Si llegamos a la conclusión de que cada administración portuaria ha de rentabilizar económicamente sus espacios para justificar el balance, tenemos un problema: ¿dónde vamos a dar servicio al usuario medio?
La embarcación media en nuestro país no supera los ocho metros de eslora. Esta realidad es irrefutable y al paso que vamos va ser así durante muchos años. La fiscalidad no ayuda a que la eslora media en España supere ese límite.
Que desde los poderes públicos deba promoverse un incremento de la eslora media es opinable. De un lado a mayor eslora parece que ha de haber más negocio e impulso económico en el sector náutico. Por otro, hemos de tener cuidado de lanzar al usuario a la compra de embarcaciones que al final no va a poder mantener.
Alguna vez en esta misma sección ya me he referido a la náutica de dos velocidades para distinguir el sector de las grandes esloras. Los expertos en marketing son capaces de clasificar a los grupos de usuarios, con sus ventajas y desventajas.
Corresponde a los poderes públicos administrar esta realidad, y en el ámbito de las administraciones portuarias deben ser sensibles al hecho irrefutable de cuál es nuestro usuario medio.
Con este antecedente, los concursos de las concesiones, por mucho que nos empeñemos, no deben ser todos iguales, porque las necesidades de la náutica son distintas.
Y llegado a este punto, no se trata de favorecer a unos concesionarios y dar privilegios a unos pocos usuarios. Pero sí que se han de hacer estudios económicos para asignar espacios que sean capaces de prestar un servicio a la náutica mayoritaria.
La náutica media ni es un deshonor ni debe ser interpretada como un borrón en el balance de las cuentas públicas portuarias. No hay un único mercado náutico.
Jaume Prats
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