Fondear: un tema de actualidad entre los navegantes. Sobre todo para quienes naveguen o navegan por las Baleares. En el archipiélago, históricamente, es donde se ha puesto más en cuestión esta maniobra, tan elemental, práctica y necesaria en la náutica. Una cuestión que no solo afecta a las Baleares. También alude a otras zonas que, bajo la etiqueta de protección a un espacio de interés natural, existe una especial sensibilidad en prohibirlo, como en ciertos parajes de Cap Creus, en la costa norte de Girona, o en el cabo de Gata, en Almería.
Quienes navegamos sabemos de la importancia que tiene el saber fondear bien. Y por ello nos asombra este recelo proteccionista de ciertas administraciones en demonizar, incluso criminalizar esta práctica. Es decir, quienes fondeamos somos unos depravados, unos inconscientes, unos diablos contranatura del medio natural. Bajo la excusa de la protección medioambiental marina se ha demonizado el fondeo. La víctima del fondeo parece que sea exclusivamente una planta marina, la posidonia y sus praderas, lo que en el Mediterráneo conocemos como el alguer, planta endémica y exclusiva de nuestros mares, y que de su protección hemos de velar todos.
Prohibir el fondeo en praderas de posidonia es razonable, por lo delicado de la planta y para velar por su conservación. Además, estos espacios no son el lugar adecuado para fondear. Lo sabemos. Pero también sabemos que quienes no saben de fondeos acusan, de forma indiscriminada, a quienes tiramos el ancla, de ser los causantes del deterioro marino y de arrasar los fondos de nuestro mar. Y esto no es cierto. Puede ser una media verdad, que como toda media verdad, el resto es mentira. Siempre habrá un prepotente que arroje sus anclas en una pradera de posidonia. Y será mal visto por todos. Pero generalizar esta mala práctica a todos los navegantes es discriminatorio y sesgado.
Arrasan más los colectores de detritus urbanos, las flotas de arrastre o la invasión del alga caulerpa toxifolia, procedente de acuarios y piscinas marinas, que el fondeo de las embarcaciones. El que sabe de fondeos tiene la certeza de que no es bueno tirar un ancla allí donde hay ’hierba’. Quien sabe fondear nunca se le ocurrirá lanzar su ancla en un matojo de alguer. Sobre todo si la embarcación es de pequeño porte y dispone de un ancla de peso razonable. Por ello, por lógica, nadie que esté en su sano juicio tirará el ancla en un algar. Y si lo hace, no se merece ningún respeto.
Los ‘alguers’ no son buenos fondeaderos
Prohibir el fondeo en algueros sí es razonable, pero prohibir el fondeo de forma indiscriminada, ¡no, por favor! El acto de prohibir, tan al uso en nuestro país, solo puede ser razonable cuando sea justo y equitativo. Y esto pasa por saber valorar las situaciones y no matar moscas a cañonazos. Todo buen navegante busca para realizar un fondeo una zona con arena, grava, lodo o cascajo para tirar el ‘ferro’. Y huirá de las zonas excesivamente rocosas, con algas, con grandes bloques de piedras, porque no le aportarán la seguridad requerida para estabilizar su embarcación.
Evidentemente, siempre puede haber una mastodóntica embarcación, de altísimo tonelaje de registro bruto, que dispondrá de un ejército de anclas de gran peso, potentes molinetes, barbotenes, cabrestantes y chigres, con los que poder lanzar y arar cualquier campo de alguer, sin importarle un ‘pito’ la calidad el fondo marino y asegurarse con su tecnología pesada un buen fondeo. En estos casos sí se ha de velar en la preocupación de ser salvadores de la natura. Pero de aquí a regular todo tipo de fondeo, indiscriminadamente y de forma universal, es mirar con miopía interesada.
Como ha dicho algún viejo lobo de mar, con estas regulaciones en prohibir el fondeo lo que se pretende es arrinconar una de las piezas fundamentales y básicas de la náutica, el ancla, el elemento más pequeño, en proporción con la embarcación, y útil y que da mayor seguridad marítima al navegante. El ancla es, según los expertos, el elemento más preciado de todo navegante. Y parece que algunos quieran postergarla en el baúl de los recuerdos. Una grosería más en los impropios de nuestra burocratizada sociedad, propia de una malsana obsesión de algunos en desterrar el arte de la navegación.
Ecología para justificar la economía
En el fondo todas estas campañas en contra del fondeo de las embarcaciones tienen un nombre. Economía y discriminación. Todo es mucho más simple de lo que parece. Lo propio es poner nombre a estas acciones, que no es otro que sacar beneficio del entorno amparándose en el gran jocker, o comodín, que representa ahora para los economicistas, el ecologismo. Si son capaces de sacar dinero por el Sol (impuesto al sol en las fotoeléctricas) ¿por qué no sacar dinero de las calas y a todo el litoral? De seguir así dentro de poco tiempo también sacarán un impuesto por respirar, por el oxígeno que consumimos, ya que además del acto de respirar producimos –o mejor vertemos- contaminación por nuestra expulsión pulmonar de CO2 a la atmosfera de todos.
Regulando las zonas de fondeo a través de boyas se rentabiliza una práctica y un espacio necesario para la navegación. Y se saca dinero por ello. La ocupación de la superficie marítima a un precio tasado es el negocio. En el fondo, la verdadera razón de restringir el fondeo libre y llenar todos los recodos de una costa con boyas es sacar un pingüe beneficio. Un provecho económico sustancioso. Este es el meollo de la cuestión. La economía es la razón, la ecología es lo de menos: es la excusa para justificarlo.
Porque sabemos que las boyas no garantizan una salvaguardia plena medioambiental en una zona de posidonia o de coralíferas que se pretenden proteger. De todos son conocidos los efectos devastadores de muchas de ellas si no están bien colocadas, y los desastres que provocan, sobre todo si están mal ubicadas. Pero al estar autorizadas por la administración, ningún burócrata ni funcionario de turno dirá nada en su contra. Las masivas escampadas de boyas, tal como se planifican, son simplemente un elemento puro y duro de negocio, y además no garantiza la pervivencia de la posidonia si estos artilugios invaden su entorno. Una cuestión más de pura hipocresía, cinismo o desconocimiento del tema marítimo.
No entro ahora en esta cuestión. Es un tema de economistas y políticos de turno. Pero criminalizar el fondeo, en general, como un atentado a la naturaleza, me parece un descarrío lamentable. Abogo que se llamen las cosas por su nombre, ciertos poderes no quieren un fondeo libre, para así rentabilizar a sus anchas unos espacios marinos de los que se quiere sacar provecho. Y la excusa para implantar este sistema es ampararse en la falsa visión de la ecología y un pretendido conservacionismo natural marítimo. Parole, parole, parole…!
El dilema está en: ‘fondeo libre, o pago por estancia’. Este es el centro del debate. Lo demás es cuento. Hablemos claro.