El Magnum 650 de Yuri Firsov fue el último Mini en hacer su entrada en la isla de Guadalupe este domingo. Con él se cierra la flota y la edición Mini Transat 2015 en la que 57 participantes de los 72 que empezaron en Douarnenez han podido completar la travesía.
La Mini Transat Islas de Guadalupe de este año será la de los records. Récord de velocidad lo primero. Hasta el momento, el más rápido sobre el mismo trayecto fue Sébastien Magnen en 1999, que llegó a Guadalupe habiendo salido de Concarneau en 24 días y 15 horas. Por su parte, Frédéric Denis este año ha recorrido las 4020 millas que separan Douarnenez de Pointe-à-Pitre en 19 días y 23 horas, a una media de 8,40 nudos en el total del recorrido. La velocidad de Sébastien Magnen en 1999 fue de 6,80 nudos y el más rápido hasta el momento de la Mini Transat había sido Yves Le Blévec, que a una velocidad media de 7,55 nudos atravesó el Atlántico desde La Rochelle hasta Salvador de Bahia.
Otro de los records batidos ha sido el de millas recorridas en 24 horas en los barcos de serie. A bordo de su Ofcet Novintiss, Julien Pulvé ha batido el record de Xavier Macaire (272,6 millas) recorriendo 278,7 millas en 24 horas. La aparición de los Ofcet y los Pogo 3 ha marcado una verdadera ruptura en relación a los antiguos barcos de serie. Las carenas más potentes inspiradas en el proceso iniciado por David Raison con su Magnum en los prototipos, hacen maravillas cuando sube el viento. La resistencia que han demostrado Tanguy Le Truquéis a bordo de su Argo o Edouard Golbery en su Pogo 2, no pueden esconder que cada vez va a ser más complicado de mantener el resultado si no disponemos de estos nuevos barcos de series.
La última cifra importante: solo dos regatistas han necesitado ayuda exterior debido a una avería, Gilles Avril, en la primera etapa, y Radek, en la segunda etapa. Otros navegantes consiguieron llegar por sus propios medios a un puerto para reparar. Por su parte, Sebastien Pébelier, que dio media vuelta inmediatamente cuando el regatista polaco activó la radio baliza de asistencia, para ayudarle y esperar a que otros barcos llegaran a rescatarle, contará con una bonificación de tiempo por la espontaneidad y la rapidez con las que el patrón de Mademoiselle lodée reaccionó.
Una rutina poco evocadora
Pero la Mini Transat, no es un asunto solo de records. Para atravesar el Atlántico a esa velocidad en un velero de 6,50 metros hay que saber sufrir: humedad persistente, golpes y heridas, frío o calor…son condiciones habituales en esta prueba que sin embargo todo navegante quiere experimentar. A primera hora de la mañana, cuando el sol todavía está al Este y da directamente sobre la popa del barco, en esas condiciones, hay que elegir entre Escila y Caribdis, es decir, quedarse en la bañera con el máximo de protección para evitar la insolación o refugiarse en la sombra, en el interior, que se transforma rápidamente en sauna. Las pequeñas llagas tienden a infectarse; el esfuerzo y las duras condiciones dejan testimonio de su crudeza en las manos de los regatistas. Un producto desinfectante y un cicatrizante serán los mejores aliados de aquellos que han hecho la Mini. Y finalmente, pasarse el día en la caña no es el mejor tratamiento para mantener el culo como el de un bebe. No hay solución ideal, ni los cojines adaptados permiten pasar el mal. Muchos ministas se quejan todavía de no poder sentarse cómodamente. La mejor solución tal vez sea navegar de pie, desnudo, con las manos resguardadas y con el piloto en marcha. Estas pequeñas miserias del día a día de los regatistas parecen nimiedades si lo comparamos con sus capacidades y el resultado final, pero son un factor que añade fatiga e influye directamente en la moral de los regatistas.
Cómo retomar la vida en tierra
Pero ahora, en las cabezas de los participantes ya no quedan esas preguntas sobre cómo mejorar la navegación; si hay una pregunta que ronda y se escucha mucho por los pantalanes es ¿cómo volver a una vida “normal”? En Pointe-à-Pitre los ministas buscan como pueden esta estabilidad, y retoman la vuelta a tierra poco a poco. El martes que viene, el único participante proveniente de Guadalupe, Carl Chipotel invitará a todos los participantes a pasar el día en Sainte-Anne y disfrutar de la gastronomía y la cultura local. Un broche final a una historia que empezó hará dos meses en los pantalanes de Port Rhu en Douarnenez.
La noche cae muy pronto en las Antillas. Para los marinos, una vez cae el sol, es casi un reflejo de reunirse en tribu y, como hacían los antiguos, alrededor del fuego contarse historias de las que se puede aprender mucho. El visitante inadvertido que escuche de refilón las historias se sorprenderá del número de roturas de material, de velas destrozadas, de problemas con los timones… Creerá que el día a día de los regatistas se limita a esos instantes, una mezcla de miedo y excitación dolorosa.