suelo y extraer probetas –cilindros- de material que permiten comprobar la composición y grosor de sus capas a distinta profundidad.
Pues bien, las pruebas efectuadas dieron un curioso resultado: capas de composición idéntica a la del fondo del lago se encontraban también en estratos muy inferiores, con miles de años de antigüedad. Sólo caben dos explicaciones. O el hombre de Cromañón ya navegaba a motor por estas aguas -cosa harto improbable- o las deposiciones de los motores nada tuvieron que ver con la composición del fondo del lago.
Efectivamente, la descomposición de las propias algas locales es la causante, desde que el mundo es mundo, y desde que el lago es lago, del aspecto del fondo. Semejantes conclusiones pasaron desapercibidas para no poner en ridículo a políticos y gobiernos.
Fíjense que Bodensee, es el nombre en alemán del lugar. See significa lago y Boden, suelo. Los topónimos suelen indicar características del lugar. El Montblanc no es amarillo, ni el Cap Roig es azul, así que no costaba mucho suponer que cuando bautizaron el lugar ya sucedía algo con el suelo, el fondo, del lago.
La tecnología ha avanzado hacia los motores de inyección, la electrónica, los híbridos, la electricidad y otras maravillas que reducen las emisiones de todo tipo, en embarcaciones, automóviles y fábricas. Afortunadamente.
Ahora bien, las embarcaciones a motor no fueron las responsables de las características del Bodensee ni lo son de la aparición de algas en el Mar Menor. Como dice la canción: al César lo que es del César y adiós muy buenas.