A quienes nos gusta navegar, estar en contacto directo con el mar y los elementos meteorológicos, somos los chivos expiatorios de muchos ignorantes. La cabeza de turco. Los malos de la película. Y nunca mejor dicho.
En una gala de la profesión cinematográfica, con la asistencia de los posibles futuros dirigentes de nuestro país, se demonizó sibilinamente a todo el colectivo de aficionados al mar. Allí, en la gran y glamourosa ceremonia del cine español, se colocó una línea sesgada de quién es el bueno y el malo, típico de toda película. Y los malos somos, según el conductor del aquel desencuentro, quienes navegamos. Allí fuimos demonizados como los malos de la historia y los feos de la película. Y fuimos el ejemplo de cómo tendría que actuar la administración pública para cargar fiscalmente contra todo un colectivo, y damnificarlo al máximo.
Solo se puede entender este desaguisado por la ignorancia del presentador del acto. Y la ignorancia, creo, se supera con pedagogía, enseñando, informando, y evidenciando que salir al mar es un derecho que todo ciudadano ha de tener, como salir en bicicleta, subir una montaña o jugar al tenis, y no por ello hay que gravarle más su deseo de expandirse al aire libre.
Envidia. Ignorancia. Desconocimiento. La descomedida frase que desencadenó Dani Rovira, -actor-cómico presentador de esta gala- pidiendo la reducción del IVA cultural –petición razonable y justa-, pero contraponiéndola con la recaudación de impuestos por la adquisición de un yate, -petición comparativa fuera de lugar- exasperó a muchos aficionados a la náutica, ya que resultó gratuita, por disparatada, y evidenció la ignorancia del quién lo dijo.
Pero también puso sobre el tapete un tema: es posible que los amantes de la náutica no hayamos sabido, después de tantos años, dar una imagen real de lo que es nuestra afición, que no es otra que una actividad que tiene como eje vertebrador una acción lúdica, de ocio sano, de deporte y de contacto con la naturaleza. Poner sobre la mesa el valor positivo de la náutica y erradicar el prejuicio que en ciertas capas sociales aún se tiene sobre nosotros es vital. Y esto, sin entrar en la cuestión de subsanar el desconocimiento total existente en no saber que es un sector económico de primer orden. Que la sociedad desconozca este fenómeno, es una muestra palpable de que algo falla desde dentro.
Que una parte importante de la población no sepa lo que representa disfrutar del mar y la importancia que tiene socioeconómicamente, es grave. Y lo es más cuando un ‘gracioso de turno’ utiliza esta actividad para exigir una serie de medidas al ‘gobierno de turno’ –todas ellas muy loables y defendibles- pero atropellando y agraviando a otro sector social y económico. Un disparate y una verdadera barbaridad, diría un castizo.
No quiero pecar de iluso, ni de ser practicante del bonismo náutico. No todo es orégano en el mundo que tanto amamos, pero de aquí a descalificar a todo un colectivo, como dicen por tierra adentro, ‘es pasarse más de cinco pueblos’.
Puede que sea el momento de hacer un acto de reflexión, tras este agravio que ha sido proyectado por ‘medios y redes’. Es posible que no hayamos sabido dar una imagen más auténtica, popular y sensata de lo que es nuestra pasión. Si es así, esto hay que cambiarlo. Porque la inmensa mayoría de los aficionados a la náutica no son, necesariamente, unos personajes que se merezcan este entuerto conceptual.
La mayoría de los aficionados al mar son gente sana, no necesariamente adinerada, que disfruta de una actividad lúdica, y esto no ha de suponer una barrera económica para poder ejercer su práctica. No todo practicante de la náutica –la inmensa mayoría- es armador de un megayate, de esos que salen falsamente fotografiados en las revistas llamadas del corazón. Con comentarios desacertados y poco claros, como el del señor Rovira, se confunde más a la gente, y por desgracia, se fomentan más los prejuicios.
No quiero ser un mirlo blanco en favor de mi afición. Salir al mar es sano, necesario. Es para todos, sin trabas ni entorpecimientos. Aunque a veces pienso que en este nuestro país lo que de verdad se desea es que la gente no salga al mar, que vivamos de espaldas a él y así evitar envidias.
La administración tendría que velar para que navegar fuera un derecho de todos y no una afición con normativas excesivas, limitadoras y encorsetadas, decretos recurrentes, inspecciones imposibles, obligaciones insostenibles.
Pero esto es harina de otro costal. Aunque todo ello denota una cierta pátina, de que en nuestro país existe un prejuicio negativo, bastante insalvable, con todo lo que hace referencia a lo náutico y del disfrute del mar libremente.