Mi amigo Agustín es uno de esos escasos hombres a los que debemos calificar como auténtico aficionado a la náutica. Del “titulín” y el bote de aluminio propulsado con un modesto motor fueraborda ascendió, paso a paso, hasta el PER y la generosa lancha cabinada propulsada con dos potentes motores dentrofuerbaorda. En este largo proceso conviene no perder de vista la importancia del bricolaje náutico, que le permitió ahorrar un dinero en los procesos de mantenimiento de sus distintas embarcaciones. Primero contribuyeron a sus conocimientos las revistas especializadas y los manuales de todo tipo, después Internet. Todo ello le permitió aprender cómo y cuándo realizar las operaciones de mantenimiento y las pequeñas modificaciones que se le antojaron, sin el coste económico que le hubiera supuesto acudir a profesionales. Vaya, que el “hágalo usted mismo” le significó un importante ahorro económico. Ahorro que, según él, fue lo que le permitió avanzar hacia las esloras mayores y las prestaciones más elevadas. Yo he llegado a pensar que su auténtico hobby no es la náutica, sino el bricolaje. Hubiera hecho lo mismo si se hubiera decantado por restaurar muebles o cultivar tulipanes. La cuestión era estar entretenido fuera del trabajo, desviando sus pensamientos de los asuntos.
Empresario al frente de un negocio familiar -no diré cuál- no es de extrañar que Agustín se llevara una sorpresa mayúscula el día que recibió una carta de hacienda reclamándole no sé qué pago con referencia a la última embarcación que había adquirido, cosa de un año antes.
Tras la copita de Agua del Carmen para pasar el susto, nuestro hombre tomó todos los papeles imaginables -roles, despachos, títulos, facturas…- y puso rumbo esa misma mañana hacia la Delegación de Hacienda correspondiente, con la clara intención de proclamar su inocencia, de defender su patrimonio, de evitar el embargo, la paralela, la imputación y de no sé cuántas cosas más.
Yo siempre le digo que primero hay que leer los papeles recibidos, que así se evitan problemas, que es mejor reflexionar un poco antes de emprender cualquier acción, pero no suele hacerme caso…
Después de efectuadas las colas de rigor el funcionario de turno le atendió con solicitud. La cosa no iba con él ¡faltaría más! sino con la náutica que le había vendido el barco. El documento en cuestión, bien leído, venía a decir, poco más o menos, que la empresa “Náutica Rimbombante, S.L.”, por poner un nombre totalmente inventado, había contraído unas deudas con Hacienda imposibles, al parecer, de cobrar, motivo por el cual la insigne institución pública se dirigía a sus clientes -a los de la náutica, porque clientes de Hacienda somos todos- con la finalidad de recabar de ellos el cobro de las cantidades adeudadas.
¡Perdición! pensó Agustín, no pretenderán estos que les pague yo las deudas de ese capu… Pues no, no era esa la intención. Lo que los señores de Hacienda pretendían era que, si Agustín tenía todavía pendiente algún pago con los de “Náutica Rimbombante, S.L.”, por la compra de la embarcación o por cualquier otro concepto, lo hiciera efectivo directamente a Hacienda, con la finalidad de que el erario público, que somos todos, se resarciera de la deuda.
¡Ah, pues sí! Precisamente tengo que pasar a pagar unos trabajos que me han hecho recientemente. Si hubieran avisado antes, no le llevo el barco. Pues nada, ya sabe, va usted, y cuando le presenten la factura no le paga y nos paga a nosotros. ¡Uf! Ya veremos cómo salgo de ésta, pensó Agustín.
Agustín se presentó intranquilo en “Náutica Rimbombante, S.L.”, pidió la factura y ¡Oh, sorpresa! El emisor de la factura no era “Náutica Rimbombante, S.L.”, sino Mariano Rimbombante Pajarillo, autónomo. Agustín cogió la factura, dijo que ya pasaría, y acudió presuroso a Haciendo, preguntó por el mismo funcionario que le atendió la primera vez y le mostró la factura. ¿Y ahora qué hago? ¡Pues qué va a hacer hombre, pagarle! De lo que Hacienda hizo después con la náutica o con el pajarillo en cuestión, no tenemos noticias.
De lo sucedido se desprenden varias cosas. Primero. Hay que leer con detenimiento las cartas, especialmente las que nos envía la Administración. Segundo. El brazo de la Hacienda pública es muy largo, pero aún así hay quien es capaz de escurrirse incluso de Hacienda. (Demonios, siempre se escurren los mismos). Tercero. Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. O, lo que es lo mismo, sale a cuenta hacer tratos con empresas de absoluta solvencia para evitarse sustos innecesarios. Y eso vale también para las empresas náuticas.