En el pasado congreso anual de ANEN, celebrado en Barcelona, quedé atónito al escuchar algunos comentarios que procedían tanto de los ponentes como de la platea. Un animado debate surgió tras comentar que, hace cinco años, había en las marinas y puertos españoles unos 10.000 barcos de recreo abandonados.
Ignoro cuál es el término legal de barco “abandonado” pero me atrevo a suponer que podemos encajar bajo este epígrafe todo barco que no está al corriente de pago de sus cuotas por ocupar un amarre en el pantalán y que, muerto de vergüenza, su armador lleva igual período de tiempo sin aparecer por allí. Tal circunstancia suele venir acompañada de un estado de poca limpieza y pulcritud que permite sospechar a cualquiera que, estando o no al corriente de sus deberes económicos, la embarcación no merece ocupar un espacio en el pantalán. La preocupación de los gestores del puerto puede crecer por otras circunstancias, pues tal vez haya lista de espera para ocupar el amarre en cuestión o, simplemente, que el desaseo del buque cause molestias imponderables a los barcos vecinos, desde la simple visión antiestética hasta la llegada de parásitos, inmediatamente atribuida al bajel desatendido.
Servidor de ustedes es un firme defensor de la ética y de la estética, de modo que me parece muy poco apropiado que una larga fila de yates perfectamente amarrados y baldeados quede maltrecha a la vista por la presencia de unidades roñosas.
En cierta ocasión le propuse una solución tajante al capitán de puerto de una localidad de la costa. Lógicamente, si había puerto, estaba en la costa. Basta esperar a la noche, desamarrar el artefacto, llevarlo más allá de la bocana y torpedearlo. Al capitán en cuestión la idea le pareció horrible y, de forma muy vehemente, me trató de loco. A continuación, me argumentó con seso: mi propuesta era totalmente inviable debido al precio desorbitado de los torpedos.
¿Apartamento a bordo?
Otra circunstancia que se da, de un tiempo a esta parte, en distintas marinas y clubes, es la de la embarcación o yate utilizado como apartamento turístico. No satisfechos con los precios de derribo que se pueden conseguir por Internet para pernoctar en apartamentos turísticos ilegales, algunos turistas de alto copete optan por pasar las noches de su estancia vacacional a bordo de embarcaciones de recreo. Me da la impresión que el tipo de barcos utilizados se aproxima bastante a los comentados en el caso anterior.
Ojo, el propietario de un yate es muy libre de pernoctar a bordo cuando le plazca. Otra cosa es si su pareja, si la tiene, le autoriza o no a pasar la noche a bordo con “quien” le plazca. No sé si ustedes se han fijado, pero una gran cantidad de embarcaciones de recreo disponen de cabinas, camas y literas, de modo que cabe suponer que, en algún momento de la vida de la embarcación, ésta será utilizada para pernoctar a bordo. Es más, tengo entendido que esto incluso suele suceder.
El problema viene porque los armadores de los susodichos yates alquilan camas y cabinas sin tener los preceptivos permisos para ello y, por supuesto, sin tener el yate matriculado en lista 6ª, sin emitir facturas ni pagar impuestos.
El talante de los okupas de estas embarcaciones es dispar, pero suele tratarse de gente instruida. Han sido instruidos por el propietario para que, en el caso de que el contramaestre, el gendarme o el sereno acudan a ver qué es lo que pasa ahí, respondan, muy instruidamente, que son los primos del armador y que les ha dejado el barco para use y disfrute bajo fórmula en absoluto onerosa. Naturalmente, el hecho de que la semana pasada los ocupantes fuesen unos jubilados daneses, la anterior unos orientales con niños y la de más allá unas brasileñas rumbosas no hace levantar ninguna clase de sospechas al contramaestre, ni al gendarme ni al sereno. Es una suerte tener parientes en todas partes del mundo.
Sin embargo, estas visitas suelen venir acompañadas de actitudes poco edificantes, como juergas hasta las tantas de la mañana, suciedad, malos olores y actitudes incívicas, de modo que producen toda clase de fastidio a los usuarios convencionales de la instalación portuaria. No obstante, es justo reconocer que, en algunos puertos, el bunga-bunga que llega desde los festivos locales del muelle de ribera amortigua totalmente el rumor de los alborotos ocurridos a bordo de tan particulares embarcaciones, hasta el punto que pasan totalmente desapercibidos.
¿Economía colaborativa?
Y aún hay otra cosa a la que quiero referirme. Se trata de la economía contributiva. Hay no, colaborativa. Resulta ser que algunos armadores anuncian en las llamadas redes sociales la posibilidad de embarcarse en su yate para realizar algún tipo de travesía e ir a prorrata en los gastos. Dicho de otro modo: me pagas un dinero y te llevo a Mallorca. Lo primero que quiero destacar es que no se trata de un auténtico grupo de amigos reunidos por el armador para un fin de semana o unas vacaciones, no. Lo segundo es que un crucero de vela zarpando desde Barcelona tiene exactamente la cantidad de cero euros en gastos en una travesía hasta Mallorca. Alcohol y comida aparte. En consecuencia, lo que supuestamente paga el inquilino –por no llamarle pasajero- es un pasaje encubierto. De nuevo en un barco de lista 7ª, sin emitir facturas ni pagar impuestos. Por supuesto, el trayecto debe hacerse a vela, pues ningún okupa de esta naturaleza se avendrá a pagar los gastos proporcionales si el trayecto se efectúa a bordo de un Ferretti, por poner un ejemplo.
Yo, que no me atrevo a coger a ninguna autoestopista turgente –ni mujer, ni hombre, aclaro- por lo que pueda pasar, no alcanzo a comprender cómo alguien se mete a bordo durante varias jornadas a un perfecto –o perfecta- desconocido. Después, pasa lo que pasa. Lo que pasa en Calma total, por ejemplo.
A mí me gustaba más la náutica de antes. La de gente vestida de domingo, la de clubs náuticos donde no se podía entrar descalzo, la de tener que ponerse las gafas de sol porque las cubiertas de los yates deslumbraban. Parafraseando a Marx –Don Groucho- creo que a más de uno no le interesará pertenecer a un colectivo en el que pasan cosas como estas. Las autoridades tienen que terminar con esto. Mejor este verano que el siguiente.
Estimado amigo, si no puede usted pagar el amarre, no se compre un barco. Si tiene usted que alquilar literas para llegar a fin de mes, véndase el barco. Si necesita un polizón a bordo para ir de travesía, estimado amigo, no vuelva. Tengo la impresión que cuando se habla de “náutica popular” no nos referimos precisamente a esto…