Que una embarcación como esta -digna de museo- venga a España, podría ser noticia por sí misma en los medios especializados de difusión náutica. Y lo es. Pero si a este hecho se le suma que su futuro usuario será un rey de España, el velero, y el hecho en sí, cobra un interés informativo especial.
Este 6 metros (Formula Metrica) de 11,35 metros de eslora y 1,90 metros de manga, de nombre IAN, construido todo él de madera, era propiedad del empresario y consultor finlandés Michael Cedercreutz, aficionado a la náutica y a regatear. La clase 6mR es muy popular en los países nórdicos. En el mar Báltico existen muchos seguidores a esta fórmula, con un potente circuito y calendario de competición donde hay activas asociaciones de salvaguardia y promoción de este tipo de reliquias.
En Finlandia existen más de 60 unidades en funcionamiento –es decir compitiendo en regatas asiduamente- de esta bonita embarcación. Era un tipo de velero muy popular hasta mediados del siglo pasado, y fue clase olímpica hasta Helsinki 1952. Un claro exponente del valor que dan en aquellas latitudes a este tipo de barcos, esbeltos, construidos con nobles maderas, y en los que todo aficionado a la vela desearía navegar.
Una loable afición, seguida por multitud de navegantes, que unen a la afición de navegar el estimar, saber conservar y promover el respeto hacia estas piezas de la construcción naval.
Nada que objetar. Allí es un hecho normal. Muchos aficionados al mar regatean habitualmente en este tipo de veleros. Tienen una cultura náutica desarrollada, y existe una sensibilidad y un respeto especial hacia este tipo de embarcaciones, emblemas de la tecnología naval de la vela.
¿Qué pasa en nuestro país?
Si nos centramos en nuestro país, un tema tan normal como este se convierte en asunto de cotilleo. Aquí, cuando se habla de barcos o de yates, se saca, de entrada, toda una artillería para disparar a discreción, con prejuicios e informaciones malintencionadas, sin saber, como dice el refrán, ‘si se mata o se espanta’. Criticando y desmereciendo todo confundimos lo náutico con el glamour, el deporte por la vanidad, el aprecio a la técnica naval por el coleccionismo decadente.
Y si el protagonista es un rey, en este caso el rey emérito de España, las habladurías, el disparo para censurar, enjuiciar y valorar la conveniencia o no de que un monarca pueda disponer de una embarcación para practicar su deporte preferido, en este caso para navegar, el ‘pim pam, pum’ se generaliza a diestro y siniestro.
Se puede ser antimonárquico, republicano, comunista o libertario, pero si uno tiene metida la navegación en los tuétanos, si navega o ha navegado, entenderá perfectamente la necesidad que tiene todo hombre, con mar en la sangre, en hacer unos bordos contra el viento, notar la caña o la rueda del timón vibrar en su rozamiento acuático, oír el desliz de la obra viva bajo sus pies. Creo que navegar no solo es patrimonio de reyes, sino un valor universal que ha de estar al abasto de todo aquel que quiera adentrase en este deporte, en esta técnica, en este hobby que es el navegar a vela.
Juan Carlos ha estado en dique seco desde el año 2011. Siete largos años, alguno de ellos annus horribilis donde se le han juntado lesiones articulares, disgustos familiares, procesos médicos, abdicación al trono, y ¡por fin, ahora que le ha llegado el jubileo!, creo que como todo jubilado tiene derecho a disfrutar de lo que más le ha gustado hacer en su vida. Poder saborear ahora, sin presión, de sus hobbies y aficiones. Quien ha navegado y le gusta navegar, sabe lo duro que es estar en tierra mirando cómo los demás lo hacen.
Este año, después de una larguísima travesía de secado en el varadero, el rey emérito ha podido salir al mar. Se ha mojado de sal y de viento. Y lo ha hecho con éxito. El cuerpo real ha resistido, se ha rejuvenecido y, como siempre, sus buenos amigos le han alentado a que lo siga haciendo.
Repito. Solo quienes han navegado entienden esta necesidad de un hombre enganchado de mar. No se puede ser cruel contra un aficionado sincero a una actividad. Y menos se le ha de vetar, o acomplejar en su deseo de navegar, por el hecho de ser un ex-monarca.
Después de leer los comentarios de mucha prensa sobre el barco del rey, me reafirmo en la idea de que hay que dejar navegar a quien le gusta navegar. A pesar de que algunas sirenas estén en contra.
Angel Joaniquet