¿Ha pagado usted su entrada al Salón Náutico? Yo no. Siempre he tenido pase de prensa. Pero hay otras muchas personas que tampoco pagan su entrada. La picaresca es abundante.
Lo primero que habría que descubrir es el tanto por ciento de ingresos que supone la venta de entradas con respecto al volumen total de facturación del Salón Náutico. En cualquier caso, ni en los mejores tiempos, con visitantes haciendo cola a la entrada del recinto ferial de la Plaza de España, no creo que llegase a suponer ni el 10%. No obstante, no se trata de una cifra despreciable y, aunque lo fuera, pocos serán partidarios de hacer una entrada libre, pues entonces acabarían por saturan el recinto, sea el que sea, paseantes en lugar de hipotéticos o futuribles clientes.
El control de accesos ha pasado por todas las etapas. Desde la entrada que solo permitía entrar una vez (si salías del recinto tenías que volver a pagar), hasta la pulserita o invitación con código de barras, que permitía entrar y salir cuantas veces quisieras, pasando por la simple exhibición de un pase VIP, con el que puedes entrar y salir cuantas veces quieras, cuantos días quieras. Pases que, por cierto, no llevan este año código de barras alguno, de modo que no es posible contabilizarlas ni saber, al final del certamen, cuantos han sido los visitantes.
Esto fue, años atrás, un auténtico motivo de encendidas polémicas, pues el elevado número de visitantes contados por la organización difería al alta con respecto al que estimaban los expositores. Vaya, como en las manifestaciones políticas, pues los organizadores siempre dicen una cifra y el gobierno (contra quien se suelen hacer todas las manifestaciones) estima que fueron el diez o el veinte por ciento. Claro que aquí los organizadores y “el gobierno” vienen a ser lo mismo…
Entrar al Salón Náutico de Barcelona 2015 no ha sido tan caro. 12 euros. 10, si se obtiene la entrada a través de Internet. ¡Diez euros! ¡Diez euros por todo un día viendo barcos! ¡Lo mismo que una cerveza en Las Ramblas! Pero si usted tenía un auténtico deseo de visitar el Salón lo ha tenido fácil para que le saliera gratis, registrándose on line hasta no se qué día antes de las vacaciones en la propia página web del Salón, o en multitud de páginas afines. A partir de esa fecha la entrada se podía conseguir aún con un 50 % de descuento. Y ha habido otras ofertas de todo tipo. Incluyendo el pase profesional para todos los días del certamen, por solo 10 euros.
Por eso me llama la atención, vaya, llama la atención de cualquiera, las extrañas maniobras que algunos protagonizan para entrar gratis. Los expositores juntan sus pases y sale uno de ellos con los pases de todos para alejarse unos metros de la puerta y hacer entrar con esos pases a una, dos, tres, cuatro o vete tú a saber cuántas personas más. Es como si se tratase de la frontera sur de los Estados Unidos, chacales y espaldas mojadas, aunque en este caso la border patrol no se esmera mucho. En realidad pasan bastante. Algunos entradores hacen el cambalache en la misma puerta. ¡Hombre, sepárese unos metros! ¿Y no es más cortés comprar la entrada?
Esta actitud permisiva ha dado al traste con los gorrillas de la entrada. Gentes que te pedían si tenías una invitación de sobra, con la clara intención de revenderla a más bajo precio de lo que cuesta en realidad. Como en la reventa de los toros, pero al revés. Vamos a ver. ¿Si usted viene a comprar un barco, cómo tiene la poca elegancia de comprar la entrada a un gorrilla? ¡Ah! Bien mirado puede ser que quien compra la entrada a un gorrilla también se pase después todo el certamen pidiendo descuento en el precio del barco…
Pero la situación de picaresca que recuerdo con más cariño se daba años atrás, cuando las invitaciones las pagaba el expositor, si bien más baratas que una entrada convencional. Hubo un tiempo en el que estas invitaciones eran enviadas por el Salón Náutico a cada uno de los expositores que las solicitaba. Con la excusa de no tener que pagarlas todas, sino sólo las que efectivamente fueran utilizadas, estas invitaciones tenían un espacio en blanco en el que se tenía que poner el sello de la empresa que invitaba al visitante. La finalidad era que, una vez finalizado el certamen, se clasificaban las invitaciones recogidas de este tipo y se contaban las de cada empresa, pasándose al cobro las invitaciones efectivamente utilizadas. La clasificación y recuento de las invitaciones corría por cuenta de un grupo de jubilados de la propia Feria, que estaban ocupados en este menester durante varias semanas. Esta a la pila de Motormasó, ésta a la pila de Bénéteau…
Pero hete aquí que no todos los expositores pagaban las invitaciones. Había listillos que no lo hacían. Para ello recurrían al truco de no estampar su sello de goma en el espacio correspondiente y enviarlas igualmente a sus clientes y amigos, de modo que, sin poder identificar al librador, no se podía poner al cobro la entrada. En teoría, los porteros del recinto no debían autorizar el paso con una invitación sin marcar, pero el visitante no tenía ninguna culpa y acababa entrando. ¡Grandes empresas de la náutica española escatimándole unos duros a la Feria de Barcelona!
La picaresca de algunos acabó con el sistema. Llegado un momento, las invitaciones adicionales se solicitaron y se pagaron por adelantado y, actualmente, con el registro previo, los lectores de códigos, las pulseras con chip y otras maravillas, entrar y salir es la mar de fácil.
En el fondo, lo único que interesa, al organizador y a los expositores, es que entre el público al cual se dirige la exposición.