A nadie se le escapa la importancia mediática de la Fórmula 1 automovilística. La utilización del número 1 para definir lo mejor de cada caso ha sido habitual históricamente. El número uno es el presidente de un país o de una compañía, el número uno es el mejor de la promoción, el primero de la lista y así en cualquier ámbito de nuestra sociedad occidental. Pero el término Fórmula 1 se refiere claramente al campeonato del mundo FIA de Fórmula Uno existente desde 1950, al campeonato automovilístico, a los bólidos y pilotos que participan en él y, en general, a todo lo que envuelve estos eventos, tan deportivos como espectaculares.
Las carreras de Fórmula 1 constituyen uno de los acontecimientos más retransmitidos por televisión, junto con los Juegos Olímpicos y el Campeonato Mundial de Fútbol. Pero mientras que la utilización del término Fórmula 1 se ha generalizado a otros ámbitos de la vida deportiva, no ha sucedido lo mismo con los otros dos grandes acontecimientos. Tal vez porque el simbolismo es menor, tal vez porque la contundencia del mensaje F1 es incomparablemente eficaz. A esto hay que sumar que el Comité Internacional Olímpico hizo todo lo que estuvo en sus manos y más para evitar que el término “olímpico” se utilizase más allá de lo estrictamente autorizado.
Quizás por éste motivo el término F1 se ha utilizado en otros ámbitos del deporte y del comercio. Hay una cadena hotelera Formule 1, en francés, que así se denomina por la rapidez en los trámites de recepción, si bien hay que aclarar que estos establecimientos tienen la consideración legal de pensión en España; habrá, seguramente, restaurantes de parecida denominación, por la rapidez con que sirven sus platos, pero a lo que quería referirme en esta ocasión es al empleo del término en el mundo del deporte, por comparación con la categoría automovilística, utilización no oficial, por supuesto.
Los Fórmula Uno en Vela
Con frecuencia el periodista o el comentarista radiofónico o televisivo se refieren a la máxima categoría del deporte que está comentando con el apelativo “auténtico fórmula uno de la modalidad tal o pascual”. Así sucede también en el mundo de la vela. ¿Cómo se puede explicar al lector o telespectador que esos barcos de la Copa América que avanzan a doce o catorce nudos son unos bólidos considerables? ¡Pues ya está! ¡Son los fórmula 1 del mar! Lo que pasa es que este recurso se utiliza con excesiva frecuencia. Se utilizó para los catamaranes de la Vuelta a Europa TAG de finales de los años 1980, se utiliza para los barcos de la Whitbread, de la Volvo, de la Barcelona World Race o de cualquier otra competición sin tener en cuenta que a aquellos miembros del público que son conocedores del mundo de la vela les puede fastidiar la comparación, que a esos destinatarios de la noticia no hay que convencerles de nada, adornándoles el reportaje con calificativos desmesurados y sin tener en cuenta, por desgracia, que por muchos apelativos que se utilicen no van a convencer de nada y para nada a los espectadores que no estén mínimamente interesados en el tema.
Las comparaciones son odiosas y la utilización del nudo como unidad de medida no favorece en nada, pues el guarismo resultante es siempre más bajo que si se expresa en kilómetros por hora. Resulta poco espectacular decir, por ejemplo, que el trimarán Banque Populaire 5, patroneado por Pascal Bidegory tiene el récord del Atlántico norte a una velocidad media de 32,94 nudos. O que el Icap Leopard, tiene el récord del Atlántico a vela para un monocasco a una velocidad media de 15,5 nudos y una punta de 37,4 nudos; o que el récord absoluto a vela está en poder de Paul Larsen a bordo de un extraño artefacto, con el que alcanzó la increíble velocidad de 65,45 nudos sobre un recorrido de 500 metros. Por mucho que eso sean 121 kilómetros por hora. Una velocidad endiablada, por cierto, pero que le suena a poco a cualquier destinatario occidental de la noticia, habituado a conducir su automóvil o motocicleta privada mucho más deprisa. Las comparaciones se interiorizan siempre según referencias a lo que uno está habituado.
Por el contrario, quien entiende perfectamente el mérito de navegar a estas velocidades es quien navega con frecuencia en su propia embarcación y sabe lo difícil que es conseguir los diez nudos a vela y los 30 a motor, por poner un ejemplo.
La F1 Powerboat
Sin embargo existe una auténtica Fórmula 1 de la náutica. Y está en la motonáutica. Es la F1 Powerboat, la fórmula uno de la motonáutica, existente desde 1981. Esta competición reúne catamaranes monoplazas de 16 pies de eslora que se propulsan con un solo motor fueraborda de 6 cilindros en V y 425 caballos de potencia que giran a 10.000 vueltas por minuto y alcanzan en carrera velocidades en torno a los 225 kilómetros por hora. En el pasado, cuando se utilizaban motores fueraborda Johnson y Evinrude de 8 cilindros en V y 4.000 cc de cilindrada el récord de velocidad lo fijó Robert Hering en 266,09 kilómetros por hora. El récord de velocidad para la actual categoría está desde el año 2005 en poder del italiano Guido Cappellini, que lo fijó en 256,2 kilómetros por hora, con un catamarán diseñado y construido por su propia empresa DAC Racing y propulsado con un motor Mercury. ¡Eso sí son velocidades!
Pero es que también en la motonáutica el término se usa en exceso, pues a los enormes catamaranes de la Class 1, con 15 metros de eslora y 2.000 caballos de potencia se les llama “fórmula 1” del mar. Los vimos en Ibiza a primeros de septiembre. No sólo resulta que ya hay una fórmula 1 motonáutica, sino que los catamaranes de la Class 1 son infinitamente más espectaculares que los cochecitos esos de la Fórmula 1.
Pero sucede que la F1 Powerboat es una modalidad desconocida. En España no hay planos de aguas tranquilas de tamaño suficiente –léase embalses- para dar cabida a un circuito que permitiese desarrollar una de estas competiciones y, aún que lo hubiese, sus posibilidades reales de utilización estarían siempre sujetas al desarrollo de la meteorología y de las pertinaces sequías. De este modo las imágenes de esta competición apenas nos llegan a los profesionales de la información náutica. Al resto de los mortales, solo en los resúmenes deportivos de fin de año, donde se recogen las espectaculares imágenes de accidentes, vuelcos, loopings y otras desgracias que no suelen acabar tan mal como parece. Vaya, lo mismo que en las regatas oceánicas, en las que siempre trascienden los continuados pinchazos de olas, los bigotes congelados del timonel y el golpe de la botavara contra la cabeza del tripulante distraído. ¿Seguro que es esto lo que más nos conviene para hacer afición? ¿Seguro que las referencias de todos los deportes tienen que hacerse respecto a la mediática competición automovilística? Al que está en este ambiente no se necesita convencerle, y al que no lo está no creo que lo vayamos a atraer con estos métodos. A ver si de tanto utilizar el reiterado término, quienes puedan elegir un deporte se van a ir al automovilismo…