Por extraño que parezca hay una gran cantidad de personas que, sin tener nada que ver ni con la náutica de recreo ni con la deportiva, visten como audaces marineros. Y, en cambio, los audaces marineros visten como resacosos actores de Hollywood.
Entre los primeros están los que visten camisetas de rayas azules y blancas y calzan mocasines náuticos, de esos de suela blanca, propicios para poder caminar por cubierta sin tener que descalzarse pero, ¡ay!, jamás han pisado un barco. Ni de pasaje. Por cierto, si se les llama zapatos náuticos, ¿por qué nos obligan a descalzarnos en cuento subimos a una embarcación de recreo?
¿Y las chaquetas? ¿Qué decir de esas chaquetas técnicas propias de las tripulaciones de los veleros de regatas que se venden varios cientos de veces más que el número de regatistas que existen sobre la faz de la tierra? Equipar a una tripulación de regatas es un gran argumento de ventas para los fabricantes del gremio textil, mucho más si el barco patrocinado es de pedigrí, un Copa América o así. Algún día deberíamos hacer un estudio para analizar la proporción entre personas que participan de alguna actividad náutica y las que visten indumentaria náutica. La proporción debe ser de uno a cien…
Conseguido el paso de ataviar a personas de toda condición con indumentaria náutica ahora sería necesario conseguir que, además, se acercasen a la náutica de verdad. Yo creo que serían aceptadas con gran alegría incluso si no vistieran como veteranos marinos.
En cambio, son docenas los navegantes de veras que no cuidan su indumentaria. A veces es imposible ni tan siquiera intuir que aquel señor que viste de cualquier manera es un afamado patrón de regatas. Tal vez sucede que quienes han navegado mucho y de verdad están de vuelta de muchas cosas, empezando por la vestimenta.
Quede claro que cada cual es muy libre de vestir como quiera, a menos que existan normas particulares. Por ejemplo, en algunos clubs náuticos no dejan entrar ni a los socios si no visten adecuadamente. Y hacen muy bien.
Por el contrario, son bastantes quienes critican a aquellos que visten con los uniformes correspondientes a los títulos de recreo. Las personas que poseen títulos náuticos están autorizadas a lucir, si lo desean, los distintivos correspondientes; algunas convocatorias sociales, como son entregas de premios de regatas o cenas de clubs y asociaciones incluyen –cada vez menos- la insinuación o exigencia de acudir con los uniformes del barco, del club al que se pertenece o del título que se posee. Tal vez estos uniformes tienen el marchamo de paramilitar, pero nada hay más equivocado, pues los marinos mercantes también tienen uniformes, al igual que los trabajadores de las líneas aéreas, y no por eso existe vinculación militar alguna. Además, el ejército de hoy no es el ejército del pasado, ya nos entendemos…
Ahora bien, tampoco hay que pasarse. También en estos casos hay que conocer la etiqueta, luciendo sólo los distintivos del título que se ostenta, diferenciando entre los correspondientes a diario y gala, invierno y verano, así como los colores, que serán dorados o plateados, según el título. Es muy importante no excederse en estos casos, pues algunas personas, orgullosas de la titulación que poseen, exhiben más distintivos de los necesarios. Por ejemplo, cuando en las chaquetas se lucen distintivos en la bocamanga, no hay que llevar también las palas en las hombreras, pues éstas sólo son un sustitutivo de las otras para lucir en las camisas o en los uniformes de gala. Llevar al mismo tiempo distintivos en las bocamangas y las hombreras es incorrecto.
Suele suceder que la gente bien vestida también “viste” adecuadamente su embarcación. Para alegría de sus vecinos. Me fijaré solo en las defensas. Valga que a usted sus propias defensas no le merezcan ninguna consideración, pero es que sus defensas no solo sirven para “defenderse” del barco vecino, sino también para “defender” al barco vecino de lo que usted hace. Algunas defensas no han visto el jabón desde la época de Ben-Hur…
Me interesa especialmente el tema de las defensas porque no solo no se lavan –también se podrían comprar de nuevas- sino que ni tan solo se mueven del lugar en el que fueron colgadas el primer día. Es habitual que un barco salga de su puesto de amarre, dé una vueltita y regrese al punto de partida. Tan pocas veces se dirige a otro puerto, a otro amarre, que no se cae en la cuenta que los dos nuevos barcos vecinos son tan distintos a nuestros vecinos habituales que las defensas deberán ser cambiadas de lugar con toda probabilidad. Esto significa que habrá que colocar las defensas en lugares y alturas distintos a los habituales. En consecuencia, hay que verificar que la altura de nuestras defensas sea la adecuada. En tal caso cunde el pánico, pues no hay mano humana capaz de deshacer el nudo gordiano que sujeta la defensa al pasamano desde hace varios lustros. No se han quitado para salir a navegar, sino que se han dejado tiradas en cubierta, sobre el pasillo lateral, de forma ideal para que cualquier tripulante dé un traspié.
Sucede que algunos lobos de mar no saben hacer un simple ballestrinque, de modo que no corren el riesgo de quitar la defensa de su posición histórica, no fuera caso que después no superan volver a colgarla. Conocedores de esta circunstancia, algunas empresas comercializan mosquetones y otros dispositivos para colgar defensas, pero considero firmemente que habría que facultar a los agentes de la autoridad para retirar el título a cualquier patrón que utilice uno solo de estos elementos.